LAS BASES ECONÓMICAS DE DONALD TRUMP

LAS BASES ECONÓMICAS DE DONALD TRUMP

En oposición a las corrientes filosóficas dominantes en su época, Carlos Marx recomendaba buscar la explicación de los fenómenos políticos e incluso culturales en la economía. Un estudio realizado por la revista The Economist, el 28 de enero pasado, duplica la apuesta del comunista renano, pues busca una caracterización de las crisis políticas que atraviesan los principales países en la actualidad en una categoría más reduccionista aún: la evolución de la tasa de beneficio de las corporaciones internacionales que aprovecharon la globalización abierta por las restauraciones capitalistas en China y en Rusia.

“La superioridad de las firmas globales para hacer plata se encuentra en ruinas” - dice sin anestesia el editorial que introduce el estudio mencionado. “En los últimos cinco años, los beneficios de las multinacionales han caído un 25%; los retornos sobre el capital se han deslizado hacia su punto más bajo en dos décadas. El 40% de todas las multinacionales realizan un retorno sobre capital en bolsa de menos del 10%, un indicador de sub-rendimiento”. La conclusión es lapidaria: “Para las compañías industriales, manufactureras, financieras, medios, telecomunicaciones y recursos naturales, el alcance global se ha convertido en una carga, no más una ventaja”. Esta caracterización le permite asegurar que “Trump ha llegado con retraso”. El repliegue nacionalista tiene su fundamento en los límites alcanzados por la acumulación de capital, bajo la forma global de la producción en cadena. El impacto es descomunal, porque las multinacionales “coordinan el 50% del comercio mundial, cuentan con la tercera parte del valor de los mercados mundiales de acciones y son dueñas de la parte del león de la propiedad intelectual - desde el diseño de ropa, los softwares de realidad virtual y las drogas para las diabetes”.

¿Cabía esperar otra cosa? Los lectores de El Capital saben que “el límite del capital es el capital mismo” - y no hay ninguna razón para que esto no se aplique a la compañías globales que, para ilustrar, realizan el 50% de sus “transacciones”, si se puede llamar así, entre sus diferentes establecimientos. “Una factoría china, describe la revista, puede usar herramental de Alemania, tener a sus dueños en Estados Unidos, pagar impuestos en Luxemburgo y vender a Japón”. Esta escala productiva, la reducción de costos salariales que permitía la explotación de fuerza de trabajo más barata, una carga fiscal menor por incentivos fiscales y la posición dominante que ganaba en el mercado mundial, produjeron, por un lado, una elevación fenomenal de la tasa de ganancia y, por el otro, un aumento también fantástico de beneficios para los inversores accionarios y los socios bancarios y financieros.

Este mismo desarrollo, sin embargo, desató fenómenos de sobreproducción, aumentos de salarios y el desarrollo de una industria periférica local, que comenzó a pelear por el reparto de la tasa global de ganancia. En China, en particular, pero en Rusia e India también, el estado comenzó a condicionar las inversiones extranjeras a una asociación con firmas locales. The Economist cita la victoria comercial de los bancos brasileños sobre sus competidores extranjeros en el país; lo mismo con el comercio electrónico por parte de firmas de China; y las telecomunicaciones en India. De especial interés fue lo ocurrido en Estados Unidos, donde las firmas petroleras independientes aprovecharon los altos precios internacionales y las muy bajas tasas de interés para iniciar la explotación del shale. Este “America First”, en materia petrolera, no solamente ha afectado en parte a las multinacionales norteamericanas, sino acentuado la guerra que ha llevado el precio internacional del petróleo y el gas a niveles históricamente muy bajos Como ya ha ocurrido en ciclos económicos anteriores, los países receptores de inversiones en cadena comenzaron a reclamar un avance en la escala de valor interna. Numerosas compañías globales han enfrentado este antagonismo mediante acuerdos de explotación de licencias con firmas locales. Sin embargo, el ingreso incipiente de China en la producción de chips para supercomputadoras ha desatado una guerra declarada, que se manifiesta en el bloqueo a la adquisición de firmas locales por parte de Alemania y Estados Unidos, en particular.

A las compañías globales de los países receptores de capital no les ha ido mejor que a sus pares de las naciones centrales. The Economist cita el fracaso de Lenovo, la china que compró el negocio de PCs de IBM y partes de Motorola, o la petrolera estatal Cnooc, que tuvo que dar de baja a Nexen, una compañía canadiense que había adquirido. Los famosos Brics han salido del escenario, cuando tantos analistas los habían convertido en el nuevo centro de la acumulación capitalista mundial.

El derrumbe del negocio global se puso de manifiesto con el estallido de la crisis mundial de 2007/8, pero esta misma es producto de aquel desplome. “Entre 2009 y 2013, las multinacionales fueron responsables de sólo el 5% de los 400 mil empleos creados en Estados Unidos”, dice la revista, un reflejo de la enorme racionalización productiva que sufrieron para hacer frente al colapso de su tasa de ganancia. La misma crisis acentuó la fuga de capital hacia paraísos fiscales, para contener la caída del beneficio mediante un menor pago de impuestos. “Una multinacional típica, dice The Economist, tiene 500 entidades legales, algunas basadas en paraísos fiscales. De acuerdo a las estadísticas norteamericanas, paga una tasa de impuestos del 10% sobre beneficios del exterior”. La UE y Estados Unidos se han engarzado en una guerra de dumping fiscal, para conservar las inversiones en sus territorios y repatriar a las que se encuentran afuera, al mismo tiempo que crecen sus déficits fiscales y la deuda pública. Trump pretende bajar el impuesto a las ganancias del 35 al 15%, pero esto es lo que hoy pagan las multinacionales gracias a un código fiscal cargado de exenciones y subsidios. The Economist advierte que “las multinacionales tendrán que repensar sus ventajas competitivas”, o sea volver al vecindario o directamente a casa. Las cadenas de producción han sufrido cierta ‘nacionalización’, porque solamente el tercio de su producto es comprado por afiliadas del mismo grupo.

No se debe pasar por alto que la tendencia ‘internista’ o nacionalista ha tenido diversas expresiones políticas en dos décadas. Primero Putin, que exilió a Londres a los oligarcas ‘globales’, e incluso metió presos a los más prominentes. Berlusconi llegó al gobierno de la mano de la mediana burguesía, que le había arrancado a la Fiat el control de la Cofindustria. El turco Erdogan es un caso espectacular: desplazó a la burguesía con asiento en Estambul, con negocios en Europa, por la islámica de Ankara, vinculada a los mercados árabes. Los Brexit ingleses y hasta Xi Jing Pi se encuentran en un rango similar; no pasa día sin que el chino no mande a guardar a un burócrata capitalista con ambiciones mundialistas. En Francia, el ‘desafortunado’ Fillon representa mejor esta tendencia que la Marine Le Pen, como lo muestra su posición de levantar las sanciones económicas contra Rusia por la cuestión ucraniana. ‘Lamentablemente’, los internacionalistas prendieron el ventilador de los dineros indebidos que se atribuían su mujer y sus hijos.

¿Ahora qué? The Economist no ofrece una hoja de ruta, pero advierte que la globalización “ha echado raíces muy profundas” como para que un retorno al nacionalismo constituya una salida. Dice lo contrario: “Un desmantelamiento rápido de la forma dominante de negocios de los últimos veinte años puede ser caótica”. El del 30, juzgado ‘benévolo’ en comparación, desató el nazismo y la masacre de la segunda guerra mundial. La prensa económica mundial está poniendo en la mira a las amenazas que se acumulan para la industria alemana y a la incesante fuga de capitales de China. Los desplazamientos de capital de un mercado a otro no pueden fungir como salida a una crisis de conjunto. La línea de salida del capital y de los estados capitalistas a la crisis de la globalización y del mercado mundial basado en ella, es más globalización, o sea un desmantelamiento mayor de las barreras de protección en China, Rusia e India, y también en Estados Unidos, donde el desarme del sistema de salud del Obamacare opera como un reforzado negocio para las compañías de seguro. China, por de pronto, ya ha anunciado mayores franquicias al ingreso del capital a sus mercados financieros. Pero una mayor dosis de globalización sobre las ruinas de la globalización supone necesariamente mayores violencias y guerras que las que ha atravesado la que ahora finge retirarse.

Ha pasado a primer plano, dentro de Estados Unidos especialmente pero también a nivel mundial, una aguda lucha dentro de la clase capitalista. Un editorial de la misma revista, en octubre pasado, especulaba con los detonantes que podían sacar a Trump del gobierno, y ponía en primer lugar un ‘golpe de mercado’ en la Bolsa - el derrumbe del mercado de valores o del valor de la deuda pública. Esta guerra intestina va ganando espacio público a toda velocidad y se convierte en el tema de debate de masas muy amplias. Se desarrollan, a partir de estas premisas, condiciones pre-revolucionarias.

La sociedad capitalista ingresa en un período de transición de características más catastróficas.