DERRUMBE CAPITALISTA

DERRUMBE CAPITALISTA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/51246-

Los acontecimientos financieros que se precipitan en todo el mundo constituyen una clase magistral de ‘economía de mercado’. Recursos económicos equivalentes a billones de dólares se esfuman y reaparecen, se van y retornan, hacen caer a unos bancos en beneficio de otros, hunden economías enteras y precipitan a los pueblos en la miseria, en el tiempo que lleva mirar la superficie de un reloj. Esta anarquía transformada en caos es ponderada por sus alcahuetes como el medio más racional de asignación de los recursos. Basta, sin embargo, que queden del lado perdedor en este pandemónium para que pidan a gritos y sollozos la intervención de un poder salvador, aún más racional, su propio Estado.

En julio pasado se desencadenó la crisis tailandesa como consecuencia de la sobrevaluación de su moneda, de la gran deuda privada con el exterior, del exceso de capacidad industrial y del gigantesco compromiso de los bancos con la especulación inmobiliaria. Ni un préstamo descomunal del FMI (17.000 millones de dólares), ni el socorro de bancos japoneses, pudieron impedir la devaluación y la ola de bancarrotas que trajo aparejada. La moneda tailandesa se encontraba atada al dólar, en constante suba, en tanto que su comercio se realizaba con Japón, Asia y China, países con monedas en baja. Para integrarse a la especulación internacional Tailandia necesitaba la paridad con el dólar; para comerciar necesitaba seguir la evolución de las monedas de sus competidores comerciales. Esta contradicción, que afecta al conjunto de la economía mundial, precipitó la caída tailandesa y arratró a la crisis a sus vecinos. El más golpeado fue Corea del Sur, debido al exceso de inversiones de sus monopolios con relación a sus posibilidades de ventas. La quiebra de grandes grupos coreanos puso a su sistema bancario en colapso. Las devaluaciones en cadena de los diversos países fueron obligando a los más retrasados a hacer lo mismo, so pena de quedar fuera de la competencia comercial. El último en devaluar fue Taiwán, a pesar de contar con reservas por valor de 90 mil millones de dólares.

La posibilidad de una salida indolora a toda esta crisis fue impedida por la rivalidad inter-capitalista, ya que el rescate de los bancos y empresas en quiebra fue condicionado a que sus dueños resignaran el control. Esta exigencia del FMI y del Tesoro norteamericano desató una gran crisis política en el Sudeste asiático, ya que los capitalistas locales reclamaron a sus gobiernos que rechazaran el planteamiento. En Tailandia, Malasia y Corea del Sur está en curso, por esta razón, una crisis política enorme —se habla incluso de golpes militares.

La crisis sudasiática añadió otro factor de crisis a Japón, cuyas inversiones y comercio en la región son poco menos de la mitad de su giro mundial. Las pérdidas de sus empresas en los países afectados y el perjuicio infligido a su comercio se agregaron a una descomunal crisis que sufre desde 1990, a raíz de la inédita caída de los valores inmobiliarios y de la Bolsa. Los bancos japoneses tienen que absorber deudas incobrables que han superado los 800.000 millones de dólares. La crisis sudasiática le ha provocado una nueva caída de su Bolsa, que hoy vale la tercera parte de hace ocho años, o sea que perdió unos 3 billones 500.000 millones de dólares. Se teme ahora que para hacer frente a sus nuevas pérdidas, los capitalistas japoneses retiren el dinero que tienen en el exterior, principalmente Estados Unidos, precipitando un crac internacional en toda la línea.

Lo más significativo de la crisis japonesa es el fracaso de sus intentos de rescate por parte del Estado, que ha reducido la tasa de interés anual al 0.5 por ciento y que se ha endeudado en 800.000 millones de dólares para socorrer a las empresas y bancos en crisis. El agotamiento de estos recursos le impide ahora una actuación mayor; el reclamo de Europa y de Estados Unidos para que abra los capitales empresarios como condición de un socorro internacional, es rechazado por los capitalistas nipones.

El desmoronamiento de Hong Kong siguió a la devaluación taiwanesa, debido a que la cotización de su moneda quedó, como consecuencia, completamente desactualizada. El resultado es que sus precios internos y los valores de sus propiedades y acciones se encuentran en la misma situación. Una eventual paralización de su comercio exterior y de la especulación en aquellos sectores amenazaba directamente a su sistema bancario. Esta situación precipitó la fuga de capitales de la Bolsa y del país; la primera cayó en forma espectacular, y las reservas se evaporaron en una semana en 20.000 millones de dólares. Ahora bien, todos los grandes capitales tienen comercio e inversiones en Hong Kong, debido a que ha sido la vía de financiamiento de la restauración del capitalismo en China.

Las desvalorizaciones sudasiáticas también han desactualizado el valor de la moneda china y sobrevaluado sus valores bursátiles e inmobiliarios. China tiene una reducida deuda externa, pero estaba a punto de lanzar a la privatización a sus mayores empresas estatales. Las caídas de las Bolsas ha paralizado esta posibilidad. China quiere evitar el hundimiento de Honk Kong, pero no tiene los medios para ello, ni es lo que quiere la elite capitalista de la isla, que está planteando devaluar el dólar de Hong Kong para proceder luego a una recuperación de la Bolsa y de las restantes inversiones. Si devalúa Hong Kong, el financiamiento internacional de China quedará paralizado por un largo período y obligará, por lo menos, a una devaluación china.

La cascada de devaluaciones debe desarticular por completo el comercio internacional; ya se ha extendido a Australia, Nueva Zelanda y los países del Báltico. Pero el efecto más brutal lo sufre la Bolsa de Nueva York, que se encuentra sobrevaluada en un 70 por ciento, medida con relación al rendimiento de sus empresas. La integración de los grandes capitales norteamericanos con Asia ya les has producido enormes pérdidas, lo que se refleja en sus acciones. Si el detonante de la crisis hubiera sido Estados Unidos, el gobierno norteamericano habría podido intervenir con medidas de rescate. Pero la extensión de la crisis es internacional; un rescate con dólares norteamericanos provocaría a mediano plazo, por lo menos, la devaluación de la moneda que hoy sirve como medida de valor internacional.

La verborragia de la globalización ha servido para escamotear la extraordinaria desigualdad que caracteriza a los procesos económicos anárquicos, en particular los de mercado. América Latina, atada al dólar, ha ido generando un creciente déficit comercial y una creciente deuda externa, que necesita ser renovada con nuevos préstamos. Esta última vía se ha agotado, por eso la crisis volvió a estallar en México, que ya sufrió una devaluación del 15 por ciento del peso. Las próximas víctimas deberán ser Brasil, Chile y la Argentina.

Los principales estados capitalistas podrían concertar una acción internacional de contención, pero están separados porque compiten en un mercado mundial que se ha achicado para todos los monopolios capitalistas. La sobreproducción de capitales y mercaderías es mundial, se refleja en la descomunal especulación financiera, es decir, no creadora de riqueza. Los Estados Unidos quieren valerse de la crisis para obligar a Asia, Europa y América Latina a abrir aún más sus economías, para imponer su propio predominio. Los Estados podrían dilatar una caída generalizada, pero la tendencia al derrumbe se encuentra definitivamente instalada.

Si Hong Kong cede con una devaluación, podría comenzar un operativo de rescate internacional bajo la dirección de Estados Unidos. Pero esto deberá agravar la condición política y económica de China y de Japón. La crisis, en estos términos, pone en cuestión los planes de unidad monetaria en Europa, algo que ya se está expresando en la renuencia a ingresar en ellos de parte del gobierno laborista inglés, al que se creía, sin embargo, pro-europeo.

La destrucción de la propiedad estatizada en la URSS, China y el ex bloque ‘socialista’ no ha sido suficiente para darles una salida a esos países ni al capitalismo mundial. Se ha agotado a una velocidad sorprendente la tentativa de reencauzamiento de la economía capitalista a partir de la capitulación de la burocracia estatal en todo el mundo. Se abre un nuevo ciclo político, de catástrofes y revoluciones, pero también de guerras y contrarrevoluciones. Todo depende de qué clase social asimile más rápido y mejor la lección de los acontecimientos.