LULA LÁ
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/46619-
En Brasil todo apunta a la inevitabilidad del gobierno de Lula. “Lula allá”, Lula al Palado del Planalto, vuelve a ser la consigna popular —esta vez victoriosa. Para la opinión de la calle “é a vez dele’ “esta vez le toca a él”.
Las encuestas son inapelables. Lula tiene la intención de voto del 42% de los electores; descartados los votos anulados o en blanco, que no se computan como válidos, el porcentaje sube al 53%—lo que supera la barrera de la primera vuelta. El segundo ubicado en la encuesta, Fernando Henrique Cardoso, está con un lejano 15%. Mientras Lula subió ocho puntos en los últimos sesenta días, Cardozo bajó dos.
Según “un estudio preparado por los centros de información del Ejército y de la Marina, informa un cable publicado en el paraguayo Ultima Hora (29/4), Lula triunfará en la primera vuelta… Las posibilidades de Cardoso son remotas”.
La burguesía brasileña se encuentra, a la luz de esto, ante la inminencia, no ya de una derrota electoral, sino de una catástrofe. De acuerdo a las citadas encuestas de opinión, la intención de voto por Lula es homogénea en todos los estratos sociales: incluso entre aquéllos que ganan más de diez salarios mínimos y que tienen estudios superiores completos, la preferencia por Lula es del 42%.
Ya algo más que una preferencia o intención de voto es la posición que se les atribuye a los campesinos y en particular a los “sem terra”. Para un portavoz de las organizaciones de trabajadores agrarios, Lula se ha transformado en figura “mística” para los explotados del campo. Hay indicios, por otra parte, de un verdadero estado de sublevación campesina.
¿Cómo pretende la burguesía abordar esta situación?
Los capitalistas nativos se ven obligados a actuar en “soledad”, ya que esta vez no cuentan con el apoyo del imperialismo yanqui para intentar acciones desestabilizadoras o golpistas. El reciente viaje de Lula a los Estados Unidos mostró que el gobierno Clinton y poderosos grupos bancarios están dispuestos a pasar por la experiencia de un gobierno Lula. El vicepresidente del Chase Manhattan, por ejemplo, se declaró “confiado” en las “seguridades” que ofreció Lula en Nueva York (Folha de Sao Paulo, 16/5), mientras que el mítico William Rhodes, presidente del Citicorp y del comité de bancos acreedores, se mostró convencido de que Lula pagará la deuda externa en los términos establecidos en la reciente renegociación, luego de una entrevista privada con el candidato (Gazeta Mercantil, 13/5).
La burguesía brasileña no aspira y de ningún modo a derrotar a Lula en la primera vuelta, sino sólo a conseguir pasar a la segunda. Esto significa que está resignada a un gobierno de Lula —su problema es no ser aplastada en las urnas y sufrir la consecuente debacle de sus partidos e instituciones. El caudillo más importante de la derecha, Paulo Maluf, actual intendente de la ciudad de San Pablo, se apartó por esto de la contienda, para prepararse para las elecciones del 99.
La estrategia diseñada por la burguesía reposa en un 90% en la posibilidad de que el plan económico en marcha reduzca en forma drástica la inflación; el otro 10% será dedicado al abuso sin precedentes de la televisión. La red Globo, que apoya a Cardoso, tiene prácticamente excluido a Lula de sus programas y noticieros —esto a pesar de una “memorable” visita laudatoria de Lula al dueño de la red, Roberto Marinho, el año pasado, (Incluso el Financial Times ¡denuncia! que “Lula gana los corazones y las mentes —pero no los medios”, 29/4).
Para muchos encuestadores, sin embargo, este plan viene demasiado tarde y contiene demasiado poco, frente al terrorífico agravamiento de la miseria de las masas brasileñas y a la escandalosa corruptela de los políticos y los principales grupos capitalistas. Cardoso debe cargar con el fardo de ir aliado al PFL, un partido que reúne a los principales políticos que apoyaron al defenestrado Collor de Mello y que representan al núcleo más poderoso y gangsteril del capitaismo tropical: los pulpos contratistas de obras y servicios.
En lo que se refiere al plan económico, su único “éxito” hasta el momento ha sido reducir el salario mínimo en un 30% —un verdadero “anda” para la futura “estabilización”. Los salarios fueron convertidos a la nueva moneda en base al promedio de su poder adquisitivo de los últimos cuatro meses—que se erosionó en cada uno de esos meses por una inflación del orden del 40%. En Brasil, el salario mínimo es usado también como patrón para establecer los sueldos del conjunto de los trabajadores.
Esta poda salarial se ha agravado por el crecimiento, al 48% mensual, de la tasa de inflación en cruzeiros, luego de establecida la moneda de cuenta, URV. La URV tiene por función indexar diariamente los precios (!); no, claro, los salarios, lo cual la ha convertido en un fenomenal mecanismo de confiscación. Cuando el próximo 1s de julio la URV cese de existir y se introduzca el “real”, una moneda dolarizada, los salarios quedarán congelados, en principio por un año. Se calcula que con la nueva moneda, la “estabilidad” recién se alcanzaría al cabo de doce meses, para los que se prevé una inflación del 30%.
La introducción de la nueva moneda se ha demorado enormemente como consecuencia de las divisiones que provoca en la burguesía el futuro régimen monetario que debe acompañarla. Los exportadores, por ejemplo, temen que una dolarización los desplace del mercado internacional; el conjunto de la burguesía recela de una masiva importación desde los Estados Unidos; los bancos están alertas con respecto a una renegociación de los 50.000 millones de dólares representados por el “festival de bonos”— una hipoteca usuraria capaz de hundir cualquier intento de estabilización. Entre los intereses de la deuda externa e interna, aun después de introducido el real, el presupuesto debe cargar con una erogación de 30.000 millones de dólares al año.
A la luz de estas limitaciones, las posibilidades de la política burguesa dependen de la orientación del PT. Para asegurar la “gobernabilidad” del futuro gobierno, la dirección del PT completó ya con éxito el operativo de someter a este partido a un programa de defensa de los intereses fundamentales de la burguesía, como el pago de la deuda, la defensa de la propiedad terrateniente, el no aumento de los salarios y la preservación de la casta de oficiales militares (ver nota sobre el 9Q Encuentro del PT).
Más allá de esto, sin embargo, el PT está articulando el apoyo a los candidatos de los partidos patronales en los diferentes Estados de la Federación brasileña: en Pernambuco, en Ceará, en Bahía, en Espíritu Santo, y en disminuir las posibilidades de los candidatos petistas en otros Estados (en San Pablo, por ejemplo, el candidato oficialista, Covas, tiene el 54% de la intención devoto para gobernador, mientras que el petista, Dirceu, está con el 5%). Esta política lleva a un gobierno nacional del PT que no tendrá equivalente en ningún Estado y que se reflejará en el próximo Congreso en una mayoría abrumadora de los partidos patronales derrotados en la elección presidencial. Lula ha sido encargado en los últimos días de cortejar a dos funcionarios de primer orden del gobierno actual, que se declararon en contra de la candidatura escogida por su partido, el PMDB, que recayó en Orestes Quercia. Esto podría simplemente conducir a que el PT ofrezca la candidatura de algunos de los estados del sur a estos hombres o a sus entornos.
La victoria de Lula conduciría, a partir de esto, a un gobierno burgués sólidamente amarrado y atado por las organizaciones y representantes de la gran burguesía. A esto habría que agregar la firme posibilidad de un gobierno de coalición, incluso con el partido de Cardoso. En resumen, la política lulista aparece como la otra alternativa de la estrategia de la burguesía y del imperialismo, y a partir de cierto momento como la más sólida.
Los dirigentes petistas se imaginan todo este derrotero de la manera más romántica: se trataría, para ellos, de una “transición”, “de uma longa caminhada para a democracia”. Se trata de una ilusión tan vieja como el tiempo: la semana pasada, Lula tuvo que intervenir personalmente para frenar una movilización de campesinos en Brasilia; presentar un proyecto de mediación en la huelga de la policía federal, en la que se exige que el 30% vuelva al trabajo a cumplir con las “funciones básicas”; y a sabotear la huelga docente de San Pablo, pretendiendo que se acepte un básico de 95 dólares (o URV). El romanticismo se desnuda a sí mismo como cruda política contrarrevolucionaria.
Resulta claro de todo esto que Lula es el candidato patronal y proimperialista de los obreros y campesinos de Brasil, y aún de importantes sectores de la alta pequeña burguesía y de la burguesía. Su ascenso político está vinculado al agravamiento del impasse histórico del régimen burgués, a la descomposición política del Estado y a la radicalización de las masas y el agravamiento de las contradicciones entre las clases. Para la burguesía, esta candidatura tiene una función contrarrevolucionaria, que la dirección del PT y Lula han asumido en forma consiente.
La izquierda que se mantiene en el PT, y aquélla que ha reingresado a él a través de sus listas electorales, se ha transformado en rehén de esta política contrarrevolucionaria, al carecer o haber perdido la libertad de acción para criticarla vigorosamente. Es el caso, por ejemplo, de Convergencia Socialista, vinculada al Mas. La lectura de la prensa de este partido, el cual se acaba de disolver en otro, el PSTU, con sectores maoístas y ex stalinistas que reniegan de la revolución de Octubre y de la revolución proletaria; demuestra acabadamente que el morenismo ha renunciado a delimitarse y a denunciar al frente popular en Brasil; que se ha simplemente integrado a él.
El apoyo electoral a la candidatura de Lula, exclusivamente, contra los partidos patronales, es legítimo a condición de denunciar su política y de actuar abierta e independientemente, para preparar a las masas a su superación. Debajo del ascenso electoral idílico de un candidato popular se cuece uno de los procesos más convulsivos de los explotados en este final del siglo XX.