CONTRIBUCIÓN A LA CUARTA CONFERENCIA EURO-MEDITERRÁNEA
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/37178-
En el encuentro en Atenas participaron organizaciones, militantes y personalidades de países europeos provenientes de Gran Bretaña, Grecia, Francia, Italia, Polonia, Finlandia, Hungría, Bulgaria, Macedonia y Bosnia. También está previstao la presencia de delegaciones de Rusia, Ucrania, Turquía y Medio Oriente, que llegaron de Palestina y Siria. El Partido Obrero se hizo presente con una delegación integrada por los compañeros Jorge Altamira y Rafael Santos.
Las tres conferencias anteriores fueron la oportunidad para abordar la situación europea e internacional y adoptar resoluciones y tomar iniciativas políticas. La Primera Conferencia se realizó en 2013, en el momento de la rebelión popular de Gezi Park (Turquía) contra Erdogan. La segunda sesionó cuando la guerra de Ucrania conmovía el continente europeo. En 2015, la Tercera Conferencia concentró su atención en los acontecimientos de Grecia, tras la capitulación del gobierno de Syriza ante la troika.
Esta Cuarta Conferencia Euromediterránea se desarrolla en momentos en que asistimos a un salto de la crisis mundial, como lo demuestran las crisis enormes en Brasil y Venezuela y la no menor que afecta al recién asumido gobierno de Trump. Un aspecto decisivo de ella es la extensión que ha alcanzado la guerra imperialista en el Medio Oriente y el principio de descuartizamiento de Siria en “zonas de seguridad”. La desintegración de la Unión Europea sigue ocupando un lugar central en la crisis mundial.
La Cuarta Conferencia abordó este cuadro internacional y procurará traducirlo en resoluciones y una acción internacional común.
Reproducimos, a continuación, la contribución elaborada por Jorge Altamira.
La bancarrota capitalista de 2007/8 señaló el ingreso a una nueva etapa en la transición histórica de la crisis mundial que se inició a finales de los años ’60. La tendencia a la disolución del capitalismo dio un salto cualitativo y ha obligado al conjunto de los principales Estados, incluidos Rusia y China, a operar un rescate financiero sin precedentes. En el transcurso de los diez años posteriores, la crisis mundial se ha apoderado de todas las estructuras sociales y políticas del capital. De un lado, ha llevado a una situación de cuasi-bancarrota a las finanzas públicas y a los bancos centrales, y a una potencial crisis monetaria. Del otro lado, ha iniciado un nuevo ciclo de crisis de regímenes políticos, tanto nacionales como internacionales, y un reforzamiento de la tendencia a las guerras. Existe una unidad sistémica e histórica en el desarrollo de la crisis. Del ‘episodio’ catastrófico de Lehman Brothers se ha pasado al comienzo de la ruptura de la Unión Europea, a la amenaza de disolución de la zona euro (crisis bancaria en Italia, las crisis del Deutsche y Commerzbank) a un principio de crisis de régimen político en Estados Unidos y a la extensión geográfica de las guerras imperialistas. La guerra comercial, que nunca ha cesado ni podría cesar en un régimen capitalista, va tomando formas más agudas y plantea la posibilidad de una dislocación del mercado mundial.
Regímenes políticos
La crisis mundial representa un momento gigantesco de ruptura histórica en la etapa de decadencia del capitalismo. Produce un cambio en la forma de la guerra de clases del capital, que se desarrolla por medio de estallidos políticos y sociales. Esto queda de manifiesto en el ascenso de Trump, que ilustra una tentativa de establecer un régimen bonapartista en Estados Unidos -o, en su defecto, desembocar en un juicio político (“impeachment”) que se podría conjugar con una irrupción excepcional de las masas norteamericanas. Otro tanto vale para el nuevo gobierno británico, que ha surgido luego del referendo del Brexit, el cual busca, por un lado, reorganizar a la City de Londres (dominada por la banca norteamericana) en la guerra financiera con la zona euro y, por el otro, representa una tentativa de arbitraje político excepcional en la crisis que se ha abierto en Gran Bretaña. La intención, por parte de Emmanuel Macron, de gobernar por medio de decretos (“ordonnances”) en los primeros cien días de gestión, es otra manifestación de la transición hacia nuevas formas de dominación política, que chocan con las normas de la democracia burguesa y el parlamentarismo, y que significan, por tanto, una quiebra en el método de cooptación de las masas al orden político capitalista.
Un cuarto siglo después de la disolución de la Unión Soviética asistimos a la disolución de las estructuras políticas montadas por el imperialismo en los últimos años y a una crisis de régimen de sus ‘democracias’ más reputadas.
Guerra comercial
La metástasis de la crisis mundial en todo el cuerpo de la sociedad burguesa se manifiesta en la crisis de la llamada globalización capitalista, que deja rendimientos decrecientes al capital. La tercerización gigantesca de la producción mundial hacia China y otras naciones, acompañada por un desarrollo financiero extraordinario, ha agotado su capacidad para detener la caída de la tasa media de beneficio internacional. La exportación de capital a China, de todos modos, nunca logró elevar en forma significativa el beneficio medio en las metrópolis respectivas. Por primera vez en mucho tiempo, la tasa de crecimiento de las producciones nacionales (que se encuentra muy por debajo de su capacidad potencial) supera a la del comercio mundial. Esta es la base económica de la propaganda proteccionista y del mantra del gasto público en infraestructura. El repliegue hacia las fronteras nacionales es, sin embargo, inviable -en muchísima mayor medida en que lo fue en la crisis de los años ’30 del siglo pasado.
La retórica nacionalista, en especial en Estados Unidos, apunta, por este motivo, en otra dirección -a presionar por una mayor apertura, comercial y financiera, de parte de China y Rusia, por un lado, de la UE (o sea, Alemania) y de naciones como India, Japón o Corea del Sur, por el otro. Esa demagogia nacionalista apunta a impulsar las condiciones de reacción política que viabilicen la emergencia de gobiernos de fuerza y eventualmente fascistas. El acercamiento de Trump a Putin y a Rusia, que denuncian sus opositores, responde a una tentativa extraordinaria -de características inciertas- para someter a la Unión Europea a una dependencia mayor de Estados Unidos y a cortar las veleidades de una independencia militar de la Unión Europea, por la que abogan varios gobiernos europeos. En caso de prosperar, convertiría a Rusia, en última instancia, en un satélite del imperialismo yanqui. La dislocación ulterior que estas presiones económicas provocarán en los mercados interiores de los países mencionados, en especial en China, se convertirán en el combustible del desarrollo de situaciones revolucionarias. Es necesaria una caracterización de conjunto, o sea histórica, de la etapa mundial en curso, para evitar conclusiones unilaterales o impresionistas a partir de hechos aislados.
Es necesario distinguir los Brexit y los Frexit, que no son otra cosa que un realineamiento imperialista frente a la crisis, de las rupturas con el euro y la Unión Europea cuando provienen de los países sometidos de Europa, como Grecia o Portugal. En estos casos hay que diferenciar también el planteo de la burguesía nativa del de las masas, como se manifestó en el referendo traicionado por Tsipras, en Grecia, en 2015. En estos casos se trata de una ruptura con el imperialismo que debemos apoyar con los métodos de la movilización de masas y la revolución proletaria, en la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de Europa, incluida Rusia.
Guerras imperialistas
La tendencia a la guerra, propia del imperialismo y la reacción política, no es una repetición, en la actualidad, de las guerras precedentes, del mismo modo que tampoco éstas fueron una suerte de calco de las que las antecedieron. El monopolio militar, nuclear y tecnológico abrumador de Estados Unidos excluye la posibilidad, en la próxima etapa, de una “tercera guerra mundial”. Las pseudo-burguesías que se desenvuelven en China y Rusia, en el marco de la restauración capitalista, tienen puesto su interés en una asociación con el capital mundial antes que en una guerra internacional; el armamentismo agrava la crisis fiscal de todas las naciones y agudiza la lucha de clases. Lo que tiene lugar, desde la guerra contra la Federación Yugoslava, en 1995, es, de un lado, una generalización de guerras localizadas, pero de alcance mundial, para reordenar en favor del imperialismo la quiebra de la URSS y de su glacis y, más allá, de toda la periferia mundial que sostenía su autonomía gracias al apoyo de la Unión Soviética -por ejemplo, el Medio Oriente. El objetivo político de estas guerras, el “state building” (Estados vasallos), extiende el monopolio económico del capital financiero y refuerza la presión del imperialismo para llevar la restauración capitalista en Rusia y China hasta sus consecuencias últimas. La tendencia a la guerra choca, cada vez más, con la resistencia de las masas en las metrópolis imperialistas y plantea al capital la necesidad de liquidar derechos y conquistas democráticas. Estas guerras generalizadas van a crecer como consecuencia del derrumbe que se avizora para Estados estratégicos de la región, como Arabia Saudita, que se ve afectada por la competencia del combustible no convencional de Estados Unidos y, en el caso del Estado sionista, como consecuencia del avance de un Estado apartheid.
Es necesaria una campaña mundial contra las guerras generalizadas. Para eso es necesaria una denuncia muy clara del papel reaccionario que desempeñan Putin y Rusia en las guerras del Medio Oriente, incluso en Ucrania. Esta delimitación es tanto más importante en cuanto, tomadas de conjunto, esas guerras son una respuesta de la burguesía y de la burocracia restauracionista a las revoluciones y a las tentativas revolucionarias que se han desarrollado en Medio Oriente a partir de enero de 2011 en Egipto. En el caso de la guerra contra Libia, Rusia y China formaron un frente único con Estados Unidos y la Unión Europea, para defender su tajada en la explotación del petróleo libio. Nuestras consignas principales contra estas guerras deben ser el cese de los bombardeos de Estados Unidos y Rusia en Siria y de Estados Unidos y Arabia Saudita contra Yemen y retiro de sus ejércitos; por un socorro humanitario a Siria bajo control de las organizaciones obreras; fuera el imperialismo yanqui de Irak; por el derecho a la autodeterminación de la nación kurda; fuera la colonización sionista y el sionismo -por una República Palestina laica y socialista y el derecho al retorno de la población expulsada; abajo el régimen de Erdogan, por una Turquía obrera y socialista; fuera Putin, Merkel y Trump de Ucrania, por la autonomía nacional de una Ucrania socialista.
América Latina
América Latina se destaca, en la etapa presente, por la rápida pulverización de las experiencias y gobiernos “nacionales y populares”. Todos ellos vieron la luz como consecuencia de la crisis mundial -en especial de la crisis asiática de 1997, Rusia 1998 y el hundimiento del fondo LTCM, en 2000. Fueron el instrumento de una operación de rescate del capital. Se han hundido, en el período reciente, por la misma crisis mundial. Sobrevivieron, durante un tiempo, por las derivaciones del gasto público excepcional de China en el alza del mercado de materias primas y la invasión de capitales de corto plazo que aprovecharon ese ciclo especulativo (nacionalismo parasitario). La reversión de tendencia ha sido demoledora. El bloque de los Brics ha desaparecido de la tapa de los diarios, lo mismo que la Unasur. El nacionalismo burgués latinoamericano, militar o civil, ha vuelto a fracasar, esta vez luego de una experiencia más limitada y sin necesidad de golpes militares.
Esta misma crisis mundial ha llevado a la quiebra de Puerto Rico, lo que ha reactualizado al movimiento nacional portoriqueño y disparado una crisis ”sui géneris” en Estados Unidos. La bancarrota de Puerto Rico ilustra el destino que depara a Cuba la privatización económica del gobierno castrista en Cuba.
El derrumbe ‘nacional y popular’ ha creado una situación particular. De un lado, la emergencia de gobiernos improvisados de derecha, unos por medio de elecciones (Argentina), otros de golpes de Estado “parlamentarios” (Honduras, Paraguay, Brasil). El continuismo bolivariano, como ha ocurrido en Ecuador, no altera esta caracterización, porque el sucesor de Correa deberá lidiar con la crisis económica con los mismos métodos de ‘ajuste’ que llevaron al derrumbe a Dilma Rousseff, en Brasil. El agotamiento de la experiencia chavista integra este proceso, con independencia de sus características específicas: bastó la caída del precio del petróleo para sumir a Venezuela en el caos económico.
Al lado de estos gobiernos improvisados se desarrollan luchas de masas generalizadas. Ilustra esta caracterización, en Argentina, la oposición gigantesca que ha ocasionado la tentativa de aplicar una amnistía a los personeros con condena de la dictadura pasada o las huelgas políticas femeninas contra la violencia contra la mujer. El caso de Brasil es también contundente: ha pasado de manifestaciones multitudinarias dirigidas por la derecha, hace dos años, a la mayor huelga general política hace un mes.
Los Macri y los Temer gozan, por un lado, de un respaldo masivo de la burguesía y del capital extranjero, que se manifiesta en el apoyo sistemático que reciben de los partidos de oposición, del Parlamento y de la burocracia sindical. El capital entiende que un derrumbe de estos gobiernos crearía situaciones pre-revolucionarias; en algunos casos (Lula, Kirchner), los movimientos ‘nacionales y populares’ se reservan como recurso de última instancia. Estos gobiernos derechistas organizan su viabilidad mediante la explotación de las contradicciones políticas del movimiento de las masas. Han procedido a un enorme endeudamiento internacional para financiar una salida a la crisis, que incluso a corto plazo podría llevarlos a la bancarrota. La ‘gobernabilidad’, en América Latina, se asienta, en lo fundamental, en la crisis de dirección de los explotados. Esto es muy claro en Venezuela, donde la izquierda actuó como furgón de cola del chavismo en las casi dos décadas de gobierno. El derrumbe de los gobiernos nacionalistas ha abierto un período de transición que podría desembocar en situaciones pre-revolucionarias. Es lo que ocurrirá cuando una nueva crisis de deuda y el impasse económico se combine con el desarrollo de la izquierda revolucionaria como dirección política.
El desarrollo del Partido Obrero y del Frente de Izquierda y los Trabajadores pone en evidencia el acierto de una estrategia de independencia de clase como método para establecer una dirección revolucionaria. Durante los doce años del kirchnerismo, nuestro partido desenvolvió una delimitación política implacable con este gobierno nacionalista, en oposición a cualquier forma de seguidismo a una política populista o de demagogia social. La explotación sistemática de los límites y contradicciones del kirchnerismo nos acercó en forma sólida a la vanguardia obrera -naturalmente a partir de una larga trayectoria consecuente en la lucha de clases en Argentina, incluidas las dictaduras militares. El Partido Obrero y el FIT han alcanzado la mayor inserción de la historia de la izquierda revolucionaria en el movimiento obrero y la juventud, incluso en el campo electoral -con presencia en siete legislaturas provinciales, el Congreso nacional y numerosos municipios. Es el adversario político exclusivo de la burocracia en los sindicatos. El Partido Obrero ha expuesto esta experiencia en una tesis política de conjunto para América Latina.
Desarrollemos partidos revolucionarios
Un examen muy general del conjunto de la izquierda revolucionaria internacional advierte que, con el desarrollo de la crisis capitalista mundial, ella ha acentuado su adaptación política a las distintas formas de populismo, que es, en definitiva, una adaptación al Estado burgués. El objetivo estratégico del gobierno obrero y la revolución mundial ha sido sustituido por un populismo de clara reivindicación policlasista. La disolución de la URSS y la restauración capitalista en China ha sido caracterizada en términos de agotamiento del “paradigma” de la Revolución de Octubre, y el rechazo de la caracterización de la decadencia del capitalismo y la oposición a la dictadura del proletariado. Ha sido abandonada la categoría misma de estrategia y de programa, que ha sido sustituida por un movimientismo considerablemente más atrasado que el que inspiró el revisionismo socialista en el siglo XIX. Por eso, el socialismo ha sido sustituido por el anticapitalismo, el cual pone en el mismo plano de víctimas de la sociedad capitalista a varias clases sociales. La cohesión política por el ‘pluralismo’ y el partido por el movimiento o partidos “amplios”. La acción directa no se identifica con la lucha de clases del proletariado sino con llamadas acciones espontáneas de diverso alcance. Se busca la unidad a partir del mínimo común denominador de movimientos sociales contradictorios, en oposición al frente único entre organizaciones políticamente diferenciadas.
La desnaturalización política de la izquierda revolucionaria mundial lleva varias décadas y no deja de acentuarse. Se manifiesta también en la división entre quienes reclaman el retiro o de la Unión Europea (nacionalismo) y quienes reivindican una “Europa social”. En Argentina, el populismo anticapitalista tiene una historia larga, como consecuencia del peronismo -al que se pretendió convertir, durante décadas, en un socialismo revolucionario. El peronismo acabó organizando el terrorismo de Estado y preparando el terreno a la dictadura militar. Como ocurre con las experiencias no superadas por medio de la crítica, el populismo anticapitalista reaparece en el FIT a partir de un pronóstico de disolución del kirchnerismo y la necesidad de capitalizarla en su propio terreno. Combinada con una adaptación al electoralismo, como resultado de las presiones generadas por los progresos en el campo electoral, el populismo anticapitalista ha abierto una crisis en el seno del FIT. La experiencia histórica demuestra que para aprovechar el agotamiento del kirchnerismo y de la burocracia sindical es necesaria una fuerte intervención en las luchas con el método de la delimitación política socialista, clasista y revolucionaria.
La reunión de compañeros, tendencias y organizaciones en la Cuarta Conferencia Euro-Mediterránea es una excelente oportunidad para impulsar la construcción de partidos revolucionarios (al principio, en algunos casos, de núcleos pequeños) en toda Europa, incluidos Europa del Este y los Balcanes, y en Medio Oriente y, por lo tanto, a nivel mundial. La formación de partidos obreros revolucionarios representa “la crítica de las armas” a la decadencia capitalista.
TE PUEDE INTERESAR:
“Llamamiento para una 4ª Conferencia Euromediterránea de Emergencia”