LA MASACRE SIONISTA DE LÍBANO, OTRA GUERRA DE BUSH
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/4506-
¿Cuáles son los objetivos políticos de la guerra brutal desatada por Israel contra el Líbano?
La versión oficial señala que se trata de erradicar al Hezbollah del sur del Líbano y de que el ejército libanés se haga cargo de la frontera con Israel. Con este propósito la guerra se prolongará aun varias semanas, sin que importe las víctimas y la destrucción que cause. En los planes del Estado Mayor sionista está prevista la invasión por tierra del Líbano, para llevar a un término final este objetivo.
¿Es plausible esta versión?
Si el objetivo es solamente acabar con Hezbollah no se comprende el macizo bombardeo de la población y de la infraestructura civiles. Los propagandistas del sionismo dicen que se trata de una consecuencia indeseada de la guerra, provocada por la instalación del Hezbollah entre la población libanesa. Sin embargo, incluso antes esta agresión, cuando comenzaron los ataques a Gaza y la ocupación militar del norte de la Franja, el primer ministro de Israel no había dudado en decir que el bombardeo de la población civil obedecía a la necesidad de obligar a ésta a presionar a las organizaciones militares palestinas (y ahora a Hezbollah) a ceder a los reclamos de Israel. Hasta ahora no se ha escuchado a nadie, en la diplomacia o el derecho internacionales, recordar que el bombardeo de “ciudades abiertas”, o sea donde el Estado no ofrece una resistencia militar, es un crimen de guerra.
El terror contra la población civil apuntaría más allá de la intención de poner fin a una organización político-militar, por importante que ésta sea. Varios observadores aseguran que Israel pretende un ‘cambio de régimen’ en el Líbano, o sea instalar un gobierno títere, lo cual figura desde hace tiempo en los planes del Estado Mayor de Israel. Sin embargo, si el sionismo lograra, hipotéticamente, imponer un régimen adicto al frente del Estado libanés, lo único que habrá logrado es extender a un área geográfica y social varias veces superior a la actual, la lucha nacional de las masas árabes contra el sionismo. De un modo más general, el imperialismo se las habría ‘ingeniado’ para crear un teatro de guerra popular internacional desde Afganistán, en el este, hasta el Mediterráneo en el oeste e involucrar a varios centenares de millones de personas.
El sionismo, de todos modos, necesitaría, antes de imponer un gobierno de su obediencia, encontrar a quienes quieran hacerle ese servicio. En el pasado contó para ello con un fracción de las clases dominantes cristianas del Líbano. Pero en los últimos veinte años, los capitalistas libaneses se han acomodado muy bien con el régimen político actual, que es una coalición de los diferentes intereses y de las diferentes clases. Incluso han logrado el retiro del ejército de ocupación de Siria, el año pasado, sin que ello hubiera afectado el equilibrio político ni de las fuerzas que están en el gobierno. Sería muy difícil y extraño que Israel, o incluso los imperialismos yanqui y francés, consigan reunir fuerzas políticas internas que quieran volver al cuadro de guerra civil de hace dos décadas.
Como alternativa a una ocupación duradera y a la instalación de un gobierno títere, ha comenzado a circular la propuesta de que un contingente macizo de tropas de la ONU tomaran a su cargo la frontera entre los dos países. El promotor más interesado de la propuesta es el italiano Prodi, que de este modo supone que podrá superar la oposición interna en Italia al voto del refinanciamiento de sus tropas en Afganistán y otros puntos del planeta. Israel ha coqueteado con la idea para ganar tiempo, incluso proponiendo que el contingente no tuviera menos de treinta mil efectivos, a sabiendas de que hoy ningún país imperialista está en condiciones de comprometer tropas en otra guerra. El sionismo tampoco permitiría que una fuerza ajena venga a cumplir funciones de arbitraje en una zona en la que él se reserva el derecho unilateral de represalia contra cualquier evento que comprometa sus intereses. Tampoco Bush estaría en condiciones de imponer sobre el terreno una coalición político-militar internacional homogénea. Apenas se entienden en Irak, menos en las fronteras palestinas.
Sobre el terreno, la población del Líbano no se ha dejado intimidar por los bombardeos —como antes tampoco la de Gaza—; se opone al agresor y defiende la autonomía territorial y nacional del país. Mucho menos se ha dejado intimidar Hezbollah, que ha respondido con el lanzamiento de cohetes contra el norte de Israel. En los primeros choques físicos con las unidades de élite del ejército sionista, Hezbollah ha revelado una preparación militar y logística muy alta. La enorme superioridad tecnológica de Israel no será suficiente para ahorrarle bajas, que el tiempo dirá cómo afectarán la percepción política de la población judía. Es muy posible que, habiendo intentado desmoralizar a los árabes con una masacre aérea indiscriminada, termine desmoralizando a la galvanizada población judía y galvanizando a la árabe.
El imaginario sionista tiene la obsesión de una Palestina desarabizada. Pero para esto Israel debería tener los medios políticos de Hitler y una situación internacional equivalente a la impuso el imperialismo internacional en aquel tiempo. La contradicción entre los objetivos políticos de guerra del sionismo y la situación mundial tomada en su conjunto, es el problema insuperable de toda esta criminal agresión israelí.
A la hora de justificar esta guerra, el pensamiento estratégico, sea sionista o norteamericano, se pone a la defensiva. Alude a que el ejército israelí no podía permitir el secuestro de sus soldados sin perder el crédito de su población o de sus conscriptos. A que tampoco puede permitir que cohetes, incluso si son artesanales, aterricen sobre sus ciudades. Con 500 bombas nucleares, uno de los ejércitos más poderosos del mundo, una tecnología militar sofisticada, el apoyo financiero, político y militar de la primer potencia internacional, un PBI de 20.000 dólares por habitante, un pueblo de excelentes cualidades intelectuales e industriales; con todo esto, el sionismo justifica sus acciones como si fuera una ciudadela sitiada. La conclusión que se impone es que el sionismo constituye una anomalía histórica; que la seguridad militar es un mito; que la salida a la tragedia que el imperialismo y el sionismo han creado en la región se encuentra en un ámbito social y nacional más amplio, incompatible con la explotación social y los privilegios nacionalistas.
El sionismo ha desatado esta masacre, no como consecuencia de la acción de hombres suicidas que acaban con la vida de decenas y decenas de personas. Los estallidos de transportes, de cafés o de fiestas de casamiento no provocaron represalias como la desatada ahora. En el caso actual el detonante fue, primero, el secuestro de un soldado cerca de Gaza y, después, el de otros dos en la frontera con Líbano. ¿Quiere decir que para el sionismo los militares valen más que los civiles? Tampoco. Lo que el sionismo pretende castigar es la calidad de la acción de la resistencia palestina, que en lugar de tomar como blancos indiscriminados a los civiles, ha sido capaz de operaciones militares audaces. Cuando los árabes ‘civilizan’ su guerra y la convierten en una lucha armada contra la fuerza armada del opresor, los sionistas vuelven a su política de siempre: desde 1948 en adelante —a la masacre de la población civil. ¡El sionismo prefiere a los ‘kamikazes’!
La acción de Hezbollah, que provocó la muerte de ocho militares israelíes y el secuestro de otros dos, no fue la demostración de que sea una organización terrorista. Fue una acción políticamente necesaria para intentar frenar la represión descomunal que el ejército sionista estaba desarrollando en Gaza contra la resistencia y las masas palestinas. Israel protesta porque tiene que luchar en dos frentes. ¡Quiere que se le reconozca un derecho internacional a destruir a los pueblos árabes por separado!
Israel llega a esta guerra criminal del Líbano luego de un pertinaz sabotaje al gobierno de Hamas, en la zona de la Autoridad Palestina, que había sido libremente electo por su pueblo. Intentó desatar, por todos los medios, una guerra civil entre palestinos. Bloqueó un trabajo de orfebrería de la diplomacia internacional para reconvertir a Hamas del ‘terrorismo’ a la ‘política y para forzarla a aceptar un ‘status quo’ que reserva para Israel la parte del león del territorio de Palestina y de sus recursos de agua. Nada prueba mejor la inviabilidad histórica de Israel que la incapaz política del sionismo y la necesidad que tiene de un estado de guerra permanente.
Todos los observadores prevén que la agresión israelí continuará por varias semanas, o sea todo el tiempo que le pueda otorgar el paraguas del imperialismo norteamericano. Los ‘finos’ estrategas del sionismo ni siquiera se dan cuenta que están peleando, por lo menos en última instancia, una guerra de otros —la del imperialismo yanqui y Bush, que sí quieren crear un ‘segundo frente’, que alivie la presión mortal que sufren en Irak. Mientras a los sionistas les preocupan las fronteras, Washington necesita la presión de la guerra sionista para forzar a Irán y a Siria a que lo ayuden a salir del pantano de Irak. Los sionistas sacrifican a los judíos de Haifa para hacerle un servicio a los antisemitas del establishment norteamericano.
Esta guerra rompe, otra vez, el precario equilibrio del Medio Oriente y toda la situación mundial. La economía y la política internacionales serán condicionadas, aún más todavía, por las guerras. La dominación mundial del capital toca de este modo su propio límite. La lucha contra la guerra debe ser una lucha contra los gobiernos que emprenden esta guerra, una lucha contra la clase capitalista que sostiene a estos gobiernos y contra sus Estados, una lucha de carácter internacional que ponga claro que la paz mundial exige poner fin al capitalismo.
Llamamos a redoblar la movilización internacional con dos reivindicaciones muy inmediatas y concretas: Fuera las tropas sionistas del Líbano y de Gaza y Cisjordania; libertad a los presos políticos palestinos.