LAS ELECCIONES DE OCTUBRE
Desde muy temprano el destino del gobierno de Macri fue equiparado por algunos al de la Alianza (1999/2001). Como es conocido, la Alianza no sobrevivió a su primera renovación parlamentaria. El macrismo ha heredado, al igual que De la Rúa, una recesión, una crisis de deuda y un déficit fiscal abultado. Aunque el paquete no incluye la deflación (convertibilidad mediante) sino la inflación, recogía un cuadro deflacionario medido en moneda internacional, el dólar. Por otro lado, la base política y parlamentaria del macrismo es harto más reducida que la de la Alianza. La expectativa de que impulsaría un ‘rodrigazo’ – devaluación y tarifazo -, abonaba la perspectiva de un gobierno de tiro corto. El gobierno UCR-Frepaso, en su momento, había recibido de lleno el golpe de la crisis asiática de 1997/8, seguida por la bancarrota de Rusia, la debacle de Brasil y la quiebra del mayor fondo financiero de la época, el LTMC, que un par de años más tarde sería caracterizado como el anticipo del derrumbe internacional de 2007/8. Había paralizado el sistema bancario y forzado a un rescate de emergencia coordinado entre la Reserva Federal y los principales bancos.
La analogía de la Alianza competía, sin embargo, con la que tomaba como versión original al menemismo. El gobierno de Menem había heredado de Alfonsín una hiperinflación superior al ‘rodrigazo’ de junio-julio de 1975, bajo el gobierno de Isabel Perón, y una fenomenal crisis de deuda externa. Sin embargo, a diferencia de De la Rúa, Menem gobernó una década. Después de varias crisis de gobierno, consiguió una estabilidad precaria a partir de 1991 (¡dos años más tarde!) – hasta la crisis de México de finales de 1994. El apoyo del pejotismo y de la burocracia sindical no lo tenía descontado, porque se había coaligado rápidamente con el macrismo de esos años, la Ucedé de Alsogaray. Sin embargo, lo fue alineando en la medida en el capital internacional y la burguesía nativa comenzaron a respaldar en forma decisiva la política de pagar parte de la deuda externa, a un precio vil, a cambio de privatizaciones. A medida que fue reuniendo esta masa de apoyo capitalista, el menemismo logró derrotar huelgas de gran envergadura – de ferroviarios, petroleros, telefónicos, aerolíneas y varias más. Al final la economía explotó, después de la crisis que arrancó en 1995, bajo De la Rúa. En aquellos años advertimos que el menemismo había perdido la oportunidad de devaluar en ese 95. La ‘coalición’ de ese entonces fue el Pacto de Olivos, Menem-Alfonsín, y la reforma constitucional.
¿Cuál es la situación actual? El gobierno enfrenta las elecciones de octubre en el marco de una recesión económica muy fuerte, una inflación emergente de los tarifazos, una reducción del consumo personal y una política de endeudamiento explosiva – en especial la que tiene que ver con el Banco Central, que pasó de $250 mil millones a $800 mil millones, en 15 meses, a tasas de interés dolarizadas del 25% anual, promedio. La burguesía, en su conjunto, apoya en forma condicional el plan económico en curso – en clara diferencia con lo ocurrido en 2001 cuando el FMI le bajó el pulgar en marzo de ese año, en su conferencia anual en Santiago de Chile, al reclamar el abandono de la convertibilidad. La principal área de negocios en la actualidad tiene que ver, por un lado, con la agroindustria, el gas y el petróleo y la obra pública. Por el otro, la vinculada a la especulación financiera internacional, que ofrece, en forma adicional, una salida a los ahorros de una parte de la pequeña burguesía, sea por la compra de Lebacs como por la dolarización a precio barato. El macrismo recorre, por ahora, la ruta de Menem, no la de De la Rua, cuya crisis de poder arrancó con la renuncia de su vice, Chacho Álvarez, en noviembre de 2000, y culminó con el levantamiento popular de diciembre de 2001. Hasta nuevo aviso, el gobierno de Macri cuenta con el apoyo de la clase dominante nativa y del capital internacional.
En estas condiciones, el desafío fundamental al gobierno parte de la clase obrera y de los trabajadores, como ocurrió bajo el menemismo. Esto quedó demostrado, en forma definitiva, en los últimos cien días. Frente a la huelga docente, los macristas siguieron el libreto de Menem – escuela que para, maestro que no cobra y sindicato amenazado de privación de personería (Ver mi artículo “¿La Gran Macri?” del 21 de marzo pasado). La clave política, en este punto, vuelve a ser la orientación de esas luchas y la naturaleza de la dirección. El entreguismo de la burocracia sindical no requiere de mayores pruebas; así lo demuestran los llamados “acuerdos sectoriales” que refuerzan pérdidas de conquistas y acentúan la precariedad laboral. El paro del 6A fue una maniobra de contención, que dejó al margen la defensa de la huelga docente y aceleró su declinación. Para el resto del período aparecen las negociaciones paritarias, en un marco de inflación creciente y de caída del empleo industrial, y choques especiales, como podría ocurrir con la mayor privatización de la navegación aérea y sus consecuencias sobre el transporte terrestre. Los agrupamientos y direcciones clasistas deberán articular un planteo de conjunto frente a estos conflictos, y frente al sabotaje previsible de una mayoría de burocracias sindicales.
La cuestión electoral, en estas condiciones, se presenta para las masas de un modo contradictorio, como ya ha ocurrido en varias ocasiones en el pasado. De un lado, será usada cada vez más, por parte del sistema político, en primer lugar como un instrumento de desvío político: ‘resolvamos las diferencias en las urnas, no en las luchas’. Por otro lado, podría servir a la izquierda para recoger el descontento y la oposición al conjunto del régimen político, o sea al gobierno y a todos sus cómplices políticos y sindicales que fungen como ‘opositores’. La volatilidad político-electoral, en numerosos países, es un testimonio de los giros políticos que pueden poner de manifiesto las elecciones. Es un aviso para la izquierda.
Coalición a la carta y cristinismo
Cualquier análisis del cuadro de fuerzas oficiales en presencia advierte que, en principio, las elecciones de octubre no prometen alteraciones en el régimen político actual. El sistema de “coalición a la carta” entre el gobierno, de un lado, y el Congreso, del otro, implica que un cambio en el peso relativo de unos y otros no modifica en lo esencial la línea en curso. El macrismo procura, como es obvio, un reforzamiento de mandato, pero una victoria relativa de la oposición colaboracionista significaría apenas alteraciones menores de régimen. Ahora mismo esa oposición reclama un ritmo menor en los tarifazos y un ablande en la política monetaria para oxigenar a los sectores de la industria que se encuentran en picada. A esto lo denomina “cambiar la política económica”. Este conflicto afloró con la renuncia de Prat Gay. Otro tema es la ampliación de la coalición oficial, reclamada por la UCR y también por el peronismo. Es lo que ocurre con la movida de Lousteau, por un lado, y por las presiones de Emilio Monzó, por el otro, e incluso con las perspectivas de varias Pasos provinciales de Cambiemos. Incluso si es rechazado el reclamo de Lousteau de participar en las Paso de Cambiemos, el sentido de su candidatura tiene que ver con un reordenamiento de la coalición de gobierno y los llamados ‘cambios de política económica’. El macrismo ha rechazado cualquier modificación en el ‘status quo’, para reforzar a la camarilla de los Ceo’s y al capital financiero que representa - mercado de hidrocarburos, obra pública y la especulación inmobiliaria. Solamente un estallido del tipo de Lehman Brothers a nivel internacional, que de ninguna manera se debe excluir, podría modificar la ecuación política actual de Argentina en su sentido general. El impacto de una ampliación de las guerras en Medio y Lejano Oriente y una agudización de la guerra comercial, deberá ser determinado en las circunstancias concretas.
La ‘desestabilización’ que contemplan algunos analistas se confina a la posibilidad de una candidatura de CFK en la provincia de Buenos y, secundariamente, a la que pueda apadrinar con cierto grado de solidez en su reemplazo. La ex presidenta, sin embargo, no tiene la menor intención de confrontar, como la obligaría una candidatura, contra la corriente que domina a la burguesía como clase y a los partidos que ofician como representación de ella, incluido el pejotismo. Hasta la ‘crisis del campo’, primero, y el ingreso en una nueva crisis, en 2011, la burguesía estuvo alineada con los K. El kirchnerismo no es el partido del ‘desorden’ sino del orden. El kirchnerismo podría llegar a ser un recurso político del capital, no un recurso político contra el capital. Como el pronóstico de una crisis de poder del macrismo ha sido trasladado a 2019, los K han aplazado la candidatura de la ex presidenta para ese año. Esta es la línea de Guillermo Moreno, Víctor Santamaría y Página 12, el Evita y hasta la camarilla del distrito de La Matanza. El relegamiento de una candidatura de CFK no ha atenuado, sin embargo, sino que ha agudizado la crisis al interior del PJ, en la medida en que el cristinismo no puede dejar de pelear por su espacio legislativo propio.
Si prosigue este inmovilismo de la llamada ‘oferta’ electoral, el descontento popular ofrece un campo amplio de votos para el Frente de Izquierda. En el caso de una eventual presentación de CFK, brindaría la oportunidad de una confrontación política con los restos dispersos del nacionalismo pequeño burgués, porque tampoco CFK sería una candidatura única del FpV, que ¡acaba de eliminar el sello como tal! Deslegitimar esta confrontación como un factor de desarrollo político de una izquierda obrera y socialista, equivale a considerar a las elecciones como una ocasión parlamentaria y no como escuela de formación de una vanguardia obrera y de elevación de la consciencia de las masas.
El proceso político hacia octubre se presenta, entonces, en esta doble faz. Por un lado, es una agenda de lucha de los trabajadores y excluidos, frente a un ajuste cada vez más penoso y frente a una política de liquidación del derecho laboral. Paritarias, despidos, el sistema previsional, son otros tantos puntos en lo que debe prepararse una intervención con base a un programa y táctica precisos. Por otro lado, plantea una lucha política electoral, con sus dos instancias – las Paso y las generales, que pugnará por la adhesión de los trabajadores. En el orden del día de las luchas se encuentra la cuestión de los derechos de la mujer está más que nunca; el reciente femicidio de Micaela ha puesto la luz, de nuevo, sobre el poder judicial y por lo tanto acerca de la necesidad de una campaña de denuncia de jueces cómplices con infractores de violencia contra la mujer, pero asimismo por la puesta en comisión del conjunto de la Justicia, la libre elección y revocatoria de jueces y fiscales, y el establecimiento de una justicia a cargo de la violencia contra la mujer, elegida por las mujeres mismas. El Encuentro anual de la mujer, en la Capital, sería un factor enorme al servicio de la clarificación política.
La otra cuestión importante son las guerras crecientes, y las masacres y crisis humanitarias que desatan, y la necesidad de una movilización internacional contra el imperialismo.
El Frente de Izquierda
De cara al conjunto de esta caracterización política, el Frente de Izquierda se enfrenta a la necesidad de presentar su planteo común para todo el período – crisis políticas, luchas obreras y populares, y elecciones parlamentarias. Un programa no es una lista de supermercado de reivindicaciones, sino una caracterización común de la situación y, a partir de ella, de un método para desarrollar las reivindicaciones que más afectan e interesan al pueblo, y un plan de acción del conjunto de las fuerzas del FIT La subordinación de la movilización de los trabajadores a las prioridades electorales constituye un factor de desmoralización política.
El FIT encara las elecciones de octubre con dos particularidades. De un lado, la presentación de otro frente, Mst-Nuevo Mas, que pondrá en la pauta la llamada ‘división de la izquierda’. Es necesario que caracterice a esta coalición rival y establezca los términos de una lucha política esclarecedora ante el electorado. Ese frente reúne a una corriente partidaria de la “izquierda plural” (Bodart se expresó en los medios contra ‘frentes marxistas”), por un lado, y a otra que ha ido a la rastra de la oposición ficiticia del cristinismo. El ‘frente plural’ refiere a alianzas con centroizquierdistas parlamentarios. Es necesario establecer frente al electorado una delimitación estratégica, de una parte, y una programática, dada la serie de recetas de nacionalizaciones de contenido burgués que reivindica ese frente. La peor variante sería, creemos firmemente, ‘el ninguneo’, porque no ayuda a clarificar y porque de todos modos la confrontación aparecerá instigada por los medios de comunicación.
Todo indica que el Frente de Izquierda volverá a protagonizar las Paso. El Partido Obrero defiende un acuerdo de candidaturas, o sea sin Paso, en consonancia con los resultados de las elecciones pasadas; el Pts ha indicado lo contrario al presentar sus candidatos para una disputa interna. La comprensión de este hecho requiere que se distingan y se delimiten las caracterizaciones diferentes que tienen, unos y otros, en el FIT: un “frente único”, para el PO, que debe tener expresión en todos los terrenos de la lucha de clases; un “campo en disputa”, para el PTS, que también debe tener una expresión ilimitada. Esto explica que el FIT se manifieste solamente en el breve periodo de una instancia electoral y de que el PTS rechace el bloque único en Congreso y legislaturas – lo cual viola el mandato otorgado por los votantes del FIT. El ‘campo en disputa’ viola el acuerdo fundacional del FIT acerca de la “cogestión” de todos los partidos en la actividad legislativa. Un frente revolucionario en clave electoral es una contradicción en términos y pone al desnudo el carácter contrarrevolucionario de la tesis del “campo en disputa”. Contrarrevolucionario, porque bloquea el desarrollo político independiente de la clase obrera.
El “campo en disputa” es una doctrina de faccionalismo político, y de ningún modo un método de delimitación entre partidos que coordinan una lucha común. Un frente disociado de estas características no puede reivindicar – es harto evidente - el carácter de “alternativa de poder de los trabajadores”; es, en este sentido, en la medida que prosiga creciendo, una expresión confusa de la transición política que se está desarrollando en los luchadores y la clase obrera hacia la estructuración de un verdadero partido obrero revolucionario. La evidencia de una transición en la clase y el movimiento obrero se registra todos los días en las votaciones en lugares de trabajo y en sindicatos y en el surgimiento de coordinadoras para la lucha en acto.
Las contradicciones del FIT y la confusión de algunos de sus integrantes se manifestaron a pleno sol (valga la expresión) en el multitudinario acto que realizó el FIT en Atlanta, el cual no ofreció conclusiones políticas para un desarrollo común subsiguiente. Desde la campaña de 2015 hasta ese acto, el frente como tal desapareció del escenario político, incluido el boicot del PTS al acto del 1 de Mayo de 2016. El boicot 1 de Mayo puso al desnudo una tendencia a romper al FIT (de la cual el PTS dio luego marcha atrás) y fue una manifestación del seguidismo al kirchnerismo que el PTS habría desarrollado desde finales de 2015. La participación en un frente político con la finalidad de convertirlo en un “campo en disputa” es definitivamente liquidacionista. No tiene nada que ver con la delimitación de estrategias que se desarrolla a través de una lucha ideológica y política – que incluso ocurre dentro de los partidos mismos, como lo enseña el ‘giro de abril’ impulsado por Lenin, hace cien años, contra la dirección del partido bolchevique.
El Frente de Izquierda y los Trabajadores debe discutir, especialmente en estas circunstancias de crisis, una caracterización de la situación política abierta en el país y un planteamiento programático, para arribar a conclusiones comunes – por mínimas que ellas sean. Esta discusión debe servir, por un lado, fundamentalmente, para ofrecer el programa del FIT a los trabajadores en la campaña electoral y, por otro lado, para dejar establecidas las diferencias políticas, que sirvan para una orientación a esos mismos trabajadores, acerca de las diferencias que existen.
Amalgamar al Frente de Izquierda en el período próximo, junto con un método claro, es absolutamente imprescindible en una etapa de desprestigio de los partidos tradicionales en presencia, incluida la impotencia política del cristinismo para ofrecer una alternativa autónoma, que obedece a sus ligazones de clase con la burguesía y el capitalismo y a sus ligazones de camarilla con el pejotismo.
El programa
El desarrollo de un programa, a partir de la caracterización de la etapa política que ofrece este artículo, requiere otro texto. Es necesario destacar, sin embargo, las siguientes cuestiones, porque afectan al conjunto de la crisis actual.
- La cuestión energética es el campo de negocios capitalista más importante y por eso prioritario del macrismo, y el que más golpea a los trabajadores al mismo tiempo. Esta también el terreno de mayor crisis potencial, si se confirman las previsiones de una sobre oferta mundial de gas y petróleo de largo plazo, pues esto convertiría en inviables proyectos como los de Vaca Muerta. El negociado energético consume una parte importante del Presupuesto, pues reclama subsidios que triplican el precio internacional del gas. Constituye, asimismo, la principal carga de la industria, mayor que el famoso peso caro y la supuesta ‘presión impositiva’. Para las masas es una mochila mortal. Para los trabajadores petroleros representa una fuerte pérdida de derechos: 1, por el ajuste laboral, 2. Porque se desplazan las inversiones de Chubut y Santa Cruz a Neuquén con una tanda enorme de despidos.
Es necesario destacar este asunto explosivo, denunciar negociados de subsidios y transferencias patrimoniales, la inviabilidad potencial del shale y su carácter contaminante – y plantear la apertura de libros, verificación de costos y ganancias, y el control obrero. Se plantea una gran campaña en la Patagonia, entre los petroleros.
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El saqueo de los bancos, merced al endeudamiento brutal del BCRA por $800 mil millones, a tasas usurarias. Debemos advertir que estamos frente a un corralito potencial. En estos términos plantear la nacionalización y control obrero de la banca, protegiendo depósitos hasta determinado monto.
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El endeudamiento actual es, en un 80%, una renovación de la deuda externa previa más los intereses. No se diferencia, en ningún aspecto, de la deuda usuraria, cancelada diez veces, que hemos denunciado siempre y planteado el no pago. El repudio de la deuda debe ser planteado en forma amplia, no solamente como una succión de recursos, sino como un método de dominación colonial. El repudio de la deuda debe presentarse en términos de lucha continental obrera y campesina.
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Contra los despidos, reparto de las horas de trabajo con igual salario. Defensa de las ocupaciones de empresas y coordinación de la lucha y de la defensa de esas ocupacione.
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Rechazar la consigna de “cambio de la política económica” como, por un lado, una mistificación política bajo el gobierno actual y, por el otro, como un planteo de recambio de política de corte patronal. En oposición a esto, planteamos Por un Plan Económico elaborado por un Congreso de bases de los trabajadores.
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La corrupción ha carcomido todos los tejidos del Estado burgués y es la consecuencia inevitable de la descomposición de este Estado y de la bancarrota económica. Las coimas de Odebreht, por un lado, y las denuncias de esas coimas, por el otro, son el resultado de una lucha a muerte entre capitales, sus estados y sus servicios de inteligencia, por el copamiento de negocios, cuyo principal motor es el Departamento de Justicia de Estados Unidos. Los paraísos fiscales amparan negocios de narcotraficanes y constituyen una presión para convertir a todos los estados en paraísos sin impuestos. La corruptela de Lula, Kirchner, Maduro muestra la dependencia estrecha de esta pretendida izquierda del Estado burgués, de los tesoros del estado y de sus vínculos con el capital. La ‘casta política’ es una intermediaria el capital y el Estado, para repartir la plusvalía del trabajo.
EL FIT debe plantear el desmantelamiento del Estado burgués y el régimen de consejos obreros, o sea del control de la política por las masas. (Un capítulo especial debe referirse al Estado y la violencia contra la mujer, apuntado arriba).
Por un gobierno de trabajadores.