DEMOSLE LA "SORPRESA" QUE MAS TEMEN

DEMOSLE LA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/55359-

A la hora de explicar las características de la campaña para las elecciones del 14 de octubre, algunos adjudican el desinterés y la mediocridad que las rodean, a la distracción que estaría provocando la crisis internacional o directamente a una indiferencia de los ciudadanos. Ninguna de esas dos hipótesis son ciertas. En cualquier otra circunstancia, la inminencia de una guerra como la que está complotando el imperialismo yanqui habría sido un tremendo eje de discusión nacional, porque lo que esta guerra compromete es mucho y grave para los trabajadores. El desinterés popular, por otro lado, no puede tener su origen en la propia ciudadanía, toda vez que nunca como ahora el pueblo argentino se encuentra desesperadamente necesitado de salidas de conjunto; por lo tanto, políticas.

Democracia trucha

El fracaso de la campaña electoral para movilizar el interés popular es la expresión del agotamiento del proceso democrático capitalista. Al cabo de una cierta experiencia, los trabajadores llegan a la conclusión de que los procesos electorales no deciden nada y que se reducen a funcionar como pantallas que ocultan el verdadero mecanismo del poder. Aunque todos los partidos que se presentan a las elecciones pretenden ser opositores al gobierno de la Alianza y Cavallo, incluso la Alianza y el partido de Cavallo, o Duhalde que quiere despegarse de Ruckauf, cualquiera sabe bien que esos partidos han votado todo lo que les han exigido De la Rúa-Cavallo (en realidad, los banqueros internacionales y la burguesía nacional) y que lo van a seguir haciendo después del 14, o simplemente que han mirado para otro lado (y que lo seguirán haciendo) frente a las decisiones unilaterales del Ejecutivo, como son los decretos de necesidad y urgencia o los acuerdos con el FMI. Incluso cuando esos decretos y resoluciones seccionan los salarios, postergan el pago de las jubilaciones, fuerzan a los obreros a aceptar los salarios en patacones, simplemente desconocen fallos judiciales que favorecen a los trabajadores, o negocian “megacurros” que aumentan los intereses de la deuda externa argentina en 50.000 millones de dólares.

Es en Washington, donde Daniel Marx, el segundo de Cavallo, está discutiendo de nuevo la deuda argentina, donde se están tomando las decisiones que importan, no en Buenos Aires. Los que toman esas decisiones no son los Duhalde o Alfonsín, ni mucho menos los Carrió o Farinello. Si los trabajadores no quebramos este Estado, que tras el ropaje representativo funciona como una maquinaria de conspiración contra el pueblo, no puede haber democracia ni elecciones genuinas.

Desmoralización de los partidos del sistema

Este marco político ficticio se ve acentuado por la completa desmoralización de los partidos tradicionales. Duhalde, dicen los diarios, ha llamado a “hacer la plancha”, no porque las encuestas le den a favor, sino porque cualquier “ola” lo obligaría a reconocer su responsabilidad en el hundimiento nacional y en el descalabro de la provincia de Buenos Aires. Alfonsín reclama que se lo vote “por respeto”, es decir que lo ha perdido. Far inello confiesa que no le tiene ninguna confianza a sus seguidores del Polo Social, no obstante lo cual pide que se los vote. Carrió repite a quien quiera oirla su sufrimiento por la situación de los pobres, pero delata cuáles son sus verdaderas amistades cuando acepta que Mariano Grondona la reúna con el banquero Escasany, al que ella denunció como el principal contrabandista del oro, lo cual vuelve a demostrar que entre bueyes no hay cornadas.

El FMI impulsa el voto en blanco

La campaña iniciada por los Hadad, los Neustadt, Ambito Financiero y Menem a favor del voto en blanco o nulo, es una clara expresión de la avanzada descomposición del Estado burgués. Los restos mortales de la Ucedé y del menemismo llaman a desconocer, al menos por ahora, a los partidos que defienden su mismo régimen social y a los cuales ellos mismos estuvieron apoyando hasta hace poco. De un lado, esta posición es el certificado de defunción oficial de la experiencia menemista, que será seguida en poco tiempo más por la expulsión de Cavallo del gobierno. Pero el sentido de la campaña de Hadad y compañía tiene también una filiación y un propósito: viabilizar la continuidad de De la Rúa luego del 14 de octubre, destruyendo la capacidad de cualquiera de los candidatos patronales en curso para ofrecerse como una alternativa de recambio de gobierno. Estimulan la atomización de los partidos para mantener en el gobierno a una nulidad política que carece de un partido realmente propio. El gobierno del cero a la izquierda necesita rodearse del vacío político. La descomposición del Estado capitalista en Argentina, avanza implacable a través de la lucha ciega que opone entre sí a todos los partidos de la patronal.

Detrás de los Hadad y Neustadt está Fernando de Santibañes, el jefe de la Side de De la Rúa que impulsó los sobornos del Senado. El que puso a López Murphy. Es decir, el banquero criollo del FMI. Por primera vez, el voto en blanco es consigna de la derecha proimperialista.

Por una campaña enérgica y hasta furiosa por el voto al PO

Ciego, sordo y mudo, el régimen patronal se mueve entre las tinieblas, en el marco de una crisis política internacional sin precedentes y de un derrumbe financiero que no excluye a ninguna de las naciones. La precipitada huida de capitales en Brasil era lo único que faltaba para dejar claro que el régimen actual de Argentina no tiene salida y que su colapso es inevitable.

El votoblanquismo oficial y su necesidad política para este régimen, delata las enormes limitaciones de los partidos y grupos que han convertido al voto en blanco en sinónimo de consigna anticapitalista, en negación metafísica de la democracia formal y en comienzo y fin de la política revolucionaria, ¡aunque luego amenazan con escrachar a los diputados que aprueben el Presupuesto para el 2002!, como lo hicieron D´Elia y Alderete en la reciente caravana electoral del viernes 21 en Plaza de Mayo.

En este enorme cuadro convulsivo, la campaña del Partido Obrero gana crecientes adhesiones, porque está asentada en una base dialéctica indestructible: intervenir en los procesos políticos del capitalismo agonizante, para demostrar que no ofrecen ninguna salida al pueblo; para denunciar a los partidos que son cómplices de este estado de cosas; para ofrecer una alternativa estratégica en nombre de los intereses de conjunto de los explotados; para levantar tribunas que cuestionen la organización política y social presente; para encarnar los intereses y aspiraciones de los explotados en términos de una plataforma política reivindicativa concreta; y para ganar en la lucha política a lo más avanzado de los trabajadores y organizarlo en un partido revolucionario.

Comentando una encuesta electoral en la provincia de Buenos Aires, Clarín dice, en referencia al porcentaje de votos para el Partido Obrero, que el 14 de octubre podría haber una “sorpresa” (24/9). ¡Multipliquemos los esfuerzos para hacerla realidad!

Toda elección representa un recuento de fuerzas. Votar al Partido Obrero es agrupar la mayor cantidad de trabajadores posibles en el campo piquetero y obrero de la presente lucha de clases, algo que no puede sino reforzar la capacidad de lucha de los explotados de Argentina. Votar por el PO es mucho más que votar “por la izquierda”, porque esto último es sólo un lineamiento ideológico con características confusionistas, mientras que lo otro es tomar partido por uno de los campos en el combate de clases.

El voto en blanco no plantea ninguna lucha contra la guerra imperialista del gobiernoBush. Esto solo, basta para mostrar sus limitaciones insalvables.

Cuando faltan dos semanas para concluir la campaña, la posibilidad de ingresar uno o más diputados nacionales, legisladores provinciales y concejales municipales, se presenta como un posibilidad cierta. Semejante resultado estaría mostrando que al lado de la desintegración del régimen oficial se desarrolla su sepulturero político. Es decir que votar por el PO es re-vo-lu-cio-na-rio.

Jorge Altamira