LA NUEVA ETAPA EN BOLIVIA

LA NUEVA ETAPA EN BOLIVIA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/1445-

Con la asunción a la presidencia del titular de la Corte Suprema, el poder político en Bolivia se ha convertido en una nulidad perfecta. El escaso mandato de gobierno que tenía Mesa ha quedado reducido a la nada. El presidente del Senado había acariciado la idea de reemplazar a Mesa y desatar una represión en gran escala, pero la tentativa fue ahogada en la raíz, de un lado por una gran movilización popular, que rodeó la ciudad de Sucre, donde había ido a refugiarse el Congreso, y del otro lado, por la decisión del gobierno de Bush y de sus cómplices de Argentina y Brasil, de que todavía hay espacio, tiempo y recursos para dominar el levantamiento popular por medios democratizantes. Influyó en esta orientación la incertidumbre acerca de si el ejército sería capaz de ejercer el gobierno en forma duradera, en el caso de un golpe. La viabilidad de esta intentona democratizante quedó planteada a partir de la seguridad que dio Evo Morales de que apoyaría con una tregua el pasaje del gobierno al presidente de la Corte. La situación política del momento en Bolivia se caracteriza, precisamente, por el estado de tregua.

El nuevo presidente, Rodríguez Veltzé, debería en principio cumplir la función de casero durante el período que seguiría a la convocatoria de elecciones generales. Esta tarea no resulta, sin embargo, tan simple, porque una cosa es que mantenga al Congreso en funciones y otra que lo disuelva. El Congreso es la cueva golpista y el refugio de la derecha boliviana, de modo que su continuidad es una invitación a la conspiración permanente. Quedaría planteada la enorme contradicción de un Congreso sin mandato popular que, sin embargo, conserva la facultad de legislar y, por lo tanto, de gobernar, y del otro lado, un Presidente que ha surgido por encima del Congreso pero que no puede hacer ni una cosa, ni la otra. Si el Congreso trucho sigue en funciones hasta las elecciones podría convocar a una Constituyente en sus propios términos o con sus propias condiciones e incluso autorizar los referendos autonómicos que reclaman las oligarquías de Santa Cruz. Por eso sólo la disolución del Congreso allanaría el camino para las elecciones generales. Pero si el nuevo presidente demuestra que no tiene capacidad para hacerlo, esa tarea elemental quedaría a cargo de las masas que se han replegado.

Todos los temas de la agenda nacional han quedado desplazados por la posibilidad de una convocatoria a elecciones generales. Evo Morales ha dicho que la Constituyente deberá ser convocada por el gobierno que surja de esas elecciones. Las cuestiones de las autonomías y de los hidrocarburos quedarían subordinadas a la Constituyente. La encrucijada boliviana se ha convertido en una muñeca rusa: del reclamo de la nacionalización de los hidrocarburos se pasó a un referendo que estableció la necesidad de una ley que modificara los contratos vigentes; la impasse con la ley derivó en el reclamo de la Constituyente; el tema de la Constituyente suscitó el reclamo de que antes se votaran las autonomías y la impasse en todos estos asuntos provocó la caída de Mesa y la salida de las elecciones. Ahora se dice que el gobierno que surja de ellas convocaría a la Constituyente, que decidiría sobre el petróleo y las autonomías. No hacen falta las encuestas de opinión, sin embargo, para saber que ningún partido conquistaría una mayoría electoral para presidente ni en el parlamento. Han vestido a la muñeca rusa para desvestirla de nuevo.

La encrucijada boliviana se reduce a dos cuestiones de fondo. En primer lugar, si el imperialismo se empeña a fondo en la salida democratizante y organiza un entendimiento de Evo Morales con una futura coalición con los partidos del régimen. En este caso debería admitir algunas modificaciones a las condiciones leoninas de los contratos de hidrocarburos que firmó el derrocado Sánchez de Lozada. No está claro que el imperialismo adopte esta vía, que exigiría un entendimiento no solamente con Kirchner y Lula sino con Chávez. Para contener la belicosidad de los explotados de Bolivia se deberá recurrir a todas las cartas de la diplomacia internacional. Si el imperialismo se empeña a fondo en la vía democratizante (y para ello deberá dejar en suspenso algunas rivalidades interimperialistas, lo cual es lo más difícil), las masas bolivianas deberán atravesar una nueva experiencia política del tipo que vivieron con la UDP del nacionalista Siles Zuazo, en los 80, que culminó en un completo fracaso. Ninguna tentativa democratizante podrá soslayar que, para las masas bolivianas, los hidrocarburos se han convertido en una cuestión de vida o muerte. Las sucesivas victorias populares contra la privatización del agua y otros recursos han desarrollado una conciencia nacional que ya no podrá ser erradicada sin una contrarrevolución.

La otra cuestión de fondo son, precisamente, las masas. La larga crisis ha dejado al desnudo el rol de inmensa bisagra de Evo Morales, entre los trabajadores y el imperialismo. Evo Morales sigue una estrategia perfectamente definida, asesorado por un grupo de profesores arribistas, que se reduce a impedir que cualquier tentativa popular se salga de los marcos democráticos. La resistencia que empeñó contra la pretensión de la derecha de hacer anteceder los referendos autonómicos a la Constituyente y, luego, la forma como abortó el zarpazo que intentó el presidente del Senado, Vaca Diez, para quedarse con el gobierno, han puesto de manifiesto una conciencia política y una estrategia muy claras, que no flaquearon a sabiendas de que un golpe parlamentario podía desatar una insurrección.

La evolución política de la lucha popular depende de los distintos escenarios que se presenten; si el Congreso no es disuelto, por ejemplo, podría crearse una situación revolucionaria en pocos días. Pero si el imperialismo se empeña a fondo en un remedo democrático será necesaria una larga tarea de esclarecimiento político para forjar una vanguardia revolucionaria que pueda ofrecer una alternativa de poder a los políticos del capitalismo.