UN 8 DE MARZO HISTÓRICO Y LOS DESAFÍOS QUE SE PRESENTAN

UN 8 DE MARZO HISTÓRICO Y LOS DESAFÍOS QUE SE PRESENTAN

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/35894-

La movilización internacional de mujeres, el 8 de Marzo pasado, tuvo características extraordinarias. La coincidencia acerca de esto no conoce excepciones. En numerosos casos fue acompañada de huelgas. A cien años de la huelga de mujeres en Petrogrado que dio inicio a la Revolución Rusa, el método lleva el trazo de la lucha de clases de los trabajadores. En Argentina hubo numerosos paros parciales entre las 13 y las 15 horas; en Uruguay, el sindicato de municipales de Montevideo y el de los profesores secundarios declararon una huelga de 24 horas. Ante la amplitud y el vigor del movimiento las burocracias sindicales intentaron en varios casos imprimirle su orientación. En Argentina de algunas direcciones kirchneristas; en Uruguay del PIT-CNT; en Francia tuvo lugar un acuerdo entre la burocracia sindical y el liderazgo feminista. Está injerencia recibió en casi todas partes un rechazo tajante, que algunos han buscado distorsionar como un distanciamiento del movimiento femenino del movimiento obrero como organización de clase. Ocurre que la repulsa a la burocracia de los sindicatos y a las operaciones de su aparato es compartida, con características diferenciadas, en todo el mundo.

Las movilizaciones del 8 de Marzo no solamente tradujeron las reivindicaciones enormes de la mujer, con mayor o menor claridad o consecuencia, sino que recogieron y resumieron un movimiento social y político de conjunto. Los reclamos y aspiraciones de la mujer son incompatibles, en última instancia, con el régimen social y político existente. En Estados Unidos, el carácter político de la movilización femenina se manifestó enseguida después de la asunción de Trump, y sigue constituyendo hasta ahora el principal contingente de masas que combate contra la reacción política instalada en la Casa Blanca. Se trata de un anticipo fenomenal de la incursión de grandes sectores populares y de la clase obrera en el período próximo. La jornada del 8 levantó la defensa de la población inmigrante y de los derechos a la salud. La masa del movimiento femenino norteamericano proclama abiertamente su objetivo de destituir a Trump y derrocar al gobierno reaccionario que Trump preside.

En Argentina, el 8 de Marzo se distinguió en aspectos decisivos. Como se ve en el programa que fue leído desde el escenario, fue la expresión política más avanzada del movimiento de la mujer hasta el momento. Se destacan el reclamo del derecho al aborto, el anti-clericalismo y la denuncia del Estado como el gendarme de la discriminación y opresión de la mujer. Último tramo de tres movilizaciones al hilo en esa semana, la multitud en la calle se puso como ejemplo a si misma al exigir un paro nacional de las centrales sindicales. “Nosotras sí pusimos fecha” - proclamaron. Dentro de la mejor tradición histórica de la lucha de la mujer, la marcha del 8 denunció al gobierno de turno por su política de expoliación de los trabajadores y de remate del patrimonio nacional. Se observa, desde el Encuentro de la Mujer en Rosario, en octubre pasado, una manifiesta radicalización, que se manifestó enseguida con la huelga en repudio al asesinato de Lucía, la chica vejada, violada y mutilada por una banda de narcos protegida por el estado marplatense. El marco de contención política de los Encuentros, incluso con acuerdos con la Iglesia, ha sido superado.

En el movimiento de la mujer se distinguen, a nivel mundial, numerosas corrientes de ideas y tendencias políticas. Incluso la gran prensa financiera ha reclamado un lugar en este movimiento, dedicando varias ediciones a la discriminación de la mujer en los directorios y gerencias de las corporaciones - solamente en forma marginal y estadística al femicidio (Financial Times, The Wall Street Journal, The Economist, El País, La Nación). La línea general de los editoriales de estos medios ha sido abogar por una cierta paridad de género para ‘mejorar’ la imagen del capital ante la opinión pública, pero al mismo tiempo para colocar el tema de la mujer por encima del antagonismo de clases y para encubrir esta cuestión estratégica de la sociedad capitalista ante los ojos de la mujer. Como se puede ver, ninguna clase social se declaró ajena a la causa femenina.

Sería de mucha importancia realizar una suerte de mapa o de inventario de las corrientes de ideas y corrientes políticas dentro del movimiento femenino; lo sería, al menos, para las mujeres socialistas y los partidos marxistas. Pondría de manifiesto los puntos de contacto y de diferencia entre esas corrientes y tendencias, y serviría por lo tanto como factor de clarificación y de delimitación y, en esa misma medida, para el frente único de acción. El movimiento de la mujer, como ocurre con muchos otros, está atravesado por los intereses de diversas clases sociales. Es manifiesto que una corriente del movimiento pregona la finalidad de alcanzar la paridad de género en el marco de la sociedad capitalista y, como consecuencia, la necesidad de defender a este régimen capitalista. Al aislar la cuestión de género del antagonismo y de la lucha entre las clases procura dar impresión de supra-clasismo, cuando en realidad tiene por objetivo reclutar a la mujer trabajadora para una causa reñida con la lucha por poner fin a la explotación social, y separar a la mujer trabajadora de la lucha por la conquista del poder político por parte de la clase obrera. Al movimiento pluriclasista de la mujer, lo mismo que al feminismo, le interesa tener a la mujer trabajadora en su seno, en tanto que la clase obrera, por razones opuestas, la necesita en su campo común de clase, pues jamás podría triunfar sin tener a esa mujer trabajadora luchando como activista de clase del proletariado. Es así como se presenta una primera disputa estratégica.

La corriente que reclama para sí la condición más radical ha adoptado el término de feminismo anti-capitalista. No se limita a defender la paridad de género como un objetivo estratégico y una posibilidad cierta para todas las clases de la sociedad capitalista, y reclamar un frente policlasista de la mujer, sino que propone consignas más avanzadas para todas las identidades discriminadas, tanto étnicas como de género, y a intervenir en el campo político, en especial contra los gobiernos ‘neo-liberales’ – esto sin abandonar su enfoque ‘cultural’ acerca de la violencia de género. El anti-capitalismo de esta corriente tiene, sin embargo, una barrera que no quiere franquear, que es promover la organización clasista, autónoma de otras clases, y socialista de las mujeres obreras y trabajadoras. Sin la organización socialista de la mujer trabajadora, el ‘anticapitalismo’ no pasa de un eufemismo cuando no de un engaño deliberado.

Todo esto nos lleva a dos cuestiones. La primera cuestión es que la clase obrera que lucha por su propio poder y por el socialismo internacional, necesita la unidad de organización y de acción de los varones y las mujeres de su clase – es decir, que ninguno de ellos sea apartado de una lucha de clases común. Para eso es necesario que la mujer trabajadora se organice con un programa socialista y un método de clase. La segunda cuestión es la necesidad que la mujer trabajadora así organizada participe e influya en el movimiento general y democrático de la mujer desde su posición de clase, y que desde esa posición de clase procure persuadir a un número creciente de mujeres que la emancipación femenina pasa por una lucha por el gobierno de los trabajadores y el socialismo. Sin una organización socialista propia de la mujer trabajadora, el feminismo anticapitalista es una abstracción que confunde. Es muy positivo que, en oposición a los límites impuestos en los Encuentros por acuerdos con el clero, el movimiento femenino se declare abiertamente anti-clerical y combativo, pero el objetivo de los marxistas es construir un movimiento propio de la mujer trabajadora que participe en esa lucha como un componente clasista del proletariado que tiene por objetivo el gobierno de la clase obrera.

Las posiciones de clase frente a la opresión de la mujer no son las mismas en el complejo espectro del movimiento de la mujer, e incluso son antagónicas. Las mujeres de la burguesía resuelven la esclavitud doméstica privatizando el trabajo del hogar por medio de una trabajadora a tiempo parcial o completo, y la crianza de los niños por medio de una escuela privada de turno entero y con una niñera. La mujer de clase media recurre, aunque en forma harto más limitada, a lo mismo. Asistimos a una proletarización del trabajo doméstico precario y flexible; a una profundización de la miseria social de la mujer trabajadora. Una trabajadora solamente puede acabar con la esclavitud doméstica mediante la socialización de los servicios del hogar, como los lavaderos estatales, los comedores de empresas y municipales, los jardines del mismo carácter y una participación directa en los asuntos comunes y políticos por medio del poder de los consejos obreros. Empoderar a la mujer significa, como primer paso, la participación en la lucha por el gobierno de la clase obrera.

En las décadas de los ’60 y ’70 el movimiento feminista alcanzó un gran desarrollo y esplendor, y es probable que los aportes que hizo en el campo teórico acerca de la opresión de la mujer hayan sido los de mayor nivel. Ese movimiento decayó, sin embargo, con el retroceso que experimentaron los trabajadores, en partícular en los ’90. Pero ese retroceso no fue la consecuencia mecánica de una ofensiva capitalista sino de la capitulación completa de la socialdemocracia y del stalinismo ante esa ofensiva, lo que los llevó a su virtual desaparición. Lo mismo ocurrió con las filiales femeninas de estas corrientes. Ahora, los pueblos enfrentan las consecuencias de una década de bancarrotas capitalistas y de rescates que han sido pagados con enormes sufrimientos por las masas, guerras a repetición y crisis políticas severas, incluso en los países más desarrollados. Este conjunto de factores anuncia un período de insurgencias y revoluciones, como ya ha ocurrido en los países árabes y en Medio Oriente en general y en Asia. El movimiento actual de la mujer irrumpe en estas circunstancias y ello es una manifestación de la conciencia con que aborda el desafío de este período histórico. Para obtener un resultado victorioso es necesario que las mujeres explotadas se organicen, como ha ocurrido históricamente en otras etapas revolucionarias, en un movimiento de clase y socialista, que luche por el derrocamiento del poder capitalista y el gobierno de trabajadores. La cuestión de la mujer es una cuestión histórica y una cuestión social.

Una analogía histórica muestra una distancia abismal del movimiento actual con relación al movimiento de mujeres socialistas y luego comunistas hasta finales de la década de los ’20 del siglo pasado. Lejos de ser un movimiento de masas y mayoritario, como en ese pasado, la tendencia socialista en el movimiento de la mujer es en la actualidad una franca minoría. Es un reflejo del retroceso del socialismo revolucionario en el movimiento obrero en general. Esto produce una presión hacia la adaptación al feminismo policlasista, sea a secas o anti-capitalista.

El movimiento de la mujer socialista no puede auto-proclamarse desde una posición minoritaria, debe ganar su lugar; por un lado, participando con firmeza en la lucha general y democrática de la mujer, por el otro, desarrollando un trabajo de organización de la mujer explotada en los lugares de trabajo, en los sindicatos y entre las trabajadoras fuera del mercado formal, y aprovechar así la tendencia al crecimiento de la izquierda revolucionaria en el movimiento obrero y la juventud. Lo que no puede hacer es renunciar a reforzar a la clase obrera mediante la promoción de una activa participación de la mujer trabajadora en las luchas obreras, por medio de una organización propia, y no puede ni es admisible, renunciar a presentar ante el conjunto de las mujeres una alternativa obrera y socialista.

Si “el estado es responsable” – hay que tomar el poder del Estado.