LA CRISIS INTERNACIONAL NO TIENE RESPIRO

LA CRISIS INTERNACIONAL NO TIENE RESPIRO

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/51352-

Una lectura más o menos atenta de las últimas informaciones permite concluir que la crisis financiera mundial se acerca a un desenlace. Los estados capitalistas, sus bancos centrales y sus monopolios se valen de todos los medios para escamotearle la realidad de la situación a la opinión pública, y no es la menor de las razones la finalidad de que los pequeños ahorristas sigan creyendo en la firmeza del sistema para mejor esquilmarlos en el momento del colapso.

La crisis internacional ya no se refiere tan sólo a los mentados ‘tigres’ del Sudeste asiático. Ahora envuelve a Brasil, la octava mayor economía internacional; Corea del Sur, el cuarto en importancia en el comercio mundial; Japón y Estados Unidos. Hacia el fin de semana pasado, las informaciones sobre estos dos últimos encendieron la alarma en los principales estados mayores capitalistas.

USA y Japón

El viernes 14, el Chase Manhattan Bank anunció pérdidas por 160 millones de dólares, sólo en octubre, como consecuencia de los derrumbes bursátiles en Asia y América Latina. Por las mismas razones, también sufrieron pérdidas el Citicorp, el Bankers Trust, el Morgan y el Banco de Boston, los cuales se negaron a dar la información correspondiente. El Chase tenía inversiones financieras, a fines del año pasado, del orden de los 30 mil millones en Asia y 18 mil millones en América Latina, lo que equivale al 15 por ciento de todos sus activos mundiales. Lejos de minimizar el alcance de estas pérdidas, el presidente del banco central norteamericano, Alan Greenspan, se limitó a decir que esta elevada cifra no constituía una amenaza para el sistema financiero norteamericano (The Wall Street Journal, 14/11). Más grave que la del Chase debe ser la situación del Citicorp, cuyas inversiones en los llamados‘mercados emergentes’ representan el 60 por ciento del total de sus activos (Financial Times, 14/11).

Otro indicador del impacto de la crisis en los países periféricos sobre los grandes capitales internacionales lo ofrece el derrumbe de las acciones de la Fiat, en Milán, como consecuencia de la retracción automotriz en Brasil, de donde el pulpo italiano obtiene sus mayores beneficios. La prensa especializada también atribuye a esta crisis, la ola de despidos y liquidación de activos que han anunciado compañías tan diversas como Eastman Kodak, General Motors y Fruit of the Loom.

El impacto creciente de la crisis internacional en los Estados Unidos explica la intervención que sus principales funcionarios han tenido la semana pasada frente a la evolución de la situación en Japón. El secretario del Tesoro, Robert Rubin, dejó filtrar una carta que envió al gobierno japonés, en la que le advierte contra la creciente depreciación del yen, que está perjudicando a los negociantes norteamericanos. La cotización de la moneda japonesa ha llegado a los 127 yenes por dólar desde los 120 que valía pocas semanas atrás. Ya se calcula que, al actual ritmo devaluatorio del yen, el déficit comercial norteamericano, de 190 mil millones de dólares, llegaría a los 230 mil millones en 1998 y a los 300 mil millones en el 99. Otro cálculo dice que ”habría una pérdida de rentabilidad del 30 por ciento de los grandes conglomerados norteamericanos, con una mayor competitividad de los productos japoneses, derivada de la devaluación del yen” (O Estado de Sao Paulo, 15/11).

Tanto Rubin como Greenspan le han exigido a Japón que libere el ingreso a los capitales financieros internacionales, para que rescaten o sustituyan a la banca japonesa que se encuentra en quiebra. Se calcula que el sistema bancario japonés tiene créditos irrecuperables por más de 600 mil millones de dólares, lo que virtualmente lo tiene en la lona. Como consecuencia de la crisis bancaria se ha producido una gran retracción del crédito y una acentuación de la recesión y de la deflación. Esto último significa que el valor de los capitales ha ingresado en una espiral de bajas, que arrastra a un sector tras otro de la economía. Cuando ocurre algo semejante en una economía del tamaño de la japonesa, es sólo cuestión de tiempo que la deflación alcance dimensiones mundiales.

Esto explica que la solución de dejar caer al sector más débil de la banca japonesa implique peligros enormes, porque en todo caso el Estado japonés se vería obligado a rescatar a los depositantes y a hacerse cargo de los créditos incobrables. La operación significaría reconocer en la práctica el valor destruido que todavía no se ha registrado en los libros contables; sería igualmente un fuerte golpe a las inversiones japonesas en el extranjero, en especial en Asia, pero también en el mercado de bonos del Tesoro de los Estados Unidos. Es altamente improbable que la mayoría de los pulpos japoneses en desgracia acepten declararse en bancarrota sin antes recurrir a una venta maciza de sus bonos norteamericanos. La perspectiva se ensombrece ante el dato de que la deuda pública japonesa ya alcanza a los 5 billones de dólares, lo cual le pone límites casi absolutos al Estado para cualquier operación de salvataje de los depositantes. Japón, a diferencia de Estados Unidos, no tiene mucho margen para emitir moneda, porque el yen no tiene el grado descomunal de circulación internacional del dólar.

Corea del Sur

El tema de la semana pasada fue, sin embargo, el hundimiento de Corea del Sur, cuya moneda, el won, ya se devaluó en un 40 por ciento, aumentando en la misma proporción la deuda externa de 110 mil millones de dólares de sus grandes pulpos. Estos pulpos tienen una deuda global que es cuatro veces mayor que su capital, lo cual es una inocultable evidencia de quiebra, en especial ante la recesión que hay en el país. De esos 110 mil millones, cerca de 60 mil millones vencen en un plazo de 90 días y se teme, con fundamento, que los acreedores no acepten su renovación. Algunos analistas tienen razón para pensar que Corea del Sur ya no tiene reservas disponibles, ya que los 30 mil millones que aún tendría en los cofres estarían superados por los contratos ya firmados de venta de dólar a futuro a los capitalistas ansiosos en retirar su dinero del país. Una estimación ‘conservadora’ dice que el 20 por ciento de los préstamos de la banca coreana son irrecuperables, lo cual significa que el porcentaje debe ser el doble. Si la banca internacional, que ya retiró su efectivo del país, decide no renovar sus líneas de crédito, Corea deberá recurrir al FMI para pedir un rescate que se calcula en arriba de los 40 mil millones de dólares. El FMI, dominado por Estados Unidos, exigirá naturalmente que se mande a los bancos más débiles a la quiebra y que se autorice a la banca extranjera a tomar cualquier clase de control en el sistema financiero sudcoreano.

Aunque Tailandia e Indonesia ya aceptaron acuerdos con el FMI, las noticias dicen que la banca de esos países se resiste a tirar la toalla, de modo que ni allí se ha cerrado la crisis. Tampoco en Hong Kong, donde un rumor provocó una gigantesca corrida popular para retirar depósitos en los bancos. Ni en Taiwán, al que la devaluación coreana ha obligado a devaluar su moneda otra vez.

China, Rusia y Europa

La ola de devaluaciones y las recesiones asiáticas han golpeado claramente a China, ”donde los signos de retracción económica ya eran evidentes antes del derrumbe de los mercados del Sudeste asiático” (Financial Times, 17/11). Japón y Corea del Sur son, precisamente, los principales socios comerciales de China. ”Los inventarios continúan creciendo a un ritmo mayor que la producción”, dice la información, que también destaca que los bancos han comenzado a retacear el crédito. En China también el sistema bancario se encuentra fuertemente expuesto a la especulación inmobiliaria y con mucho crédito irrecuperable a empresas del Estado. Es fácil advertir que las devaluaciones coreana y japonesa deberán llevar a una devaluación del yuan chino y, por lo tanto, a una mayor crisis de sobreproducción y de caída de los precios y de los beneficios.

Aunque Europa parece más distante de la crisis, incluso con referencia a los Estados Unidos, es interesante saber que es el primer acreedor de Corea del Sur, con el 35 por ciento de su deuda externa. Igualmente, el mercado chino representa una fuerte salida para la producción, especialmente alemana, de la industria pesada. Una manifestación de la fragilidad europea fue el hundimiento del mercado ruso de bonos, como consecuencia del retiro de la banca norteamericana y europea, que necesitaba fondos para cubrir pérdidas en otros mercados. En Rusia, la banca occidental perpetró la primera gran estafa de la presente crisis, cuando once de estos bancos no pudieron cancelar compromisos de vender bonos rusos, luego de haber fracasado en una especulación a su baja (Financial Times, 15/11). El hecho puso al desnudo una operación internacional para derribar al mercado ruso de bonos, sin importar la consecuencia que esto tendría para la ‘estabilidad’ internacional. Es que el capital no puede con su naturaleza.

Contradicciones y salidas

Aunque la crisis internacional se presenta como un encadenamiento de derrumbes nacionales, ella es, por sobre todo, una consecuencia de la sobreinversión y sobreproducción capitalistas. El capital acumulado es incapaz de realizar su producción en el mercado a los niveles de precios y beneficios que reclama. La caída de las bolsas y de las monedas es una consecuencia de la depreciación efectiva del capital en circulación. Las acciones caen porque la rentabilidad esperada es menor a la efectiva y las monedas se devalúan porque es difícil encontrar compradores a los niveles de precios corrientes. Como gran parte de ese capital acumulado buscó una salida a la impasse por la vía de la especulación, sea con inmuebles, acciones o deuda del Estado, la sobrevaluación de los capitales se hizo aún mayor en relación a la rentabilidad posible por medio de la venta de la producción corriente. La salida a la crisis pasa, naturalmente, por una liquidación masiva de capitales y mercancías. O sea que para encontrar un nuevo equilibrio, el capitalismo necesita procesar hasta sus últimas consecuencias su enorme desequilibrio actual. Esto explica que en todos los planes que se atribuyen al FMI y al Banco Mundial, el punto clave sea la concentración bancaria e industrial, es decir, la quiebra de banqueros e industriales, el cierre de empresas y los despidos en masa.

Pero la sobreproducción de capitales y de mercancías no agota las características de la crisis actual. En estrecho vínculo con ella hay en marcha una desintegración de la economía mundial que se expresa en las crisis monetarias y más particularmente entre el dólar (y en parte el marco y el franco suizo) y el resto de las monedas. Mientras que el primero ha actuado como reserva de valor para el capital mundial en su conjunto y ha servido, por este motivo, para sustentar la especulación internacional, el resto de las monedas ha seguido siendo el instrumento de protección de las diferentes burguesías nacionales. En el auge especulativo todas las monedas se ataron al dólar, pero cuando la especulación agudizó en extremo la sobrevaluación de los capitales, la desvalorización ulterior de éstos rompió esa atadura mediante una cadena de devaluaciones. Esta crisis ya estaba planteada con el comienzo del derrumbe japonés, a partir de 1990, que puso en colisión al yen y al dólar; las necesidades de devaluación del Japón, para exportar sus excedentes crecientes, eran incompatibles con un dólar que actuaba de ancla de la especulación financiera internacional.

Desde 1990 está claro que la estabilización del yen depende de una repatriación de capitales japoneses del exterior que sustente las pérdidas del sistema bancario japonés. Pero esta repatriación significaría la salida de capitales de los Estados Unidos y la desvalorización del dólar. Los capitalistas pretendieron precaverse de esta contradicción mediante operaciones de cobertura, o sea que cuando operaban en una moneda tomaban garantías en dólares contra una devaluación de esa moneda. Estas operaciones agudizaron la especulación internacional y es así que muchos capitalistas que otorgaron esas garantías contra devaluaciones (a cambio de jugosas primas), han perdido enormemente en los últimos meses, como George Soros o Bill Gates. Los que no contrataron coberturas, como los sudasiáticos que creyeron en la ‘convertibilidad’ de sus monedas, han perdido como en la guerra.

Ahora el gobierno norteamericano quiere imponer, vía FMI, un plan de estabilización monetaria internacional, que restablezca el equilibrio quebrado. Exige para eso la asociación de Japón y de Europa. Pero los intereses de los socios no son los mismos, porque esa re-estabilización se haría a costa de los capitales perjudicados por la crisis, que están del otro lado del mostrador norteamericano, y provocaría una concentración en beneficio de capitales yanquis. Esta es la razón, precisamente, de la falta de acuerdo en torno a un FMI asiático que el gobierno de Clinton quiere bajo control del FMI existente, y que los asiáticos quieren independiente de él.

Japón teme, con sobrados motivos, recurrir a una repatriación de sus capitales en Estados Unidos, con su secuela de derrumbe de Wall Street, devaluación del dólar y guerra comercial. Pero un derrumbe bursátil sería lo único que podría obligar al banco central norteamericano a reducir drásticamente las tasas de interés, para rescatar a su propia burguesía. Esta reducción haría las veces de medio de rescate universal, aunque al precio de iniciar un período seriamente inflacionario, que desarrollaría la crisis sobre nuevas bases. Cavallo acaba de proponer la reducción de intereses norteamericanos, pero no ha comprendido que esto sólo puede ser impuesto por una crisis como la que desataría una repatriación japonesa. Una consecuencia similar la tiene el establecimiento de una moneda europea única, ya que ella rivalizaría con el dólar como reserva de valor para los capitales, es decir, repatriaría a una parte del capital hacia Europa.

Las contradicciones entre los estados capitalistas les han impedido poner freno a una crisis que ya se manifiesta en el plano industrial y en una nueva ola de despidos en masa. Se manifiesta también en el resurgimiento del proteccionismo, como el impuesto extrazona que estableció el Mercosur, el fracaso para conseguir la ‘vía rápida’ por parte de Clinton y los obstáculos que pone Europa occidental al comercio con el Este de Europa. Los gobiernos capitalistas están discutiendo, a espaldas por supuesto de la opinión pública, la posibilidad de encontrar una salida ‘equilibrada’, cosa que sólo pueden hacer exhibiendo la fuerza.