UN MACRI A LA FRANCESA – MACRON
La victoria de Emmanuel Macron, un Ceo de la banca recién emigrado del gobierno socialista de Francois Hollande, esconde más de lo que revela. El 66% de los sufragios que obtuvo frente a la chovinista Marine Le Pen en el ballotage del domingo pasado, es todo lo contrario de un plebiscito. Con una adhesión propia, en la primera vuelta, del 24% (en realidad un 20% del padrón electoral), el porcentaje se reduce al 40%, en la segunda, una vez que se descuentan del padrón las abstenciones y votos blancos o anulados – un 38%. La mayor parte de quienes lo votaron el domingo tampoco son propios, pues lo hicieron para evitar un triunfo del Frente Nacional. El nivel de la abstención ha sido el más alto desde 1969, y el voto en blanco o nulo, sencillamente histórico – representan a 16 millones de electores, o sea por encima de lo recogido por Le Pen. Aunque el boicot electoral en sus diversas formas, incluyó a un electorado decepcionado por el desplazamiento de la derecha tradicional en el primer turno, fue promovido por una agitación generalizada de colectivos populares, bajo las consignas de: “Ni banqueros, ni racistas”, una, y “Ni patria, ni patrón”, la otra. O sea que fueron una expresión de confrontación política con los dos candidatos del capital.
Medio siglo de crisis de régimen
Es claro que el descarte, en la segunda vuelta, de los dos principales partidos de Francia, el socialista y la derecha ‘republicana’, franquea una nueva etapa de crisis del régimen político. El PS obtuvo apenas el 6.5% en la primera ronda. El ganador, Macron, es hasta cierto punto un llanero solitario, que por eso deberá improvisar la organización de su gobierno. De otro lado, la obtención de un 34% de los votos (menos del 20% del padrón), por parte del Frente Nacional, representa un progreso de una tendencia fascistizante. Su campaña anti-musulmana y anti-semita, contra la población de descendencia inmigrante del norte de África y Medio Oriente, es el punto de partida de una política de destrucción de las libertades públicas y el movimiento obrero. La decepción con relación a la expectativa electoral, sin embargo, ha desatado una fuerte crisis en el FN, entre quienes buscan un mayor acercamiento al ‘establishment’, por un lado, y quienes, por el contrario, reclamar un viraje hacia el militantismo fascista.
La crisis del régimen político francés, la V° República inaugurada en el período 1958/62, es de larga data – arranca del Mayo del 68, que impuso la salida de su fundador, Charles de Gaulle. Se asiste, entonces, a medio siglo de combinaciones políticas de todo tipo, sea bajo la dirección de la derecha como de la izquierda. El acceso de Macron, un agente de la banca, a la presidencia, forma parte de este transformismo incesante, o sea que opera bajo la dirección de la burguesía y sus fuerzas políticas. La curva de la crisis política, en Francia, sigue de cerca el desarrollo de la crisis capitalista mundial, cuya primera fase arranca precisamente de finales de los 60 del siglo pasado. Francia es calificada hoy por muchos analistas como “la enferma de Europa”, o sea su eslabón débil. En este contexto, el recambio en marcha enfrenta desafíos revolucionarios.
Bonapartismo y coalición a la carta
El proceso electoral francés debe culminar en junio con las elecciones parlamentarias. La composición de la Asamblea Nacional determinará en forma más precisa el método político del nuevo gobierno. Macron aspira, naturalmente, a obtener una mayoría legislativa; en caso contrario, gobernará mediante una “coalición a la carta” como lo hace Macri con el Congreso. La consigna para esto será la “defensa de la gobernabilidad”. Desde el partido socialista, por un lado, y desde la derecha republicana, por el otro, ya se inscriben desertores para ofrecerse como funcionarios del nuevo gobierno – algo parecido también a la alianza selectiva de Macri con la UCR y la Coalición Cívica. Enemigo supuesto del ‘populismo’, Macron pretende formar su lista de candidatos al parlamento copiando al cómico italiano Bepé Grillo, el jefe de “Cinque Stelle”, o sea, mediante una selección de postulantes por medio de internet y, por mitades, cooptando a políticos tradicionales. Este ‘método’ es reivindicado, por la fuerza de las circunstancias, como más democrático que el régimen existente, cuando constituye, en realidad, una expresión de la disolución del régimen democrático: la ausencia de partidos y de programas refuerza la primacía de la manipulación política de la representación popular por el aparato y la burocracia del Estado, y refuerza la manipulación del Estado por las grandes corporaciones capitalistas. La mejor prueba de esto es el anuncio de Macron de que gobernará, en los primeros meses, por medio de “ordonnances”, o sea por decreto, al igual que Trump, quien lo hace por medio de “executive orders”.
Ajuste y lucha de clases
Macron no ha ocultado nunca que ‘viene por todo’. Por un lado, con una “reforma laboral”, por decreto, con el propósito de extender la jornada de trabajo y “reducir costos”; otorgar primacía a los convenios por empresa sobre los de rama; ciento veinte mil despidos en la administración pública; un severo recorte de las jubilaciones y del seguro al desocupado. Es precisamente por el incumplimiento de este programa que Macron, ministro de Economía, se retiró del gobierno de Hollande y del partido socialista. No ha dudado en decir que pretende ejecutar el programa de precarización, flexibilización y ajuste laboral aplicado en Alemania, por los gobiernos socialistas y democristianos, en el último cuarto de siglo, y que se ha transformado en la piedra fundamental de toda la Unión Europea.
Esta declaración de guerra contra los trabajadores anuncia sin duda el ingreso a una etapa de aguda lucha de clases, de lo cual Macron es perfectamente consciente. Como ocurre con el macrismo, buscará comprometer a la burocracia sindical. Una parte de ella, la CFDT, ya ha dicho presente; aunque la CGT ha repudiado el ajuste que se prepara (lo mismo Fuerza Obrera), se opuso al voto en blanco y alentó el voto a Macron con la consigna de derrotar a Le Pen. La burocracia sindical va a subordinar la derrota del plan de ajuste a la defensa de la ‘gobernabilidad’. En consecuencia, en la etapa que se inicia, los trabajadores van a tener que enfrentar la cuestión de la dirección de las luchas – como, a su modo, lo demuestra la experiencia de Argentina, donde la burocracia sindical ha actuado como válvula de seguridad del macrismo. La disgregación de las fuerzas políticas y de la burocracia sindical desarrolla al mismo tiempo un sistema de coalición de hecho del conjunto de ellas para hacer frente a la lucha de los trabajadores y a un derrumbe político. Ninguna de las fuerzas políticas, incluida la llamada extrema izquierda, desenvuelve una alternativa la crisis del régimen político. La resultante del paralelogramo de fuerzas en presencia es el reforzamiento de una tendencia al bonapartismo.
Contradicciones insalvables
La política del ajuste es insuficiente para sacar a Francia del marasmo, y tampoco podría prosperar sin un planteo más general frente a la crisis capitalista mundial y de la Unión Europea. Es así que Macron reclama a Alemania la adopción de un sistema de deuda pública, presupuesto y rescate bancario común de la UE. Es la condición mínima para una reactivación de la economía mediante la ampliación del gasto público, luego de los límites notorios de la política de emisión del Bance Central Europeo. Alemania, sin embargo, se opone, porque erosionaría sus ventajas comerciales frente a los estados europeos y en el mercado mundial. Candidato del rescate de la UE, el gobierno de Macron probablemente presida su desintegración.
Lo mismo ocurre con las negociaciones con Gran Bretaña por el Brexit, en la cual Macron defiende quitarle el acceso que Gran Bretaña gozaba con anterioridad al mercado financiero y comercial de la UE. El hombre de la globalización y de la universalidad acabará haciéndose cargo de un repliegue nacionalista y la liquidación de su gobierno. Una década después del derrumbe de Lehman Brothers y el estallido de la bancarrota financiera, la crisis capitalista mundial se ha tetanizado a todos los órganos nacionales e internacionales de la dominación burguesa.
Pero a medida que la crisis mundial evoluciona en forma contradictoria o irregular hacia crisis revolucionarias, la llamada extrema izquierda se adapta cada vez más a las estructuras del estado burgués en descomposición. Cuando más se pone de manifiesto la necesidad de desarrollar partidos revolucionarios, esa izquierda se apremia en la construcción de ‘partidos anticapitalistas amplios’, donde la amalgama de tendencias sustituyen a la organización basada en los programas, y la acción inmediata a la estrategia política de poder de la clase obrera.
El ‘anticapitalismo’ es la contraseña para amontonar bajo un mismo techo a tendencias agraviadas por la crisis capitalista, pero diferenciadas e incluso antagónicas en los objetivos políticos estratégicos. La unidad en la acción que debería ser elaborada mediante una política de frente único, es travestida en estrategia, para sustituir la estrategia de poder que plantea el gobierno de los trabajadores.