UNA VERSIÓN IDÍLICA DEL CAPITAL
El domingo pasado, el analista internacional, Jorge Castro, retomó el estilo infatigable que lo caracteriza, ¿En qué consiste? Pues sencillamente en ignorar el impasse (diríamos que mortal) en que se encuentra el capitalismo mundial, para volver a presentar una perspectiva utópica, aunque en esta ocasión más plagada todavía que antes de contradicciones insuperables Eco Clarín).
El artículo (“Estados Unidos recorta sus costos de producción”) describe una tendencia a la supresión de lo que llama los “costos laborales” y de “los costos empresarios”, y hasta de la remuneración de los inversores – un cuadro que se parece más al comunismo desarrollado que al capitalismo realmente existente. La digitalización de la industria y de los servicios, y la robotización, dice, “tienden a eliminar” (textual) los primeros; la rebaja generalizada de impuestos al capital y la eliminación de regulaciones estatales haría lo mismo con los segundos; y la tendencia ya presente a dejar de pagar dividendos, logaría lo tercero. “El capitalismo del siglo XXI”, concluye, “inaugura una fase histórica nunca antes alcanzada”. ¿Por qué preocuparse, entonces, por una quiebra de parte de la banca italiana o incluso del Deutsche Bank, aunque las acciones de éste protagonicen una recuperación debido a sus vínculos con el equipo de Trump – o por la tendencia creciente a la quiebra de la “banca en la sombra” en China, que maneja billones de dólares de colocaciones financieras? El ángulo tecnológico al que se aferra Castro, caracteriza a una sociedad que produce valores uso y que es indiferente, por lo tanto, por la creación de valor (que se manifiesta en el intercambio) y por la acumulación de capital, entendido como la forma suprema valorización de los valores (mercantiles). Extrapolando las innovaciones tecnológicas en forma lineal, el analista hace abstracción de las contradicciones insalvables del capital.
Tecnología y valor
Castro parece ignorar que la robotización del proceso productivo, o sea la cuasi eliminación de la fuerza de trabajo, no solamente suprimiría la demanda final y por lo tanto la posibilidad de realizar la producción que se ha consumado. Tampoco crearía valor, pues se limitaría a transferir al producto final los valores que fueron consumidos en el proceso de la producción; sin valor productivo nuevo, no podrían producirse salarios sino tampoco ganancias. Estas condiciones convierten al capitalismo en una contradicción existencial. De aquí se desprende que cada “revolución industrial” (como la denomina Castro), aproxima al capital a su disolución. La robotización, entonces, sólo puede avanzar en forma parcial y si, en primer lugar, se desarrollan al mismo tiempo o subsiguientemente nuevos procesos laborales dentro o fuera de la industria robotizada o de los procesos digitalizados. Hay un segundo aspecto a tener en cuenta y es que la industria de elevada composición tecnológica desarrolle mecanismos para absorber la creación de valor que se produce en el conjunto de la economía no afectada por la supresión de la fuerza de trabajo, o sea en las relaciones con la industria de composición técnica inferior, y que obtenga una tasa de ganancia sobre el capital invertido que sea superior al período histórico precedente.
Con descuido y como al pasar, Castro mismo deja al desnudo, sin embargo, las contradicciones del proceso que describe, o mejor la hipertrofia de este proceso. Es así que destaca una caída de los costos de producción, en Estados Unidos, “a pesar de una caída de la productividad” en el último lustro.
Una asociación de la robótica o la digitalización con la caída de la unidad producto por fuerza de trabajo, suena obviamente paradójica. Es que, en efecto, todas las economías capitalistas desarrolladas se encuentran funcionando por debajo de su potencial, o sea del potencial de su capital antiguo. En Gran Bretaña acaba de presentarse un conflicto con la renovación de una red ferroviaria que todavía no ha sido amortizada, o sea que dejará una pérdida; el capital se convierte en el freno de su propia revolución industrial. En estas condiciones la baja de costos que se verifica, tiene que ver con una racionalización de la organización del trabajo y con una sobre explotación de la fuerza trabajo ¡precisamente cuando se hace el elogio de la robótica! Otro factor de reducción de costos es la caída del costo financiero del capital a invertir, como consecuencia de tasas de interés muy bajas. Pero, una de dos: o las tasas de interés deberán subir si crece la inversión de capital, y se convertirán de estímulo en traba, o el capital que negocia dinero a interés comenzará a retraerse, lo cual profundizaría la deflación que se desarrollara desde hace más de una década y, por lo tanto, de encarecimiento del dinero relativo al valor de la producción. Como el entrelazamiento entre el capital invertido en la producción y el capital invertido en la negociación de dinero es cada vez mayor, la vigencia de una u otra alternativa será decidida por la vía de crisis cada vez más intensas.
La robótica de Trump
Castro ilustra la caída de los costos con el caso del shale gas, que hoy le permite operar a precios inferiores al de hace algunos años. Esto no fue general, pues muchas empresas quebraron y dejaron en la percha a los bancos acreedores. O sea que la industria opera con energía más barata. Pero esto ha desatado, precisamente, una pelea entre las gasíferas, que quieren exportar para aumentar el precio, y sus clientes, que favorecen un mercado cautivo. Las quiebras mencionadas, de las llamadas independientes, han redundado en un acaparamiento de yacimientos por los pulpos más conocidos y por lo tanto una tendencia a concentrar la oferta, lo que permite una regulación del precio final.
La tendencia de Castro a confundir una tendencia general (digitalización, robotización) con aspectos episódicos, se manifiesta con más claridad con la llamada reducción del “costo empresario”, que alude a la decisión de Trump de bajar impuestos. El déficit fiscal que resultaría de esto aumentaría los costos financieros y podría derivar en una inestabilidad mayor del comercio y del movimiento internacional de dinero y de capitales. Sería una fuente de crisis políticas y hasta de guerras. Debería aumentar el costo monetario laboral, en un país donde al remuneración de la fuerza de trabajo viene cayendo en forma regular. El resultado sería algo que preocupa cada vez más a las agencias de calificación: el aumento del ‘riesgo político’ – un costo que puede alterar a todos los otros costos. El déficit fiscal y el aumento de la tasa de interés implicaría una desvalorización de la deuda púbica, o sea de perjuicios y quiebras para sus tenedores – en primer lugar la Fed y luego los acreedores internacionales y nacionales.
Como el tema del ‘costo empresario’ implicaría una recaudación fiscal menor, se plantea el interrogante de cómo haría el Estado para sostener económicamente a la población que perdería su empleo como consecuencia de esta ‘revolución industrial’, o que recibiría menores salarios como consecuencia de las mayores ganancias que recibirían las patronales favorecidas por reducciones de costos de todo tipo. Incluso para EEUU, la emisión de moneda tiene un límite, pues puede ampliar el mercado interior para una invasión de mercancías extranjeras o suscitar una carestía creciente. La eliminación de la fuerza de trabajo por parte del capital trastorna por completo la condición del capitalismo: de proveedor del excedente económico para el capital, el trabajador se convierte en un asistido por ese capital. Una regresión histórica enorme de la civilización.
La tecnología en fetiche
El análisis de Castro alcanza su punto de mayor fetichismo cuando se refiere a la enorme suma de capital-dinero o capital-acciones que han acumulado las empresas ‘high-tech’. Destaca que “la regla de estas compañías es ampliar constantemente el sotck de capital sin recomprar acciones ni distribuir dividendos”, y que ellas “podrían repatriar u$s 700 mil millones del exterior”. Significativamente, es lo contrario de lo que hacen las restantes compañías, incluidas las petroleras y las gasíferas, que se endeudan para ampliar su capital e incluso para pagar dividendos. ¿Qué tienen una que falta a las otras?
En realidad, Apple, por ejemplo, atesora una gran suma en efectivo, lo que representa un signo claro de obstrucción del proceso productivo. Castro lo describe, sin embargo, al revés: como “el principal instrumento de competitividad”. El mismo atesoramiento, sin embargo, se ve en los bancos norteamericanos, que son ‘high’ pero no producen ‘tech’. Los bancos reinvierten en la Fed, a cambio de una tasa de interés, el dinero que reciben del ‘plan de estímulo’ (emisión) de la misma Fed – unos dos billones y medio de dólares.
Apple y compañía tienen un enorme capital bursátil inflado por expectativas de ganancias, y sus accionistas se cobran los dividendos cuando venden una porción de las acciones que tienen en su cartera a un precio mayor al de compra. El dividendo potencial que se cobra en acciones que son infladas por la especulación, es la forma que precede al crack bursátil o bancario. El carácter ficticio del capital bursátil de las ‘high-tech’ es más acentuado que el resto de las que cotizan en Bolsas. No sorprende, entonces, que Castro limite el alcance de la robotización que profetiza a “Los próximos seis meses en EE.UU (que) serán memorables en la historia de la economía mundial”. El analista dominical de Clarín es un apostador por Trump.
El límite del capital
Castro involucra a China en este proceso ‘histórico’. Señala una convergencia de costos de producción entre “la cuenca del río Yantzé y el sur de Estados Unidos”. O sea que, antes que nada, Usa va hacia “costos chinos”, un progreso regresivo que no podría calificar como industrialmente revolucionario. La evolución de China hacia cadenas de mayor valor agregado es cierta y ocurre bajo la presión de una caída fenomenal de la tasa de beneficio en el parque industrial actual. De modo que China tendrá que atravesar por una crisis severa antes de poder aprovechar nuevas oportunidades. De otro lado, China ha pasado a ser por primera vez, en 2016, exportador neto de capital – su inversión en el exterior superó a las inversiones extranjeras en su territorio.
Los capitales de China, sin embargo, procuran salir de la crisis industrial y del acecho de una crisis para bancaria, mediante la asociación con empresas extranjeras fuera del país o adquisiciones parciales o totales. El desarrollo interno de sus fuerzas productivas enfrenta obstáculos cada vez mayores, incluida una militancia obrera más numerosa y combativa. Choca, asimismo, con el capital internacional establecido, el cual manifiesta, al menos por boca de Trump, una tendencia a encarar una guerra comercial.
En contraste con las expectativas de Castro, los pronósticos visualizan una acentuación en la tendencia de la crisis mundial. La reducción del tiempo de trabajo necesario para la reproducción de una sociedad basada en la explotación del trabajo ajeno, mina el proceso de valorización de la riqueza que se crea sobre la base de ese trabajo y con ello mina también el beneficio relativo del capital invertido en esa creación. Es la contradicción insuperable del capitalismo. 2El límite del capital es el capital mismo”.