FRANCIA: ES APENAS EL COMIENZO

FRANCIA: ES APENAS EL COMIENZO

La expresión grosera de un funcionario del gobierno francés sirvió para caracterizar sin pelos en la lengua la decisión oficial de suspender por seis meses un aumento del impuesto a los combustibles y conceder una suba del 3% al salario mínimo: “si (Macron) no se bajaba los pantalones para entregar una nalga, se hubiera quedado sin las piernas” (Le Monde, 5.12). Todo un cuadro de crisis política e incluso hasta de inviabilidad de la actual gestión.

Sea como fuere, el ‘recule’ oficial no fue muy bien recibido por los movilizados chalecos amarillos, que ratificaron la decisión de marchar en masa el sábado próximo. Los representantes del movimiento boicotearon, asimismo, la reunión que les había ofrecido el gobierno, en oposición a cualquier conciliación: reclaman la baja de “todos los impuestos”, la formación de una “asamblea ciudadana” que supervise las medidas impositivas, un aumento del ‘poder adquisitivo’ de la población (en algunos casos aumentos de salarios y del seguro al parado) y el cese de la precariedad social (Le Monde, 6.9). Le Monde señala también que “el gobierno observa con inquietud el comienzo de una suma de descontento que acabe transformándose en un frente más amplio”. En efecto, el bloqueo de colegios secundarios crece en toda Francia, en oposición a una ley que limita aún más el ingreso a la Universidad, en tanto que el personal de ambulancias cortó el centro de París, reclamando la suspensión de la reforma (ajuste) al financiamiento del transporte sanitario. “El año pasado, dice un estudiante, gritábamos nuestro reclamo en el vacío, hoy ya no es así”.

A la reanudación de los bloqueos y las manifestaciones el viernes próximo se ha adherido la Federación de sindicatos de explotaciones agrícolas (FNSES), afectados por la caída de los precios del producto agrario. El planteo deja a la vista las contradicciones de los sectores sociales movilizados, porque un aumento de los precios del campo va en dirección opuesta a una recomposición del poder adquisitivo del resto; reclaman incluso un cese de las promociones de los supermercados, para conseguir una participación mayor en el precio final, a costa de los consumidores. La salida a esta contradicción es la apertura de los libros de los monopolios de la comercialización, incluso su estatización, para terminar con el abuso del capital contra agricultores y consumidores.

La misma contradicción se manifiesta con la reivindicación para rebajar los aportes patronales a la seguridad social, y reclamar una suba en las jubilaciones; el gran capital y los grandes bancos pueden y deben aportar más. La heterogeneidad objetiva del movimiento, no facilita, sin embargo, como uno podría suponer, la tarea de concesiones y apaciguamiento del gobierno, que se encuentra presionado, por otro lado, por la Comisión de la Unión Europea, la jefatura política del gran capital, para que reduzca el déficit fiscal a expensas de los trabajadores. Hay un capitalismo en quiebra que necesita el socorro del Estado – como se ve, por otra parte, en la ola de adquisiciones por parte del capital de China financiadas por el estado de la República Popular. A este guiso social de contradicciones se agrega el guiso político, pues al mismo tiempo que los militantes de la derecha animan las movilizaciones, en numerosos casos son expulsados por los manifestantes cuando intentan imponer sus slogans y consignas. La olla a presión del estado francés ya no tiene la capacidad de contener la explosividad de las contradicciones y la miseria que ha acumulado. Es la manifestación del impasse del capital a la luz del día.

En este cuadro, la CGT decidió por fin abrir la boca y poner al desnudo la amplitud de su descomposición política. Con el telón de fondo de las contradicciones y confusiones de los chalecos amarillos, decidió llamar a un paro, sí, pero para el viernes 14, no sea que se mezclen los tantos con el convocado por los chalecos y sus nuevas compañías para una semana antes. El pretexto es reclamar un aumento del salario mínimo, punto. La burocracia sindical convoca a una lucha para confrontar con los chalecos amarillos, no con el gobierno. En lugar de trazar un programa de reivindicaciones que reconcilie en una estrategia común las aspiraciones de mejora social de los estratos medios, las patronales pequeñas, los precarizados y los autónomos, por medio de un plan económico único de los trabajadores contra el monopolio capitalista, la burocracia se cuela como una fracción más en la disputa, sin el menor interés por convertir a la clase obrera en la dirección política de todos los agraviados por la crisis capitalista. Por enérgicas y convocantes que sean las movilizaciones en marcha, sus protagonistas son una representación histórica marginal en comparación con el proletariado. No está para conducir sino para ser conducidos. Esta caracterización elemental tampoco guía la acción política del arco de la izquierda, que también ha puesto a la cabeza el reclamo de un paro por el aumento del salario mínimo. Solamente la CGT del cemento ha convocado a marchar el próximo viernes.

El gobierno de Macron se encuentra completamente desacreditado. A la par del aumento de los impuestos al consumo, ha reducido el impuesto a la fortuna, con el pretexto, ya poco original, de ‘incentivar’ la inversión – que naturalmente brilla por su ausencia, debido a la crisis capitalista. Debido a la reducción, el gravamen rendirá en 2018 un poco más de mil millones de euros, cuando había recaudado, el año previo, cuatro mil millones – linda forma de combatir el déficit fiscal. Al pedido de volver al nivel impositivo precedente, respondió. “De ninguna manera” – “no sea que los ricos se subleven y nos echen del palacio de gobierno”. Detrás del jolgorio impositivo para el capital, se esconde, sin embargo, una realidad explosiva: las compañías capitalistas, endeudadas hasta el cuello, se enfrentan a una perspectiva de quiebras; el estado tuvo que salir en su rescate en los años 2007/8 y en 2010 y 2010. “Haremos todo lo que sea necesario”, fue la frase famosa de Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, para evitar las quiebras.

Macron está en la cuerda floja y no es cierto, de ningún modo, que la derecha la quiera cortar. El Frente Nacional ha asistido a todas las reuniones que convocó el gobierno para conciliar una salida. La crisis es política; varios columnistas de diarios alertan contra la posibilidad de que caiga, al fin, la V República, o sea el régimen político. La derecha evita asociarse a desatar este derrumbe.

No es la primera vez que la clase obrera se enfrenta a una explosión social que tiene por actores a otros sectores sociales. En muchos casos, y el de Francia hoy se incluye, parcialmente, entre ellos, son rebeliones contra el capital desde las categorías inferiores del capitalismo. Pero esto mismo las hace más explosivas, a costa de su consistencia. El proletariado no puede ignorarlas sin pagar un precio carísimo, pero tampoco se trata de empujarlas o apoyarlas desde atrás. Debe asumir la dirección de la salida al conjunto de la crisis política del régimen social del cual es su antagonista histórico. Un paro activo nacional de 36 horas, con un programa de reivindicaciones fundamentales y el reclamo de echar al gobierno, desataría el nudo de todas las contradicciones y encaminaría la salida en Francia y a escala de toda Europa. La bandera tricolor y la Marsellesa se pondrían como furgón de cola de las banderas rojas y de la Internacional.

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/62129-