LA CRISIS POLÍTICA NORTEAMERICANA
El rasgo saliente de la situación internacional lo constituye, sin duda, la crisis política que se desarrolla en Estados Unidos. El jefe del Comando de Operaciones Especiales, nada menos, definió al gobierno, “en un comentario que rompió con las normas del protocolo militar” (Financial Times, 17.2), “en un estado de increíble desorden”. Algunos comentaristas han hablado de “caos”. La emergencia de una crisis política de semejante dimensión debe servir de punto de partida para desenvolver un análisis de conjunto.
Donald Trump ha comenzado su gestión no solamente con una serie de reveses políticos; desde el día cero ha enfrentado movilizaciones populares de una envergadura que no tiene precedentes. El “decreto ejecutivo” que estableció la prohibición de ingreso al país de ciudadanos de siete estados árabes fue repelido por las Cortes de Justicia; Trump no se atrevió, sin embargo, a apelar a la Corte Suprema. En contra de esta proscripción se habían pronunciado numerosas organizaciones civiles e incluso grandes compañías. Para un gobierno que enfrenta un rechazo dentro de su propio bloque en el Congreso, esta desautorización implica un golpe al afán de establecer un régimen de poder personal y un límite a las posibilidades de gobernar por decreto. Esta serie de sucesos ha sido usada para reivindicar la vitalidad de la “división de poderes” en Estados Unidos, que es usada con frecuencia como un sinónimo de “democracia”.
La crisis más severa, con todo, fue desatada por las revelaciones de las conexiones del asesor de Seguridad Nacional de Trump, el general Michael Flint, con el gobierno y los servicios de espionaje rusos, filtradas a la prensa por el FBI. Esto derivó en la expulsión de Flint; en una fuerte pelea de Trump con los principales medios de comunicación que vehiculizaron las pinchaduras de teléfonos; y en una ‘guerra’ con los jefes de los servicios de espionaje. Para las cuatro semanas iniciales de gobierno no es poca cosa. Muchos comentaristas se animan a caracterizar que Trump ha sido neutralizado por los ‘poderes fácticos” de EEUU y reducido a la impotencia, y tampoco faltan quienes aseguran que ya se encuentra en marcha la destitución del magnate por medio de un “juicio político”. El Financial Times va más lejos: asegura que “el establisment de seguridad (de EEUU) está impulsando una campaña contra Trump”, quizás, precisamente, porque tiene un número elevado de militares en el gabinete. “El Sur también existe”.
En el entretiempo, los ministros ratificados por el Congreso, y el propio vicepresidente, se han esmerado en declaraciones que desautorizan los planteos del presidente en su reciente campaña (en especial, el ministro de Defensa, el ‘perro loco’ Mattis), lo que ha llevado a muchos observadores a hablar del “último clavo en el ataúd geopolítico” de Trump (Cantelmi, Clarín, 25.2), cuyas “capacidades” no estarían a la altura “de sus intenciones”. La designación, en el lugar de Flynn, del general H.R. McMaster, “fue celebrado como ‘un regreso a la normalidad’ por el tronco tradicional de los partidos republicano y demócrata y los medios críticos del presidente como The New York Times o The Wall Street Journal” (ídem). En Rusia, los acontecimientos fueron interpretados como una reversión de la expectativa de un acuerdo con Estados Unidos que pusiera fin a las sanciones económicas y políticas establecidas luego de la ocupación de Crimea.
Bien miradas, estas caracterizaciones plantean más problemas de los que creen resolver. La suposición de que es posible un retorno al ‘status quo’ previo, es simplemente una fantasía. La victoria de Trump es el emergente de una crisis de conjunto de las relaciones existentes. La tasa de inversión en Estados Unidos, neta de amortizaciones, es cero o incluso negativa, esto si se considera el deterioro de la infraestructura pública. El desempleo es muy superior al que se publica oficialmente, pues ha caído la búsqueda de trabajo y ha crecido el empleo parcial. El endeudamiento público norteamericano supera en forma holgada los u$s 20 billones – un 120/130% del PBI. La hipoteca de las familias por créditos a viviendas, consumo y educación supera los niveles previos a la crisis y por eso se acentúan las señales de ‘defol’. El comercio internacional tiende a decrecer, como lo demuestra la quiebra de las compañías navieras y la concentración de capital subsiguiente. Las ‘guerras’ comerciales, fiscales y monetarias se han acentuado desde la bancarrota de 2007/8.
Con relación a Rusia, la Otan le ha dejado la ‘solución’ de la guerra en Siria, en una alianza inestable con Turquía, mientras el apoyo de Alemania a los gasoductos rusos hacia Europa no ha mermado. Una especialista escribe, en Financial Times (16.2), que “El escepticismo respecto a la Otan no es nuevo” y “ninguna retórica encendida puede disimular el hecho que el compromiso político norteamericano hacia la seguridad europea se extingue rápidamente”. ¿Qué significa un “retorno a la normalidad” luego del Brexit y la crisis que ha desatado al interior de Gran Bretaña (Escocia e Irlanda e Irlanda del norte); las bancarrotas de Italia y Grecia o la crisis política en Francia, o sea la disgregación de la UE e incluso de la zona euro? Esta misma analista señala que Europa se encuentra “en un punto de viraje” y que debe construir otra organización militar, para cuando “el paraguas militar norteamericano sea retirado”. En lugar a aumentar los aportes a la Otan, como lo reclamaba Obama y lo exige Trump, recomienda unir los presupuestos europeos para desarrollar “nuevos armamentos”. La dislocación de los pactos de posguerra, como se ve, se encuentra servida.
La áspera crisis política en Estados Unidos pone de manifiesto, por un lado, la agudización del impasse económico del capitalismo mundial y, por el otro, la imposibilidad de encarar una salida por otros medios que no sean la guerra en todos los terrenos, incluidos los militares, como ha venido ocurriendo desde el despedazamiento de Yugoslavia en la última mitad de los 90.
“Animal spirits”
El “riesgo político” que ha acompañado a la inauguración de Trump no ha impedido una suba fuerte de la Bolsa, incluso cuando la Reserva Federal tiene previsto un aumento de las tasas de interés. Los observadores la atribuyen a los ‘animal spirits’ que ha desatado la ejecución del programa de Trump, en especial en lo que se refiere a una reducción enorme del impuesto a las sociedades y a las ganancias (del 35% al 15%) – lo cual implica también una guerra fiscal contra los competidores de Europa y de Asia. El planteo incluye un llamado “impuesto de ajuste en las fronteras” que afectaría a las importaciones a Estados Unidos y beneficiaría a las exportaciones. Para respaldar estas medidas se ha formado un ‘lobby’ – Made in America -, que reúne, entre otros, a “Dow Chemical, General Electric, Boeing, Caterpillar y Pfizer” (FT, en Cronista (20.2). Al acosado Trump no le faltan apoyos. Este plan afectaría, es claro, “a las cadenas de suministro”, o sea al capital que ha tenido una expansión internacional formidable en la ‘globalización’ (ver “Las bases económicas de Trump” en Facebook altamirajorge). Los columnistas del FT definen a este enfrentamiento como “una guerra civil empresarial”. En el Congreso, dice, ha puesto fin “a la unión de los republicanos”. La crisis mundial se manifiesta ahora en una disgregación al interior de la burguesía, del mercado internacional y de los bloques estatales existentes.
Incluso de mayor impacto se perfila el propósito de deshacer las regulaciones de los bancos que votó el Congreso norteamericano hace tres años (Dodd-Frank). Trump presenta su proyecto como una medida ‘populista’, porque permitiría, dice, diseminar el crédito, que en la actualidad se reparte una minoría de poderosos, entre las clases populares. Más allá de las consecuencia explosivas que tendrá esta convocatoria a una redoblada especulación financiera, la ‘desregulación’ podría demoler a la banca europea, que enfrenta una situación desesperante de créditos incobrables (entre 1.5 y 2 billones de dólares). Los bancos europeos más afectados se encuentran bajo el respirador del “sistema financiero” del Banco Central Europeo, que compensa saldos entre los bancos centrales nacionales. De acuerdo al columnista estrella del The Telegraph de Londres (23.2), el Banco de Italia tiene una posición deudora, “impagable”, de 364 mil millones de euros, en tanto que el Bundesbank una acreedora, incobrable, de 796 mil millones, en especial sobre la banca italiana, griega y portuguesa. La ‘desregulación’ norteamericana significaría un golpe definitivo para la ‘regulación’ europea, que fue establecida a través de tres acuerdos llamados de Basilea. ¿Cómo no advertir el peligro que los gobiernos europeos recelan en el programa de Trump? El ‘animal spirits’ que habría destapado Trump en el capital norteamericano, parece tener más de ‘animal’ que de ‘spirits’.
Para Estados Unidos, el desarrollo del ‘dumping’ fiscal entraña un crecimiento enorme de su ya elevada deuda pública, lo cual elevaría la cotización del dólar, si a esto se suma además el ‘dumping’ bancario. Un reflujo de cierta magnitud del capital internacional hacia EEUU, sentenciaría la quiebra de los países con deudas internacionales elevadas, lo cual alcanza para explicar la “inquietud” mundial que provocan el magnate y el ‘lobby’ de grandes pulpos que operan con él. Trump ha señalado, en varias ocasiones, la intención de renegociar la deuda pública norteamericana, lo que significa una suerte de ‘defol’, para hacer frente a la crisis fiscal de EEUU. Sería, asimismo, un gran golpe monetario, pues la porción más importante de esta deuda se encuentra en manos de la Reserva Federal (la derechista Marine Le Pen ya amenazó con reconvertir la deuda pública de Francia de euros a francos).
Es a todas luces evidente que estos planes son incompatibles con cualquier ‘orden’ o ‘alianza’ internacionales al ‘viejo uso’. Es lo que hace caer por su peso el supuesto ‘atlantismo’ que el gabinete designado le hubiera impuesto a Trump; sólo hay un compromiso volátil. La valla de contención de la crisis, que han diseñado los equipos trumpistas, pasa por los ‘acuerdos bilaterales’, con los que Trump pretende imponer la hegemonía de Estados Unidos en el curso inmediato de la crisis mundial.
China, México, Nafta
La idea de una Norteamérica que se refugia en el ‘proteccionismo’, como se puede ver, está fuera de lugar, y esto se aplica más que nada a las relaciones con China y México, que responden por la mayor parte del comercio de Estados Unidos. El Financial Times (7.2) dio a conocer la formación de “una fuerza de tareas” compuesta por académicos y ex funcionarios, tanto republicanos como demócratas, que respalda “la postura dura” de Trump frente al comercio con China. El grupo, sin embargo, no impulsa aranceles contra las mercancías o servicios de China, ni siquiera acuerda que China este desvalorizando su moneda. “Los expertos, dice el diario, llaman a presionar más a China para que abra los sectores de la economía en los que la inversión extranjera se encuentra restringida” y a acompañar esta acción “con esfuerzos para atraer a China a nuevos acuerdos de comercio e inversión con Estados Unidos”. En una palabra, buscar el desmantelamiento de las barreras que el Estado chino ha establecido en el afán de regular la restauración capitalista que se desarrolla en China. Esta perspectiva es lo que ha llevado a muchos a trastocar la perspectiva de una guerra comercial entre los dos países por un eje Usa-China, que se apoderaría de la economía mundial. Willbur Ross, el nuevo secretario de Comercio norteamericano, campeón de la guerra comercial, es un viejo socio de un fondo público de inversiones de China. Trump tiene que medir sus pasos con China, que es la principal compradora de soja, en momentos en que la agricultura norteamericana ha entrado en una etapa de crisis, al menos según Samuel Huergo, el hombre de Monsanto en Clarín (18.2).
No es el momento de desarrollar aquí esta hipótesis – sólo indicar que es explosiva, porque equivaldría entregar al capital internacional el sistema financiero de China, deshacer la asociación que China exige a las inversiones industriales extranjeras, y abrir el acceso a la propiedad agraria. Ocurre que China atraviesa hoy por una manifiesta crisis industrial de sobe producción, una caída de la rentabilidad de la industria, una fuerte salida de capitales y un sistema bancario paralelo que suma billones de dólares de inversiones financieras e inmobiliarias amenazadas de quiebra. Parte de esta crisis se intenta resolver con adquisiciones de compañías en el exterior, como ha ocurrido, ostensiblemente, por ejemplo, en el comercio de granos. La incursión de capitales de China en el exterior ha levantado barreras proteccionistas en Estados Unidos y la Unión Europea. China ha sido advertida, por sobre todo, de no avanzar con el desarrollo de la industria de superconductores (chips), acusándola de un fomento subsidiado. En resumen, China enfrentaría una dislocación excepcional de sus tensas relaciones sociales.
La misma posición agresiva exhibe Trump y el capital asociado frente a México y el Nafta, que no es de ningún modo proteccionista. Es así que reclama una re-negociación general del tratado para incorporar el acceso del capital norteamericano a la industria petrolera mexicana en proceso de privatización; asegurarse la reserva de los mercados de tecnología; y aumentar el origen regional de los bienes que abastecen a las industrias terminales. Es un ataque al capital extranjero (japonés, chino e incluso alemán) que exporta a México aceros o aluminio para la fabricación de automóviles. Los macroeconomistas ya han advertido acerca del impacto desestabilizador que un acuerdo semejante tendría para el movimiento internacional de capitales y comercio. Trump ha ‘ofrecido’ a México una ‘alianza’ militar con el señuelo de combatir el narcotráfico.
Por casa
El ‘caos’ y el ‘desorden’ que reinan en el gobierno de Trump revelan, ahora sí, que las intenciones son más grandes que las capacidades, pero de ningún modo entendidas como el anuncio de un regreso al ‘status quo’ precedente. La crisis política ha dejado al desnudo que Trump no tiene un apoyo de carácter general que le permita arbitrar, en función de su propia política, en la “guerra civil empresarial” que pontifica el Financial Times, o en la ruptura de la “unión republicana”, o para neutralizar la “guerra” que le declararon los servicios. Lejos de eso, el propósito de desmantelar el sistema vigente de salud, para favorecer a las compañías de seguros, podría desatar una fronda social que ya se insinúan en las protestas que han ocurrido en los mitines convocados por políticos republicanos.
Hace pocas horas, Trump puso en evidencia esa carencia de base, cuando dijo, en un acto chovinista rabioso, que quería convertir al partido republicano en “un partido a favor de los trabajadores”. Pero en la lista de sus planteos no aparece nada de eso, ni siquiera la elevación del bajísimo salario mínimo, que se encuentra en el mismo piso desde hace casi dos décadas.Trump se enfrenta a la perspectiva de un choque con la clase obrera.
La perspectiva de un intenso proceso de movilización social ya se encuentra en marcha. El desarrollo de un partido de trabajadores, acicateado por la crisis política, desenvolvería todo el potencial revolucionario y socialista de la crisis mundial.