FIDEL CASTRO EN ARGENTINA

FIDEL CASTRO EN ARGENTINA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/58597-

La concurrida asistencia internacional-latinoamericana a la asunción de Kirchner a la presidencia demuestra la importancia que reviste el nuevo gobierno argentino más allá de la política nacional. Con la mayor parte de las economías y de los estados latinoamericanos en bancarrota, las respectivas burguesías y el imperialismo enfrentan la amenaza de las rebeliones populares. El levantamiento campesino-indígena del 2000 en Ecuador; los sucesivos levantamientos en Bolivia y otros parciales en Perú; el Argentinazo de finales del 2001; confirman las sospechas de los explotadores de que la presente crisis del capitalismo engendra necesariamente la tendencia a la revolución.

 

La “democracia” contra la revolución

El gobierno de Kirchner, en estas condiciones, expresa una victoria de la maniobra democratizante sobre la rebelión popular. El apoyo internacional al nuevo gobierno tiene ese contenido político, que se hace en nombre del “progresismo” o de la oposición al “neo-liberalismo”. No es infrecuente, sino virtualmente una ley absoluta, que los gobiernos burgueses democratizantes encubran su carácter de clase y su función contrarrevolucionaria con denuncias a atropellos parciales y puntuales del imperialismo. Cuánto más si la situación política continúa dominada por la memoria de una reciente rebelión popular. Para reforzar su fachada “progresista” ante la opinión pública, gobiernos como los de Kirchner se valen de los ataques (verbales más que sustanciales) que reciben de la prensa de derecha.

Sin embargo, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos que enviaron sus representantes a Buenos Aires (con la excepción de Cuba), y la propia Argentina, habían recalado 72 horas antes en Quito. Allí suscribieron una declaración de apoyo al colombiano Uribe que amenaza con una intervención internacional contra la guerrilla de las Farc. Antes de Quito, Uribe se había reunido con los jefes de la Unión Europea, que plantearon sin reservas la necesidad de una intervención de la Onu en Colombia. Dos días después, en Buenos Aires, el show era el “progresismo”; los huéspedes del mundo “diplomático” ignoraron olímpicamente el complot de Quito. No hubo una sola voz de denuncia.

 

Fidel

Fidel Castro dominó el escenario de la asunción de Kirchner por la muy sencilla razón de que es una personalidad histórica. Estuvo a la cabeza de la primera revolución socialista victoriosa en América Latina y es el jefe de un Estado que ha resistido la agresión del imperialismo más poderoso de la historia durante medio siglo. En un período marcado por la disolución de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo, incluso en China, en Cuba continúan en pie las que se consideran sus conquistas sociales básicas y la independencia nacional. En una década larga de derrotas internacionales en diversos países, la Cuba surgida de la revolución también ha sufrido enormes retrocesos, pero está en pie. El desconocimiento de estos hechos elementales explica que para tantos comentaristas sea un enigma entender el impacto causado por la presencia de Castro, incluso entre la nueva generación. La televisión cubana no se privó de transmitir el entusiasmo de la juventud en el acto en las escalinatas de la Facultad de Derecho.

 

Catástrofe social y capitalismo

En su discurso, Castro describió con gran elocuencia la catástrofe social y las guerras que caracterizan el actual momento histórico, pero no las relacionó con el agotamiento y la descomposición del capitalismo. No pudo sacar la conclusión, entonces, para la juventud presente en Derecho, de que contra esa catástrofe no hay otra salida que la revolución socialista internacional. Dijo que aunque Cuba encontró la salida en su momento por medio de la revolución, eso no debía ser necesariamente así en el resto del mundo (contrariando, por supuesto, sus propias opiniones de las décadas del ‘60 y ‘70). Consecuentemente, se empeñó en describir la solución a la catástrofe social y humana actual en términos no revolucionarios ni políticos. Señaló que el remedio o la salida para muchas necesidades o carencias no es costoso ni requiere mucho dinero, o sea que está al alcance de la mano y que sólo requiere entendimiento y buena voluntad, con lo cual repitió lo que en Argentina propala la Cta. Dio como ejemplo algunas realizaciones educativas, de salud o infraestructura en Cuba.

Omitió, sin embargo, como también lo omiten todos los “redistribucionistas de ingresos”, que por más baratos que puedan ser efectivamente los remedios a esos males sociales, para el capitalismo es prioritario encontrar el remedio contra su propia bancarrota, por lo cual necesita acaparar para sí toda la riqueza disponible, o sea acentuar la explotación y la confiscación sociales, y no modificar la presente distribución del ingreso. Para hacerlo habrá que, primero, derrocar al capitalismo. Si en Cuba han habido soluciones baratas a las necesidades sociales, ello ha sido posible porque antes hubo una revolución, no por costos económicos. De todos modos, Castro no se refirió a lo poco barato y por el contrario sí muy caro, que salió la integración estructural de Cuba al régimen burocrático de la ex URSS, en la vana pretensión de construir “un ´socialismo´ confinado a un solo bloque”. A cambio de precios más altos para el azúcar cubano exportado y más bajos para el petróleo de importación, se estableció una estructura industrial y de transporte completamente obsoleta con relación al standard mundial. Gran parte de ella tuvo que ser desmantelada o reconvertida.

El slogan con que Fidel concluyó su discurso en Derecho (“viva la humanidad”) es la verdadera conclusión de su discurso: es decir, que las amenazas ecológicas y humanitarias y la existencia de armas de destrucción masiva han puesto al mundo en su conjunto en un mismo barco y crean un lazo de obligación recíproca para salvar al género humano. La lucha de clases ha quedado desplazada como ley histórica fundamental. La catástrofe capitalista exige una correspondiente toma de conciencia de todas las clases sociales sin distinción, no la revolución. Sin embargo, la salida común de toda la humanidad ya la habían expuesto en su momento Jruschov y Gorbachov, sin obtener ningún resultado teórico y mucho menos práctico.

Fidel Castro hizo también, quizás sorprendentemente, pero en la misma línea de que la revolución es un accidente que Cuba sí necesito encarar o que no pudo evitar, una defensa del posibilismo; de que los cambios deben conciliarse con la posibilidad, de que “otro mundo” quizás sea necesario pero por sobre todo tiene que ser posible, y de que la lucha por el cambio posible debe ser incesante o ininterrumpida, en una suerte de posibilismo infinito. Pero la revolución es, por definición, la ruptura de los límites de lo que es posible dentro del régimen social y político de turno, precisamente porque ese régimen ha hecho imposible cualquier cambio sustancial.

 

Un régimen contradictorio

Los planteamientos de Fidel, que por un lado denuncia el cuadro de catástrofe del conjunto de la situación presente y por el otro aconseja su superación en el cuadro de los regímenes sociales existentes, reflejan una contradicción social general: al lado de las conquistas de la revolución cubana, las derrotas de la revolución internacional y, por lo tanto, el aislamiento de la revolución cubana como tal. Reflejan el carácter contradictorio del régimen cubano, que puede todavía producir los mayores niveles de educación y salud, pero no evitar el resurgimiento de la prostitución; que tiene como eje un sistema de planificación que convive con el pillaje a la propiedad estatal; que está dirigido por una burocracia estatal controlada por un Consejo de Estado y por el propio Fidel Castro, que alberga a restauracionistas del capitalismo, a partidarios del statu quo y a los que expresan tendencias revolucionarias.

Este régimen contradictorio tuvo su expresión en las recientes condenas a prisión y fusilamientos decididos en juicios sumarios, no en tribunales populares abiertos como ocurriera en el primer año de la revolución, ni tampoco justificados por una guerra civil. La pena de muerte figura en el código penal para delitos comunes agravados, lo que demuestra la exacerbada deformación política del régimen cubano y es, por sí sola, una confesión de su carácter contradictorio. Es decir que las recientes medidas represivas son, por sobre todo, una afirmación del aparato del Estado frente a la sociedad y de ningún modo un instrumento efectivo de lucha contra el imperialismo. El gobierno cubano plantea la posibilidad de insertarse en la economía mundial en términos que no liquiden la autonomía nacional.

 

Menem y Kirchner

La presencia de Fidel Castro en Argentina fue posible porque antes Duhalde había sustituido el voto de condena a Cuba en la Onu por la abstención. Duhalde, por su lado, se vio forzado a actuar de esta manera para “calzar” internacionalmente su plan político interno, que está condicionado por la rebelión popular agazapada. La gentileza de la abstención fue devuelta con apoyo político. Fidel celebró la derrota electoral de Menem y destacó que los argentinos habían hecho con esto una contribución a la lucha mundial contra el neo-liberalismo (aunque el gobierno de Cuba votó, en 1994, para que el gobierno de Menem ocupara un sitio en el Consejo de Seguridad de la Onu).

Pero “la derrota de Menem” es la contraseña del apoyo al plan político que llevó a Kirchner al gobierno, y al propio gobierno de Kirchner. Ser “progresista” es haber derrotado a Menem, aunque incluso esto no hubiera ocurrido estrictamente en las urnas sino como resultado de una serie de “resguardos” establecidos en el plan político-electoral. Tampoco parece importar, para el caso, que el propósito fundamental que guía a los que “derrotaron” a Menem es sepultar el Argentinazo, pagar la deuda externa, favorecer a las petroleras y mineras, pretender que los planes para los desocupados se conviertan en el salario del plan de obras públicas, y apoyar a Uribe para internacionalizar la guerra civil en Colombia. Todo esto, claro está, “entre otras cosas”.

 

Intervalos

El impacto de la presencia de Fidel traduce también “el aire del momento”. La ilusión de que, quizás, indirectamente, el Argentinazo triunfó… de la mano de K. No en forma revolucionaria, sino constitucional. No echando a todos, ni mediante una Asamblea Constituyente con poder, sino mediante “la renovación generacional”. No barriendo a la Corte, pero a lo mejor despidiendo a Fayt. No derogando la Obediencia Debida ni el Punto Final, sino removiendo a la cúpula de las Fuerzas Armadas para que la Corte goce de mejores condiciones políticas para avalar la constitucionalidad de las leyes de indulto. Todo este macaneo durará el tiempo que lleve poner en evidencia las limitaciones insalvables del gobierno K.

A “la catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla”, nosotros respondemos: completando el Argentinazo y con un gobierno de trabajadores. A la barbarie que representa irrevocablemente el capitalismo en la actualidad, oponemos el socialismo internacional.