EL BALANCE DE LAS ELECCIONES

EL BALANCE DE LAS ELECCIONES

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/51238-

El derrumbe electoral de Menem y Duhalde, el domingo 26 de octubre, es apenas una expresión amortiguada e inadecuada de una crisis política mucho más profunda y de alcances mayores de lo que trasuntan las cifras: esto es, la rebelión popular que estaban protagonizando los trabajadores que han votado tradicionalmente al peronismo, y en especial los que lo hicieron por Menem en las presidenciales del 95, y la radicalización de sectores cada vez más amplios de la clase media.

El desmoronamiento del ménemo-duhaldismo no se ejemplifica sólo en su derrota espectacular en la provincia de Buenos Aires o en el hecho de que hubiera perdido por primera vez una elección siendo gobierno. Más importante es que esto le ocurriera frente a una oposición improvisada, extremadamente mediocre, que no vaciló un instante en declarar su apoyo a todos los planteos pro-imperialistas desde el comienzo, sin importarle los votos que pudiera costarle. Además, en el peronismo, se ha ido produciendo una creciente diferenciación a medida que el agotamiento del plan económico fue enfrentando a los grupos exportadores de la burguesía nacional con los capitales financieros extranjeros que fueron copando paulatinamente la banca y la Bolsa, en particular luego de la crisis económica de 1995/96, que aún no ha concluido.

El protagonismo político de Menem durante la campaña electoral apuntó, precisamente, a evitar que se pusiera en evidencia la diferenciación del duhaldismo. Pero la derrota electoral deberá profundizar esta división. Junto a la desafectación creciente de los trabajadores con el justicia-peronismo, esto plantea la posibilidad de una división del PJ para antes de las elecciones del 99.

Otro elemento más que potencia el alcance de la debacle sufrida por el ménemo-duhaldismo, es el avance que registró la izquierda con relación a 1995. Aunque las cifras globales esconden resultados electorales contradictorios, obtuvo un 5% del total de los distritos en los cuales se presentó, lo que proyectado en una elección nacional equivaldría a más de un millón de votos (el porcentaje es mayor si se adiciona el 14% que obtuvo Pueblo Unido de Tucumán). Dentro de este total, se destaca el primer lugar del Partido Obrero, que multiplicó por seis (500% de aumento) sus resultados de 1995. En numerosas barriadas obreras de Buenos Aires, Córdoba, Neuquén y Santa Fe, la votación del PO alcanzó pisos del 6% y máximos del 9/10%. Es, naturalmente, el resultado de un gran progreso organizativo del Partido Obrero en el transcurso de 1997. En la provincia de Córdoba, el PO pasó de 1.750 votos, en 1995, a 32.000 (2.3% del total), un crecimiento de 16 veces; con relación a 1989, cuando obtuvo 7.400 votos, los resultados del domingo pasado reflejan un aumento del 500%. En la industrializada capital de la provincia, el porcentaje del PO subió al 3,2%, unos 19.000 votos, casi 20 veces más que hace dos años. También en la ciudad de Cruz del Eje, que se destacó por su gran corte de rutas a mediados de este año, el PO tuvo un gran salto —del 0.2 al 2.5%, unas 12 veces más. En la provincia de Buenos Aires, el Partido Obrero obtuvo cerca de 80.000 votos (1.3%), un 400% arriba de 1995. Pero las ciudades obreras se llevaron la tajada de la votación, como Zárate, Pilar, los distritos de Varela, Escobar, Merlo, las ciudades de Marcos Paz, Pehuajó o Bahía Blanca, entre otros. En esta última, se pasó de 300 votos, en 1995, a 2.300 —un 700% de crecimiento.

En Santa Cruz el Partido Obrero superó el 3% y en Neuquén se acercó al 2% de la votación general. El Partido Obrero sacó 150.000 votos en sólo 8 provincias, contra los 25.000 que obtuvo en 1995 en todo el país —o sea, seis veces más en menor cantidad de distritos (Izquierda Unida logró 112.000 votos a nivel nacional).

El Partido Obrero ocupó el quinto lugar dentro de los partidos con presencia nacional, esto si se computan dentro de la Alianza todos los votos de la UCR y el Frepaso.

Es decir que el derrumbe del gobierno fue protagonizado por un movimiento muy amplio de la población. La votación del Partido Obrero está directamente correlacionada con el grado de su inserción en los distritos y ciudades correspondientes, y con la intensidad de la campaña electoral que desplegó en esos lugares.

Crisis económica

Lo que se describe como una alternancia democrática, oculta en realidad un gran realineamiento de las clases sociales, que deberá acentuarse con la recaída en la crisis económica en los próximos meses, la que será resultado del derrumbe financiero internacional, la crisis cambiaria en Chile y Brasil y la tendencia a la salida de capitales, que comenzó en la Argentina con anterioridad a las elecciones.

Es incuestionable que el apoyo de la Unión Industrial a la Alianza, así como el de un sector del Consejo Empresario Argentino (el grupo Soldati), refleja la necesidad de un amplio sector de la burguesía nativa de salir del esquema cambiario impuesto por el gobierno de Menem. Aunque todos juran fidelidad a la paridad del peso con el dólar, los monopolios exportadores hace tiempo que reclaman, junto con los brasileños, una política cambiaría móvil que permita el otorgamiento de subsidios, es decir que independice a la política monetaria de los vaivenes de una salida de capitales. José Luis Machinea, del grupo Techint, se transformó en vocero de la Alianza cuando ésta aún no había salido de la pila bautismal; otro ‘ortodoxo’ que está al acecho de los aliancistas es López Murphy, que se destacó en el último tiempo por una serie de artículos en Ambito Financiero, dedicados al tema de la salida de la convertibilidad. La última novedad, poselectoral ésta, es la invitación de Chacho Alvarez al cavallano Juan Llach para que se integre a la alianza, lo cual mataría dos pájaros de un tiro, porque además de un agente de los exportadores, Llach es también un hombre de la Iglesia y de los privatizadores de la salud.

El giro de los ‘capitanes de la industria’ nativos responde al hecho objetivo del agotamiento del régimen económico menemista y del propio Mercosur. El creciente déficit de la cuenta corriente del balance de pagos; el crecimiento exponencial de la deuda externa; la alta desocupación; el déficit fiscal en aumento, a pesar del crecimiento del giro comercial en los últimos doce meses; la volatilidad del ingreso de capitales, que no registra un crecimiento de inversiones netas sino la adquisición de capitales existentes; incluso la caída en las exportaciones —todo esto apunta a una modificación del régimen económico menemista. Lo que los políticos y economistas de la burguesía no pudieron aprender aún es cómo hacerlo en forma fría e indolora con la mitad de la economía dolarizada; ni lo aprenderán: el cambio lo impondrá una crisis, como ha ocurrido con México y ahora con todo el Sudeste asiático. Es precisamente la inminencia del derrumbe lo que ha hecho jurar a los políticos de la Alianza la fidelidad al régimen cambiario; los economistas de ambos bandos se aprestan a actuar en común frente al derrumbe de la moneda.

Una crisis similar se manifiesta con el Mercosur, cuyas posibilidades comerciales se agotan en la medida en que el déficit comercial y la cesación de pagos acechan a la Argentina y al Brasil. El Mercosur se ha limitado a implementar un comercio automotriz compensado, que ha servido para saquear a las finanzas públicas debido a los subsidios y a concentrar la industria terminal y de autopartes, y también a dar vía a grandes proyectos de gasoductos, que requieren financiamiento garantizado a largo plazo, lo que es incompatible con un régimen cambiario amenazado, sin seguridad en la posibilidad de repago de los créditos.

En principio, hubiera debido ser Duhalde la cabeza de esta coalición capitalista frente a los grupos financieros que respaldan la política de Menem-Roque Fernández. No hay que descartar, por esto, una alianza del duhaldismo, Cavallo y la Alianza en la próxima legislatura, e incluso una división simultánea en el PJ y en la Alianza, en función de una perspectiva seudo-nacionalista.

Los sindicatos

El giro más importante lo protagonizó el pueblo: la clase media, que empezó a conocer la desocupación en masa, y el proletariado, que perdió su expectativa en el justicialismo y protagonizó los cortes de ruta, la lucha contra el convenio Fiat-Smata en Córdoba, contra el cierre de Atlántida en Buenos Aires, la lucha de los choferes de colectivos y el paro del 14 de agosto contra la ‘flexibilidad laboral’. En el plano político, se produjo la veloz desaparición de la escena de las direcciones de la CTA y el MTA, luego de comprometer su apoyo a la Alianza, cuando ésta se pronunció por la flexibilidad, por la arancelización y privatización de la salud, por un nuevo acuerdo con el FMI, por un presupuesto cero para seguir pagando la deuda externa, y recientemente por la derogación de los convenios colectivos por industria.

Las direcciones de la CTA y del MTA se puede decir que estuvieron a la vanguardia en la formación de la Alianza. Pero la recaída en una crisis industrial y la aplicación de la política de flexibilización que han concertado la Alianza y el gobierno, pondrán contra la pared a la burocracia sindical opositora. Ni qué decir que intentará todos los extremos antes de romper con la patronal representada en la Alianza y que buscará, por mil medios, que el movimiento obrero se resigne a una derrota. Pero si esta variante no se produce, tendrá que elegir entre un acercamiento a la vieja CGT, para salvar algunos restos del paquete flexibilizador y de la privatización de la salud, o plantearse una acción política independiente, algo cuyas probabilidades son remotas. En cualquier caso, sin embargo, la burocracia opositora deberá participar de la crisis y división del peronismo, es decir que en cualquier caso será la agente involuntaria e inconciente de un proceso vinculado a la lucha por la independencia de clase del proletariado, o sea un partido obrero con influencia de masas.

La izquierda

Aunque la izquierda democratizante se empeña en esconderse detrás de la suma de los votos de la izquierda, del 5% a nivel nacional, en realidad ha sufrido una derrota política sin atenuantes. En primer lugar Izquierda Unida, que no deberá sobrevivir siquiera una semana a su mediocre existencia, ya que a pesar de la ingente suma de dinero que sus capitalistas invirtieron en la campaña capitalina, no fue votada ni por los clientes y socios de la banca y de los Fondos de Pensión que la financiaron. Fuera de la propaganda ‘mediática’, IU no existió en la campaña electoral, es decir que no militó, no agitó ni se hizo ver, no organizó ni pudo, por lo tanto, crecer. La campaña electoral más importante desde 1989 apenas le rozó, no participó de la reflexión política que las masas se veían obligadas a hacer con referencia al fin del ciclo del gobierno peronista. Con excepción del apoyo bancario, lo mismo puede decirse del resto de la izquierda.

Izquierda Unida fue bastante menos que un frente democratizante. Estuvo dominada por la candidatura de Floreal Gorini, de la Capital, gerente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC), el cual está vinculado a la privatización de las jubilaciones. Es decir que no fue un frente, digamos obrero, sino capitalista. El círculo allegado a Gorini manejó la campaña de éste al margen de su partido, el comunista, al grado que despreció a la candidatura que más posibilidades tenía, la de su candidato a legislador porteño; ni hablar de la completa falta de mención a sus otros aliados, Mst, Mtp, el grupo del ex vicerrector Borón, y otros. Fue la campaña descarnada de determinados intereses económicos, vacía de un contenido de lucha de clases y de partido. Ningún observador de la escena política argentina, no digamos ya de los verborrágicos profesores democratizantes que pululan en las aulas criollas, señaló esta confiscación sin precedentes de un proceso político.

La izquierda democratizante volvió a poner de manifiesto su falta de autonomía política, es decir, su condición de títere de las clases en pugna. Es necesario refrescar ahora que las carreras políticas de Alvarez y la Meijide hubieran sido imposibles sin el mismo aparato y sin la misma plata que en las elecciones pasadas impulsaron a Gorini. Cuando se formó el Frente del Sur tomó cuerpo la carrera política de estos dos arribistas, de la mano del PC y del IMFC, bajo la cobertura de la candidatura de Pino Solanas. Fue la primera vez que los popes aliancistas del Frepaso obtuvieron los votos para llegar al Congreso; no es casual que Gorini fuera su suplente. También hay que recordar que a esta empresa se sumaron entusiastas los maoístas del Ptp, sin importarles el tufo‘soviético’ del Frente del Sur.

Democratizantes

La experiencia, primero del Frente Grande y luego del Frepaso, demuestra hasta qué punto la pequeña burguesía lanzada a la política con sus ideas y fantasías se convierte rápidamente en instrumento del gran capital. Catapultados por los stalinistas de ambos cuños a la notoriedad política, los dirigentes frepasistas superan a sus aliados radicales en sus pronunciamientos proimperialistas y antiobreros. Allí donde Alfonsín, en 1983, ponía a la democracia formal, dentro del aparato de la dictadura saliente, como el santo remedio para todos los males sociales, la Alianza ha puesto la lucha contra la corrupción, que se reduce a poner en vigencia el Consejo de la Magistratura, un engendro corporativo donde el carácter vitalicio de los jueces y de las camarillas judiciales deberá ser reforzado por las camarillas de los abogados de los grandes estudios y de la burocracia académica del derecho.

Otro aspecto de los planteos de la Alianza, relativos a la eficacia y transparencia de la justicia, es que convergen con el reclamo del Banco Mundial de que se establezca un fuero financiero especial para resolver en forma sumaria, los pleitos que afectan a los créditos hipotecarios o lo relativo a colocaciones de títulos privados que pueden perjudicar a los bancos.

El hilo conductor del Frente del Sur a la flamante Alianza está representado por sus eslóganes democratizantes formalistas, por sus llamados participacionistas, por veleidades de justicia social y redistribución de ingresos, y por una moralina insoportable que delata la ambición del arribista. El Partido Obrero se distinguió de toda la izquierda por el señalamiento oportuno del carácter reaccionario del Frente del Sur; en cambio, Luis Zamora, del Mst, confesó sus expectativas en la Alianza en los primeros días de su lanzamiento a cualquiera que se le puso a tiro.

Votoblanquismo

A la izquierda tampoco le faltó su pléyade de democratizantes votoblanquistas, encabezados por el ya mencionado Ptp, viejo aliado de Menem en 1989 y del Frente del Sur, y que allí donde pudo, en la provincia de San Juan, hizo frente con un menemista. Pero el voto en blanco, que retrocedió en todo el país, con excepción de Córdoba y Santa Fe; confusamente no representó, en las últimas elecciones, una tendencia de contenido político definido, como lo fue, por ejemplo, cuando el peronismo estuvo proscripto en los años 60, ni tampoco significativa. Fue interpretada como una-protesta-contra-los-políticos-que-no-dan-soluciones-y-son-corruptos, lo que de por sí denuncia una dependencia completa del régimen vigente y de su personal.

La pequeña burguesía

La influencia de la pequeña burguesía en las elecciones fue enorme. Se manifestó en los llamados telefónicos del público a la radio y a la televisión, siempre con referencia a los delitos económicos de los funcionarios del gobierno y a otros no solamente económicos, como los que tuvieron por protagonista a Yabrán. La tendencia de la pequeña burguesía a desviar hacia los chivos emisarios la crisis del capitalismo es tan vieja como el propio capitalismo; fácilmente puede convertirse en reaccionaria y esto sucedió en parte cuando la televisión mostró las vidrieras rotas durante la manifestación contra la presencia de Clinton. La Alianza, y en particular el Frepaso, explotó a fondo esta característica política, y logró que predominara sobre sus reiterados planteos anti-obreros en la percepción del electorado y de la opinión pública. La mayoría de la población visualizó a la Alianza como alternativa al menemismo a través de este mecanismo político montado en torno a las fantasías de la clase media. De este modo, el país se perdió de ver los anuncios de los frepasistas contra el derecho al aborto, por la arancelización de la universidad, por la reducción del mínimo no imponible, es decir, por un conjunto de ataques contra la democracia en general y la clase media en particular.

Los izquierdistas argentinos se negaron a enfrentar a la pequeña burguesía frepasista mediante un frente de izquierda, y así lo manifestaron sus oradores en el acto del 1º de Mayo en la Plaza de Mayo. En Prensa Obrera se tomó debida nota de esta incapacidad izquierdista para una lucha política autónoma en un editorial que llevó por título ”La izquierda no dio respuestas”. La victoria electoral del Partido Obrero sobre el conjunto de la izquierda democratizante, en lo que constituye una completa reversión de las tendencias electorales del pasado, es el resultado de la consistencia de un planteo político que puso, por encima de todo, un análisis clasista de la situación, un análisis de la situación política en su conjunto y de las corrientes políticas que intervienen en ella, y una política para que las masas pudieran superar, por medio de su experiencia, una nueva tentativa de la pequeña burguesía capitalina democratizante pero proimperialista. La hegemonía descomunal de la Alianza en la capital federal traduce exactamente el fenómeno político que encabeza y anticipa la inevitabilidad de la frustración de los estratos medios y su ruptura con el aliancismo.

Partido Obrero

En la reunión de un comando político-reivindicativo que se reunió en mayo pasado y en la asamblea nacional en Ferro, en julio, quedó fijada la estrategia político-electoral del Partido Obrero. Fue definida con estas palabras: ofrecer una salida a las masas desesperadas, es decir, a los superexplotados de las fábricas, a la masa de los desocupados, a las mujeres y a la juventud. Toda la campaña del PO giró, precisamente, en torno a las reivindicaciones para esta salida. No fue una campaña de ideas sociales en general, sino de medidas concretas; a partir de ellas fueron denunciados los partidos capitalistas, que necesitan la postración de las masas para sobrevivir a la crisis de su régimen social. Por este motivo, los grandes contingentes que se incorporaron antes y durante la campaña electoral fueron los desocupados y las mujeres; en numerosos distritos, el Partido Obrero pasó a ser un partido predominantemente femenino. El otro vector de la campaña del PO fue la apertura de numerosos locales, para traducir la tendencia a la organización de los desorganizados, es decir, de las mujeres, de la juventud y de los desocupados; antes, el Partido Obrero había completado una exitosa campaña de 5.000 suscripciones aPrensa Obrera y elevaba su tiraje a 20.000 ejemplares. No es casual que los locales hayan sido los protagonistas de los mejores resultados electorales. Toda la campaña del Partido Obrero estuvo encarrilada en la lucha de clases y en la tendencia de las masas, con la finalidad de darle a ella una traducción conciente, clasista, socialista y revolucionaria. Como consecuencia de todo este proceso se percibe la incorporación de numerosos contingentes de trabajadores y militantes del peronismo y de los militantes de izquierda que han querido por sobre todo luchar; luchar contra Menem y Duhalde, contra la estafa de la Alianza, contra el desinfle y la inconsistencia izquierdista. Esta ligazón de la izquierda que lucha se manifestó también en varios distritos del interior de la provincia de Buenos Aires.

Perspectiva política

El escenario de una crisis política es muy sencillo de describir: acentuación de la lucha de las masas que se sienten postergadas; combinación con una recaída económica o directamente un derrumbe; acentuación o estallido de la crisis en el peronismo; desilusión con la Alianza debido a su colaboración con los planes del FMI.

La derrota del gobierno supondría que el centro de gravedad política debería pasar al Congreso, adonde ingresarán los reclutas que salieron favorecidos el 26 de octubre. Pero incluso si ésta llegara a ser la primera fase de la próxima etapa, la incapacidad del parlamentarismo para arbitrar las crisis volvería a poner en primer plano el régimen de gobierno personal de Menem y de su camarilla. Pero se trataría de un régimen extraordinariamente debilitado, que sólo podría funcionar chantajeando en forma permanente a la oposición, o sea, sería un régimen de capitulación de los opositores y, por lo tanto, de creciente impaciencia y agitación populares. En un punto extremo, semejante gobierno debería acabar, o con su caída o con la disolución del Congreso y un régimen de excepción. Para escapar a esta alternativa, la crisis económica debería dilatarse en el tiempo y tener una amplia posibilidad de vida un cogobierno en el parlamento. Pero aun en este caso, los desequilibrios sociales, políticos y económicos no dejarían de expresarse, a través de rupturas y realineamientos en los partidos, en el gobierno y en los sindicatos.

Duhalde intentará reconstruir un apoyo popular; la CTA y el MTA deberán hacer frente al reclamo imperialista de liquidación de los convenios de trabajo. Pero el problema de fondo es que las masas han iniciado un recorrido que cuestiona su dependencia política de los partidos patronales. La crisis del duhaldismo, la posible división del peronismo, las crisis inevitables en las centrales opositoras, habrán de plantear imperiosamente la organización política autónoma de la clase obrera. El Partido Obrero, que estaba subjetivamente al frente de esta tendencia, se encuentra ahora objetivamente también, luego de los resultados electorales. Durante varios meses se escuchó a los grupos más reducidos de la izquierda vocear que los cortes de ruta eran el camino en oposición a la homogeneización de la clase obrera en un partido; así dicho, era una posición formalmente anarquista y concretamente reaccionaria. El problema número 1 es el partido. Todas las consignas, todos los eslóganes, todas las luchas, todos los combates que deberán producirse y que se producirán, deben ser invariablemente una escuela para construir y desarrollar el partido, porque sin estrategia ni organización no hay lucha conciente, y sin ella no hay posibilidad de victoria.