PJ : UNA PASIÓN DE PUNTEROS
Desde que, a fines de los ‘90, formara el “grupo Calafate”, Kirchner no dejó de improvisar todo tipo de esquemas políticos. Campeón de la reelección indefinida en su provincia (y luego en varias otras), apoyó ‘con cariño’ el pacto Menem-Alfonsín y la re-reelección de Menem; mucho más tarde, el dedo ungido de Duhalde para consagrarlo como candidato a Presidente para, finalmente, terminar con la propuesta de formar una coalición de centro-izquierda - que sirvió de alimento para la cavilación política de los ociosos intelectuales del progresismo. Los hechos dicen que no fue capaz de culminar ninguno de esos planteos y acabó recurriendo a un clásico de la politiquería patronal argentina, rebautizada recientemente como ‘borocotización’. De este modo compró la adhesión de una parte de la UCR y hace un par de días la de Lavagna.
“Formemos una comisión”
Lo que los plumíferos de Kirchner presentan ahora como el diseño de una arquitectura política, no es otra cosa que un recurso de emergencia - como lo fueron los anteriores. Ocurre que a pesar de la generalizada adquisición de voluntades (y de condiciones fiscales excepcionales) la señora Cristina Kirchner ganó en octubre pasado con poco más del 45% de los votos - o sea que sólo se salvó de una segunda vuelta debido a la fragmentación de los opositores. Adicionalmente, el oficialismo perdió en las grandes ciudades del país, e incluso en dos provincias como Santa Fe y Córdoba. Néstor Kirchner no quiere llegar a 2011 en las mismas condiciones, y mucho menos todavía a las parlamentarias de 2009, en las que podría perder bancas en el Congreso y en las legislaturas como consecuencia de la fragmentación dentro de kirchnerismo - que supera por lejos la que exhiben sus rivales. En una gran parte de los municipios del país (aunque en especial en la provincia de Buenos Aires), los ganadores no llegaron al 30% de los votos debido a la división oficial. Este conjunto de circunstancias explican que ahora ensaye la resurrección del aparato por excelencia de los punteros y del clientelismo. Esta es la única ‘pasión argentina’ que anima (y que ha animado siempre) al bien definido pejotismo. La diferencia, esta vez, es que quien pilotea la resurrección de este parásito histórico es el llamado ‘setentismo’, o sea el que ha salido a cobrar los dividendos del sacrificio de una generación que pretendió convertir a la Argentina en una “patria socialista”.
‘Todos unidos triunfaremos’
En este marco general debe entenderse el ‘reencuentro’ de Kirchner con Lavagna, y el reconocido protagonismo del cajero ‘Coti’ Nosiglia - por el lado de los ‘radicales K’. Un político patronal que se ‘precie’ es incapaz de vivir al margen de alguna caja presupuestaria. Esto vale también para la ‘inmaculada’ Coalición Cívica, que pobló la lista de funcionarios de Ibarra y de Telerman hasta el momento en que ya no quedó hilo para cortar. Tanto Lavagna como el ‘Coti’ prevén que el cofre fiscal, por lo menos hasta 2009, rebalsará de ‘excedentes’ - de modo que no habrá cómo darle al matrimonio oficial. Los ‘radicales K’ vislumbran la posibilidad de recomponer a la UCR gracias a las dádivas que caigan de la mesa oficial, y que por eso tienen mejores condiciones que los raleados seguidores de Gerardo Morales o Alfonsín. De todos modos, no hay que excluir que Alfonsín se pase de bando o se mantenga neutral, teniendo en cuenta que representa los mismos intereses sociales de la ‘patria devaluacionista’ del duhaldismo y de Lavagna. Si el proyecto que se atribuye a Kirchner prosperara, no tendríamos, de todos modos, una ‘recomposición de los partidos políticos’, sino de un aparato manejado por la camarilla que controla el Poder Ejecutivo. Ya se habla de reunir el congreso del PJ en un par de días y convocar a elecciones con lista única y padrón trucho en otras pocas semanas. El régimen de los superpoderes, del sigilo y del manejo ‘a piacere’ de la Justicia es incapaz de alumbrar un partido político que merezca ese nombre - o sea sobre la base de un programa, de la deliberación y de la iniciativa popular. Si se observa lo que ocurre en Pinamar, donde el ‘renovador’ del PJ anda por la calle gracias a una eximición de prisión, o los atentados sufridos por los intendentes de Almirante Brown, Esteban Echeverría y de Luján, o el acoso de Alak a Bruera en La Plata, resulta claro que el pejotismo será más que nunca un ámbito de disputas de camarillas. Algo similar puede afirmarse de la llamada “crisis de la seguridad”, que es la expresión de la descomposición de las camarillas represivas ligadas al sistema de punteros. No menor es la crisis política de conjunto que ya se perfila en la provincia de Buenos Aires y en el PJ bonaerense, que combina una enorme crisis fiscal con una declarada disputa entre el gobernador Scioli y su vice, Balestrini. No es ocioso, por todo esto, prestar atención a los que aconsejan a Kirchner que deje la dirección del PJ en manos de algún figurón, mientras él se pone por encima de todo el mundo y toma el mando de una ‘coalición nacional’. Los interesados en esta sugerencia son, claro está, los ‘piquetruchos’ y los ‘progres’, que ven deshilacharse sus quimeras de una ruptura política con los punteros pejotistas.
“Mi único heredero”
Si nos guiamos por las apariencias, Kirchner pretende, tardíamente, hacer lo que Perón hizo entre el ‘46 y el ‘49, cuando cooptó a la burocracia de los sindicatos, a una fracción de la UCR y a una parte de los militares, para formar primero el “partido único de la revolución” y luego el partido peronista - que no fue nunca otra cosa que una correa de transmisión burocrática del propio Perón. Pero Kirchner no tiene el ascendiente popular de Perón, ni el peronismo se presenta en la actualidad como una innovación histórica, e incluso tampoco se beneficia de las excepcionales condiciones económicas del primer peronismo. Porque aunque muchas cosas luzcan parecidas, como los altos precios de las materias primas y las reservas en divisas, el capitalismo mundial iniciaba, en la posguerra, un ciclo de reconstrucción económica generalizada, en tanto que la situación actual se caracteriza por crisis económicas y catástrofes bancarias. Mientras el primer peronismo se caracterizó por la redistribución progresiva del ingreso y una fenomenal mejora de las condiciones laborales, al kirchnerismo lo caracteriza la redistribución regresiva, la flexibilización laboral y el trabajo en negro. El 90 por ciento de los argentinos comparte la opinión de que el proyecto oficialista (cualquiera sea) no resiste un derrumbe de las condiciones financieras internacionales.
‘Volvé aunque no te perdonamos’
La operación Lavagna tiene, con todo, otro aspecto que va más allá de los apetitos de unos y otros. El gobierno ya ha dado señales de que comprende que la crisis mundial va a golpear a la Argentina, quizá mucho antes y mucho más que a otras economías de tercer orden, debido a que tiene pendientes varios conflictos con la deuda externa, un postergado aumento de tarifas de combustibles, energía y transporte, y una inflación creciente. Argentina, por ejemplo, ya no podría colocar más deuda en Venezuela, porque ahora es mucho más difícil para Venezuela recolocar esa deuda en el mercado internacional. Lavagna ya había planteado que, en estas condiciones, había que normalizar la situación de la deuda externa argentina, para lo cual propuso negociar con el Club de París y normalizar la deuda que se ajusta en pesos, lo que implica cesar la intervención al Indec. También fue Lavagna quien planteó poner distancia de Chávez. La aparición de Lavagna plantea choques, naturalmente, con las camarillas que serían afectadas por este giro - en primer lugar la que pilotea De Vido. Pero la incorporación del ex ministro al pejotismo oficial pone de manifiesto que se han agotado las posibilidades de la demagogia ‘nac. & pop.’ del kirchnerismo.
Independencia política de la clase obrera
Durante el primer peronismo, numerosos activistas resistieron la cooptación y la regimentación del oficialismo, pero lo hacían, lamentablemente - o incluso a pesar de ellos- , desde una posición pro-imperialista: uno, porque caracterizaban deformadamente las conquistas sociales que arrancaban los trabajadores como concesiones demagógicas o fascistizantes; dos, porque seguían a dos partidos, el socialista y el comunista, que obedecían a los acuerdos entre el imperialismo yanqui y la burocracia rusa. Los luchadores obreros de hoy no se encuentran en la misma situación: uno, porque el kirchnerismo es una versión ridícula del original; dos, porque en el plano político evolucionan en un sentido revolucionario. La reciente reunión de la Presidenta con la CTA dejó, en este plano, una enseñanza imperdible, porque demostró el completo callejón sin salida del centroizquierdismo burocrático sindical y político. Los burócratas centroizquierdistas fueron con Lozano a pedirle el reconocimiento gremial de la CTA y se encontraron, ¡de nuevo!, con un violento ataque contra los maestros. El matrimonio tiene una verdadera obsesión contra la docencia, que les viene de Santa Cruz, donde la persiguió en forma implacable durante una década y media. Sin embargo, la CTA y Ctera se aprestan, después de esto, a volver a actuar como verdugos de los docentes en materia de salarios y carrera docente, y a desconocer a los sindicatos provinciales al aceptar integrar comisiones de mediación con los gobernadores. La burocracia de la CTA es un obstáculo para la independencia política de los trabajadores; incluso los sectores afines a ella dentro del Movimiento Intersindical Clasista, han simplemente decidido disolverlo para no verse obligados a solidarizarse con las luchas obreras en curso, que no cuentan con el aval de la burocracia o el gobierno. En mayo de 2000, Hugo Moyano señaló, ante una concentración sindical, que “el peronismo está terminado”. Hace mucho menos tiempo prefirió los Rodríguez Saá a Kirchner e incluso hace un par de semanas juró que se pasaba a “la vereda de enfrente”. Moyano debe haber recapacitado mucho, porque ahora reclama el 33 por ciento del pejotismo. La burocracia sindical ha sido incapaz de ofrecer una perspectiva política independiente, incluso cuando el derrumbe de la política patronal y del pejotismo era total. La completa bancarrota del moyanismo, que alguna vez, en los años finales de Menem, pretendió aparecer como una alternativa más allá de los sindicatos, ha quedado demostrada en su apoyo a la represión de los trabajadores del Casino y del subte, o en el convenio que está firmando en estos momentos la UTA. Esta firma es doblemente significativa en momentos en que el acoso a los choferes es simplemente brutal - ‘apretados’ por la flexibilización laboral de los patrones, por un lado, y por la represión vial del Estado, por el otro.
Manos a la obra
En definitiva, el proyecto pejotista de Kirchner no inaugura una renovación política, ni mucho menos la posibilidad de un protagonismo de masas de los trabajadores o de los activistas. Está preñado de contradicciones insalvables, incluso porque se trata de un planteo tardío. Es completamente reaccionario porque apunta al clientelismo, a la regimentación popular y a la restricción de los espacios de democracia. Su futuro está comprometido por una crisis bancaria internacional arrasadora y por la insatisfacción social de los trabajadores. Las condiciones que hacen inviable el proyecto kirchnerista son las que marcan, al mismo tiempo, toda la fuerza histórica de una perspectiva independiente de los trabajadores.
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/9147-