ELECCIONES: AHORA SON TODOS IZQUIERDISTAS

ELECCIONES: AHORA SON TODOS IZQUIERDISTAS

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/55227-

No sería la primera vez que un proceso electoral se encuentre de espaldas a la realidad política. Sin ir más lejos, en 1943, cuando los conservadores se preparaban para obtener una victoria electoral al año siguiente, siguiendo las reglas del “fraude patriótico”, un golpe militar cambió todas las reglas de una vez, y en el curso de la crisis posterior emergió el peronismo. Los opositores democráticos de aquella época quedaron también a la vera del camino, porque se plegaron al rito electoral de un régimen que se acababa, es decir que eran reaccionarios, incluida la izquierda. Ni qué hablar de los comicios de marzo de 1962, que desataron un golpe de Estado apenas se conoció que había ganado el peronismo. Un caso especial fueron las elecciones de 1989, porque sirvieron para que el derrocamiento de Alfonsín, impulsado por la gran banca, tuviera como plataforma de apoyo el voto popular. Una linda lección para quienes las categorías como golpe y elecciones son naturalmente antagónicas.

Ficción y espectáculo

Las elecciones del 14 de octubre próximo sufren de una deformación propia. El régimen que las convoca está muerto, y él mismo reconoce este hecho todos los días, cuando reclama plenos poderes; cuando incrementa los intereses de la deuda en 50.000 millones de dólares por la sola decisión de un burócrata que obtuvo menos del 10% en las elecciones anteriores; y cuando anuncia un plebiscito para después de las elecciones, que tiene todas las marcas de pretender desconocer un resultado electoral (el parlamentario) por otro (la consulta popular). Esto refleja una enorme disgregación política, que todavía puede manifestarse en una suspensión de las elecciones.

Pero no solamente el gobierno finge que todo sigue como estaba. Para completar la ficción, las listas están pobladas de hombres y mujeres del espectáculo. Los programas de todos los partidos que participan de la contienda aceptan como su marco político la continuidad del actual estado de cosas. El Congreso no pudo evitar el megacurro ni el “déficit cero”, pero los candidatos al 14 de octubre, muchos de los cuales ya hoy son parlamentarios, prometen sacar al país del pantano sin modificar una jota del régimen actual y mucho menos abreviar la vida del gobierno responsable por los desastres. Ni uno solo de los partidos en disputa reconoce la existencia de una crisis de poder, es decir que son incapaces de sacar conclusiones políticas de la bancarrota económica, de la desocupación masiva, de las enormes movilizaciones populares y hasta de la desorientación del imperialismo, que un día admite el déficit fiscal como arma para reactivar y al otro día lo repudia como causal de bancarrota, y que un tercer día aumenta catastróficamente los intereses de la deuda y al cuarto propone una reprogramación que los reduzca en forma drástica. El imperialismo, en realidad, labora por la declaración de bancarrota de Argentina.

La izquierda ya ganó

En este marco de sombras chinescas, las elecciones se destacan por su izquierdismo. Por la Alianza va la izquierda radical en un frente con el “progresista” Ibarra. Beliz ya no va con Cavallo, sino con Irma Roy, y hasta incorporó a la izquierda de la Unión Industrial en la persona de Manuel Herrera. Duhalde sigue con la demagogia nacionalista y hasta el santacruceño Kirchner reviste en el campo izquierdo. En lugar de Alsogaray o de Cavallo, las figuras ascendentes son ahora el ARI de Carrió y el Polo Social de Farinello. Los anti-globalizadores han copado a todos los partidos, incluida Izquierda Unida, que lleva como candidatos a representantes de la Asociación por un impuesto a las transacciones internacionales, que motoriza el francés Le Monde Diplomatique. Hay un solo derechista de fe –la alianza de Cavallo y Scioli–, pero incluso por este motivo el Partido Federal y el Demócrata decidieron retirarse del bloque de Acción por la República. Diez años de menemismo han puesto a la Argentina al “rojo” vivo.

Es harto probable, entonces, que el 14 de octubre la izquierda gane con el 95% de los votos. Los partidarios de reprogramar, reestructurar, rediscutir o rediseñar la deuda externa, pero en definitiva pagarla, estarán a sus anchas. El derrumbe del Frepaso le abrió una nueva oportunidad a los emigrados del propio Frepaso, incluido el padre Farinello, que tiene en sus filas a frepasistas como Alicia Castro y Luis D’Elia. A la izquierda revolucionaria, ese derrumbe le facilitó la organización del movimiento piquetero y una penetración sin precedentes de su programa.

Progresistas y antipiqueteros

La izquierdización del escenario electoral refleja, claro está, la radicalización de la situación política. Pero la refleja demagógicamente, o sea en forma trucha, no genuinamente. Lo prueba el hecho de que la izquierda dominante es fundamentalmente antipiquetera. Terragno fue parte del gobierno de la represión en Chaco-Corrientes; Ibarra muele a palos a los villeros de la Capital y ha mandado a procesar a varios de ellos; la Carrió repudió los piquetes desde el inicio y Farinello acaba de desbancar a D’Elía de sus listas, por piquetero; Izquierda Unida desconoció la realidad del movimiento piquetero hasta la realización de la Asamblea Nacional y tampoco la ha asimilado cómodamente después. Pero esta izquierda es, además, claramente oficialista; en el caso de Ibarra-Terragno esto es obvio; Carrió resignó presentarse en la Capital para evitarle una catástrofe a la UCR, a Ibarra y al gobierno nacional, y lleva a notorios oficialistas como La Porta; el Polo Social de la provincia tiene innumerables lazos con Duhalde y, por lo tanto, con Ruckauf. La izquierda no reconoce una crisis de poder por la simple razón de que es ladera del poder.

La posición antipiquetera y oficialista de la izquierda pequeñoburguesa refleja el escaso margen de acción que la crisis de poder le otorga en su relación con las masas. En este sentido, este arco que va desde Terragno a IU tiene menores posibilidades de desarrollo que las que se le presentaron en su momento al Frepaso del Chacho Alvarez. Por este motivo, la burguesía desconfía de ellos. Pero esto no significa que no puedan desarrollar una capacidad destructiva contra el movimiento popular; muchos dirigentes de la CTA son candidatos del ARI y otros, de la izquierda moyanista, están en el Polo Social. En la huelga docente en curso, este sector está jugando todas sus cartas para evitar que la huelga se transforme en un factor de conjunto de la lucha de toda la administración pública de la provincia de Buenos Aires, y por lo tanto del país. A esta izquierda no le ha llegado aún su áltima oportunidad, porque todavía puede oficiar de recambio político si fracasan las tentativas tipo Cavallo o De la Sota de establecer un régimen de gobierno personal.

Balconeando la bancarrota

Hay dos puntos programáticos que son comunes a toda esta izquierda: la “reprogramación” de la deuda externa y el reemplazo de todo el régimen quebrado de asistencia social por un seguro para los jefes de familia desocupados. Incluso la propuesta “más izquierdista” de dejar de pagar la deuda “fraudulenta”, está planteando un reconocimiento de principio del conjunto de la deuda externa. En estos dos puntos, la izquierda pequeñoburguesa tiene una clara diferencia con el bloque cavallo-menemista, que se opone especialmente a la “reprogramación”, al menos por ahora.

Pero la “reprogramación” de la deuda externa no significa lo que pretenden los izquierdistas: que los acreedores estén dispuestos a aceptar que sea recortada en capital e intereses. El solo planteamiento de este reclamo equivale a una cesación de pagos y a una fuga en masa de capitales. Los funcionarios norteamericanos que también plantean la reestructuración de la deuda, han sido muy claros en decir que antes de reestructurar debe producirse una declaración de imposibilidad de pago. El imperialismo yanqui impulsa esta cesación de pagos, porque es conciente de que la bancarrota no puede ser remediada y porque esa bancarrota afectaría principalmente a la burguesía argentina y a sus socios europeos, que atesoran el 60% de la deuda. Cavallo se opone a esto, precisamente porque representa a los intereses que serían afectados. No existe tal cosa como la reestructuración “voluntaria”. Los izquierdistas encubren como una salida algo que no lleva a ningún lado y que ninguno de ellos pretende en serio llevar adelante. Se dejan llevar por su fantasía con las soluciones indoloras. Es decir que se mueven en una impasse y que carecen de un planteo que evite el derrumbe financiero. Coinciden con el planteo del capital norteamericano.

Con relación al seguro para los jefes de familia, la burguesía dice que no tiene los 10.000 millones que requeriría su financiamiento. El cavallista Rosendo Fraga acaba de denunciar, precisamente, la “incapacidad de los dirigentes” para hacer frente al “desempleo” y al “hambre”, advirtiendo que “el ajuste no puede provocar una situación de desesperación social” y que “no es factible desfinanciar los sistemas de asistencia social directa”. Pero no ofrece una solución, como tampoco Beliz, que propone financiar “el seguro al reempleo” con lo que hipotéticamente se saque de la reducción del “costo de la política”. Es decir que la burguesía es incapaz de llevar adelante un proyecto social que sin embargo consolida todo el proceso de empobrecimiento y superexplotación de los últimos años y que regula los salarios a partir del nivel de remuneración que le fija a los desocupados. Izquierda Unida apoya este proyecto social capitalista y hasta dice cómo financiarlo, en acuerdo con lo planteado por la CTA.

Es decir que, programáticamente, los partidos en competencia se encuentran girando en el vacío, a la espera de un desenlace en el que no tendrán ni arte ni parte. Mientras se desarrolla el distraccionismo electoral, De la Rúa y Cavallo aprovechan el espectáculo para seguir con el ajuste.

La indiferencia de la burguesía

En el marco de este inmovilismo electoralista, el santo y seña del momento es que el pueblo es indiferente a las elecciones, es decir que se desarrollan a espaldas de la realidad política caracterizada por una crisis de poder. Pero quien muestra aún más indiferencia con las elecciones es la propia burguesía, que no tiene candidatos sólidos ni con perspectiva de armar una mayoría electoral, y que teme que los resultados electorales fragilicen aún más al gobierno. La campaña electoral comienza tardíamente precisamente por estas razones: una, porque las elecciones no se presentan como una vía para hacer frente a la bancarrota y la miseria, y dos, porque la burguesía no sabe para dónde seguir empujando –si para un parlamentarismo más trucho que el actual, con la expectativa de llegar a las presidenciales del 2003, o para un régimen de plenos poderes–. La falta de interés del electorado refleja en gran parte el escepticismo con que la burguesía trata las posibilidades de que las elecciones aporten una salida política.

Fuera De la Rúa-Cavallo, por una Constituyente soberana

Por eso una política obrera consecuente no deberá dirigir la atención de las masas para las posibilidades que ofrece un progreso electoral o parlamentario de la izquierda, sino que debe dirigir la atención para los límites de esas posibilidades, porque lo único que puede habilitar un progreso es la organización y movilización sistemática de los explotados para expulsar al gobierno responsable de la catástrofe popular y elegir una Asamblea Constituyente que reorganice prácticamente al país sobre nuevas bases sociales. El proceso electoral es ficticio como salida a la crisis, pero es perfectamente real como escenario de la lucha política entre las clases y los partidos. Hay que intervenir en esta lucha política para desenmascarar la ficción de las elecciones como una salida y para plantear la salida de la Constituyente soberana, como una experiencia transitoria hacia un gobierno de trabajadores.

Jorge Altamira