OTRA MÁS, A LOS EPÍGONOS DEL CASTRISMO

OTRA MÁS, A LOS EPÍGONOS DEL CASTRISMO

En febrero pasado, tuve la oportunidad de desarrollar un balance amplio de la Revolución Cubana en el campamento de verano de la UJS. Como cabía esperar, la exposición no fue una repetición de planteos pasados, como ocurriría con cualquier secta, sino un trazado más complejo de este fabuloso proceso histórico, al cabo de una experiencia de casi 60 años, que se había desarrollado bajo una misma dirección política, o sea el castrismo. Seis meses más tarde, un dirigente de nuestro partido, Guillermo Kane, decidió criticar el planteo sobre Cuba que desarrollé en el campamento e impugnar, por sobre todo, mi derecho a expresar en forma pública esas posiciones hasta que no pasaran por una discusión partidaria interna y una aprobación oficial. Respondí ampliamente la crítica acerca de Cuba y la Revolución Cubana y, en especial, aquella referida a los métodos de la democracia partidaria. Recordé que, además, ya había desarrollado esas posiciones en forma pública durante una década por lo menos, lo cual parece que el compañero no había advertido. Cuando más tarde coloqué la respuesta a Kane en mi página de Facebook, tuve el cuidado de SUPRIMIR lo relativo a este último punto, porque es, en principio, de naturaleza interna (lo excluí con paréntesis y puntos suspensivos).

Dos meses más tarde, el compañero ha subido su segundo texto a su página de Facebook, pero con dos características: 1. No dio a conocer en forma pública su posición inicial; 2. Introducía un capítulo llamado el “Régimen del partido”, que yo había evitado hacer público. En forma más o menos simultánea se incorporaron a la polémica dos miembros del Nuevo Mas, aunque en un plano diferente y lateral, y, como consecuencia de ello, Daniel Gaido, otro compañero del PO e historiador del marxismo, el movimiento obrero y las revoluciones sociales, que goza de un alto reconocimiento internacional.

Como lo he sostenido en varias charlas recientes, el balance de la Revolución Cubana tiene una actualidad enorme, porque se enlaza con la quiebra de la experiencia bolivariana en América Latina, en un marco de bancarrota capitalista mundial, lo cual está creando verdaderas crisis de poder y, en última instancia, situaciones pre-revolucionarias, fenómenos que volverán a vincular a Cuba con la Revolución Latinoamericana. La tentativa del gobierno castrista de desarrollar una “capitalismo a la china”, incluso en un marco de continuidad del bloqueo norteamericano, desarrollará en Cuba también crisis de poder y movilizaciones obreras y populares.

He dejado pasar dos meses desde que Kane subió su segundo texto (sigue sin publicar el primero), con la expectativa de abrir un terreno a la participación de otros actores en esta polémica. Eso, en lo esencial, no ha ocurrido, y ya nos estamos acercando al primer aniversario del último curso de verano de la UJS. Procedo entonces a responder al último texto de Kane, mientras espero que haga público el primero, lo cual posibilitaría una comprensión de conjunto de sus posiciones y de la polémica.

Una rica continuidad programática

El intento de Kane de presentar mis posiciones como una ruptura con las caracterizaciones pasadas del Partido Obrero y por lo tanto de las mías propias, fracasa desde el comienzo mismo de su planteo.

Véase este párrafo, casi una joyita por su poder de síntesis, que Kane cita para colmo en términos aprobatorios. Se trata de un artículo, “Las tesis del Comité Internacional”, que tiene un desarrollo muy amplio – escrito a mano sobre el mostrador de un bar de paso a principios de los 80. El Comité Internacional en cuestión era el resultado de una fusión episódica entre la corriente lambertista, con asiento en Francia, y la corriente morenista, que conocemos en Argentina. “La Cuarta Internacional, dice el artículo, debe defender resueltamente a los gobiernos obreros y campesinos estructurados a partir de la ruptura de los partidos tradicionales de la burguesía, frente a la agresión local o imperialista. Pero no puede identificarse o apoyarlos políticamente sin comprometer las perspectivas de la Cuarta y de la revolución en el país y mundial. Un viraje empírico de origen extraño al proletariado revolucionario consciente es enormemente progresivo, pero se trata sólo de un viraje, no de la asimilación consciente de la estrategia de la revolución permanente, y este hecho elemental es un factor que compromete el porvenir de la revolución”. (“Esto, como reclama Jorge, es una caracterización concreta de un período de transición” – admite Guillermo Kane). El castrismo ha sido precisamente una ruptura de uno de los grandes partidos cubanos, el que dirigió la Revolución en 1933, que había encabezado la Revolución Cubana de 1957/59, y no solamente eso, sino que lo había hecho en forma inéditamente resuelta en los momentos cruciales. ¿Cuántos podrían defender sus planteos de hacer cuarenta años, como lo podemos hacer nosotros? Por otra parte, ¿no es esto exactamente lo que expuse en el campamento de la UJS, en febrero pasado, y lo que he escrito luego sobre la Revolución Cubana? La contraposición caprichosa entre lo que he escrito hace tanto tiempo y ahora, es simplemente falsa.

La cita se refiere a gobiernos que han tomado medidas revolucionarias anticapitalistas, o sea de corte socialista, pero que no están formados o dirigidos por expresiones políticas del proletariado clasista y por partidos obreros revolucionarios. Llama a defenderlos pero no a apoyar su política en su conjunto, lo que significa que los marxistas deben formar, frente a ellos, una oposición (obrera y socialista). Caracteriza, a lo que describe como un “viraje empírico”, como un episodio positivo en la lucha internacional por la dictadura del proletariado, un paso adelante en esa dirección, al mismo tiempo que advierte que la ausencia de una dirección revolucionaria de carácter obrero afecta el porvenir de la revolución. Por eso, llama a construir partidos obreros revolucionarios. El castrismo, en cambio, rápidamente llegará a un acuerdo de aparato con el stalinismo (con muchas contradicciones) para formar un régimen político de partido único.

En mis charlas y artículos he afirmado, como lo hacen los documentos programáticos de la III y IV internacionales, que una revolución es realmente socialista cuando está dirigida por un partido proletario. Kane, en cambio, dice que no; dice que cualquier fuerza arrastrada por los acontecimientos podría desarrollar una revolución permanente (interna e internacional) – que en eso consiste una revolución socialista. De este modo convierte a la construcción de un partido obrero en un accidente histórico, no en una necesidad histórica, y por lo tanto en una construcción aleatoria; construir ese partido deja de ser una necesidad para convertirse en una de las variantes históricamente posibles. Si esto es así, lo mismo se podría decir de las clases: cualquiera de ellas podría emancipar a la humanidad de la explotación social. Es lo que ha escrito Nahuel Moreno (el Congreso del PRT, en 1967, votó que la época de construcción de partidos obreros estaba terminada) - por eso caracterice su posición como “un retorno al morenismo” (algo que el Nuevo Mas pasa por alto). La historia misma sería un proceso de fuerzas ciegas, es decir fuera del alcance de la comprensión humana y por lo tanto de la posibilidad de una intervención consciente. Es así que, para Kane, “el castrismo llegó a esta situación (expropiación del capital, (que) sólo una partido de clase defiende”) sin saberlo, habiendo partido de otros supuestos programáticos”. Kane identifica aquí el programa de la IV Internacional con el que el castrismo desarrolló desde el gobierno, alternado sus premisas programáticas del inicio. Siguiendo esa línea de razonamiento, podríamos decir que el castrismo ha arribado ahora, décadas más tarde, a impulsar un proceso de apertura al capital extranjero y al capital en general, también “sin saberlo”, desde “supuestos programáticos” (socialistas) de varias décadas antes (que, a su vez, modificaban “supuestos programáticos” anteriores, que no eran socialistas). Lo que tendríamos en este caso, con el castrismo, es al movimiento social más ‘plástico’ de la historia mundial – y por lo tanto inmortal -, con una capacidad excepcional para arribar a conclusiones extrañas a sus ‘premisas. En el intermedio entre la “revolución socialista” de 1959/62, por un lado, y esta convocatoria al capital, por el otro, el castrismo se integró a la política del Kremlin en el aplastamiento a las revoluciones políticas en Europa oriental y a la coexistencia pacífica; a apoyar a los movimientos que reivindicaban el retorno de Perón (Montoneros) y la colaboración de clases con la gran burguesía y su Estado (UP de Chile); y más tarde, desde la revolución sandinista, a defender el todavía no bautizado “socialismo del siglo XXI”, que consiste en esquivar la revolución socialista para desarrollar un sistema de “redistribución de ingresos bajo el capitalismo”. Frente al proletariado mundial ofreción un régimen de partido único, de reforzamiento del aparato estatal, de sistema policial incluso, desde – de nuevo – “otros supuestos programáticos”.

“Hipoteca a la revolución permanente”

Para no dejar cabos metodológicos sueltos, estoy obligado a señalar que la necesidad y el accidente histórico no se excluyen en forma metafísica – al contrario, constituyen eslabones recíprocos. La Revolución de Octubre tampoco emana como por un tubo del programa del Partido Socialdemócrata ruso; este programa fue alterado, en el desarrollo de la revolución, por las circunstancias excepcionales creadas por la guerra mundial, de un lado, y la emergencia de los soviets, del otro. De la revolución democrático-burguesa y de la dictadura democrática de obreros y campesinos, se pasó a la revolución proletaria y a la dictadura del proletariado. Pero el partido que abandonó, en aspectos fundamentales, el “viejo” (textual de Lenin) programa de los bolcheviques, era un partido proletario anclado en la lucha de clases. Esto le permitió a una parte de su dirección a imponer el cambio de rumbo, a través de una intervención pública, las famosas “Cartas desde Lejos”, que luego plasmó, también en forma pública, en “La tesis de Abril”, que fueron aprobadas luego por una Conferencia especial del partido bolchevique. ¡Qué no habría hecho Lenin si, en aquel tiempo, hubiera existido Facebook!

También para Kane, curiosamente, “el carácter empírico y centrista de las direcciones que surgieron de estos procesos era un límite, una hipoteca, contra esos procesos revolucionarios”. Pero, entonces, ¿qué “revolución socialista” cabe esperar de direcciones que son “un límite” y “una hipoteca” a “procesos revolucionarios”? Porque (hay que ser claro en esto, una revolución ES socialista, solamente si inicia una revolución permanente, no si es “una hipoteca” a la revolución permanente. Una revolución solamente alcanza un carácter socialista a través de su transformación en permanente - ya que ninguna revolución podría ser socialista, en un país atrasado, por las tareas que ejecuta en los días, meses o incluso años subsiguientes a la revolución. La expropiación del capital es un aspecto de la revolución permanente, la hace posible, pero no puede sustituir al factor histórico interesado en hacer la revolución permanente – que es el proletariado. La expropiación del capital inició la posibilidad la permanencia de la revolución, en eso consiste el carácter histórico singular de la Revolución Cubana. Pero al mismo tiempo enfrentó la posibilidad y la tendencia al desarrollo de un proletariado políticamente independiente, mediante la reconstrucción de un aparato estatal de partido único, junto al stalinismo y a la burocracia rusa. Kane, como ocurre con una legión de trotskistas en el mundo, no entiende el carácter contradictorio de los procesos insurreccionales y revolucionarios en la posguerra, que no fueron dirigidos por el proletariado, y tiene por lo tanto una resistencia visceral a adoptar caracterizaciones históricas que recogen esas contradicciones en términos algebraicos y en pronósticos alternativos. Si es que hay algo nuevo en el planteo que hemos desarrollado en el curso de verano de la UJS, es haber reunido en una caracterización política única, lo que antes se encontraba, quizás, en cierto modo desconectado.

Cuando caracterizamos a toda revolución proletaria como socialista, estamos hablando de la permanencia de la revolución, a partir de su carácter proletario. Es, al menos, lo que dice Trotsky: “la transformación de la sociedad bajo la dictadura del proletariado”. Kane caracteriza como socialista un proceso comandado por una dirección que él define como una “hipoteca” a la revolución permanente. Las hipotecas al final hay que pagarlas, y con frecuencia ello ocurre por medio de deuda internacional, privatizaciones, cesantía masiva de trabajadores, salarios bajos y hasta la quiebra, o sea una “restauración capitalista”. Como le gustaba decir a Marx: “el retorno a la vieja mierda”.

Falsificación

Es en este contexto que hay que corregir una falsificación enorme que introduce Kane, en un texto supuestamente escrito para defender la trayectoria teórica de nuestro partido. Es cuando dice que el “influjo y el impulso político” (…) “para la fundación del grupo que dio lugar al Partido Obrero”, (“provino”) “de la única revolución triunfante en occidente en el último siglo”. Se trata de una adulteración grosera de nuestra partida de nacimiento. En primer lugar, la Revolución Cubana no fue la “única triunfante” (en ‘occidente’ y en el siglo); esta es una manipulación para justificar la deformación de la Revolución Cubana en nombre de su ‘aislamiento’. Kane ignora, en primer lugar, la Revolución Boliviana de 1952, que destruyó el ejército y creo las milicias obreras bajo la dirección de la COB; la revolución popular enorme en Venezuela, en 1958, que derrocó a Pérez Jiménez, y creó condiciones favorables para la revolución en Cuba, un año después; la revolución portuguesa de 1974; que acabó con una dictadura de cuarenta años (a diferencia de lo que ocurrió en España) y liquidó los servicios de seguridad y a todo el alto mando militar en un día; y la revolución sandinista de 1979, que echó para siempre a Somoza, y armó a las masas durante un período. Con relación al ‘influjo castrista’, el N 1 de la revista Política Obrera (finales de 1963) nos inscribe en la continuidad histórica del proletariado internacional y de la IV Internacional, no del castrismo, ni menos del partido único que ya se había formado en Cuba. Política Obrera, más concretamente, es el resultado de una escisión con el MIRA, primero, y Reagrupar, después, debido a la adhesión de estos grupos al castrismo y al foquismo. Nuestra acta de nacimiento dice: de padre y madre trotskistas, partidarios de construir partidos obreros revolucionarios, críticos y adversarios de los partidos únicos y del foquismo.

En resumen, el único que se encuentra bajo los ‘influjos’ del castrismo es Kane - ¡y es el núcleo de hierro de la divergencia! El Partido Obrero es una consecuencia de la posición crítica ante la Revolución Cubana y de la delimitación rigurosa del castrismo – quien no haya entendido esto no sabe dónde está parado el Partido Obrero. Un joven compañero historiador (JD), que está investigando al grupo Praxis que lideró Silvio Frondizi, donde comenzamos nuestra militancia, encontró que, al momento de nuestra ruptura (1960), Praxis había dejado de plantear la construcción de un partido obrero, al ‘influjo’, precisamente, de la Revolución Cubana, que sustituyó por la creación de “un hombre nuevo”, una consigna castrista en boga en ese período. En esta divergencia consistió nuestra escisión con Praxis. De modo que Kane se equivoca fiero cuando dice que el curso de verano de la UJS fue un giro de nuestras posiciones históricas. Pretende re-caracterizar a nuestro partido como castrista. De ningún modo: debuté como hincha de la Revolución Cubana, por un lado, y adversario programático del castrismo, por el otro, en nombre de la construcción del partido, a la tiernísima edad de 18 años, y poco más tarde colaboré en iniciar la construcción de un partido cuarta internacionalismta. Lo que sí podemos decir es que el PO nació en un período de ascenso revolucionario en el mundo, que se reflejaría, además de Cuba, en el mayo francés, la primavera de Praga, la revolución de los claveles, el cordobazo, la asamblea popular en Bolivia, y así de seguido.

## De los gobiernos transitorios a los regímenes transitorios

Kane se entusiasma con nuestra crítica lapidaria a los lambertistas, en la décadas del 70 y 80, que confinaban la Revolución Cubana a la condición de un Febrero ruso, y que él, Kane, reconvierte en un Octubre (En el texto que no quiere subir a Face, equipara a La Habana de 1959 con Petrogrado, en Octubre de 1917). En el primer año, sin embargo, la revolución cubana fue un Febrero a la caribeña, sin doble poder proletario, más cerca de lo que decían los lambertistas. Kane, en su texto, digamos, ‘inédito, lo describe como la Comuna de París, otorgando al castrismo un atributo bolchevique que ni los castristas se adjudican. El caso de la Comuna de París es muy instructivo, porque fue la primera forma de “un estado obrero” por la clase que tomó el poder en la capital de Francia, ya que no tuvo tiempo de expropiar a la burguesía ni la visión política de tomar en su poder el Banco de Francia – donde se hallaba toda la riqueza dineraria de la nación. En ese primer año, 1959, el gobierno formal de Cuba era todavía de colaboración de clases, burgués; Octubre, digamos de paso, o sea la dictadura del proletariado, no llegaría nunca.

Lo peculiar de Cuba, por otra parte, no es el minué Febrero-Octubre, sino un mes histórico diferente, Junio. Fue en junio de 1917 cuando Lenin hizo la propuesta de “revolución pacífica” (ojo, textual de Lenin): llamó a los mencheviques a que reemplazaran al gobierno burgués y a que formaran ellos un gobierno responsable ante los soviets, o sea un gobierno obrero. En esa variante, los bolcheviques prometían actuar como una “oposición leal” – o sea que lo defenderían contra la burguesía, al mismo tiempo que buscarían sustituirlo por medio de las elecciones en los soviets, no por las armas. Este planteo se había manifestado antes, en abril del 17, con la consigna “Fuera los diez ministros capitalistas”. Los bolcheviques, en resumen, apoyaban la formación de un gobierno obrero que no fuera propio (en el marco de un régimen político soviético y con el proletariado en armas), al cual caracterizaban como transitorio, no como la dictadura del proletariado, que los habría contado como protagonistas activos directos. ¡Horror! un gobierno obrero soviético que no era la dictadura proletaria y que, por lo tanto, tampoco iniciaba, en principio, una revolución socialista, pero que habría dado un paso adelante hacia ella en caso de concretarse, porque habría evitado colocar a los partidos obreros o pequeño burgueses de la democracia revolucionaria, en campos opuestos de una guerra civil. Como puede verse, el respeto por la dialéctica da lugar a caracterizaciones que no son simplonas ni esquemáticas sino complejas.

Este planteo de “gobierno transicional”, explicaría más tarde El Programa de Transición, era opuesto a cualquier ‘colaboración democrática’ o en los marcos capitalistas; suponía la ruptura con la burguesía y el Estado burgués. No descartaba que, en circunstancias de crisis excepcional, un partido reformista o pequeño burgués pudiera romper con la burguesía, tomar el poder e ir más allá de sus propósitos originales, sin llegar por eso a establecer una dictadura del proletariado. Es que las revoluciones son fenómenos históricos y por eso no pueden esperar, para producirse, a que todos los ingredientes políticos de su éxito completo se encuentran servidos en la mesa. Los marxistas revolucionarios deben actuar en condiciones que no siempre han podido crear ellos mismos. Los advertía ya Marx en las Tesis sobre Feuerback, cuando advierte que los seres humanos parten de condiciones creadas y son creadores de situaciones nuevas a partir de la transformación de las que han heredado. Uno de los errores estratégicos más importantes de la inmensa mayoría de los partidos trotskistas fue haber convertido este planteo de poder transicional y episódico en el equivalente a la dictadura proletaria (o “Estado Obrero”). Con esto renunciaron a jugar un rol independiente de estos partidos reformistas o pequeño burgueses y por eso se hicieron castristas e incluso forquistas, como ocurrió con el PRT-Erp y la fracción internacional de Ernst Mandel. Kane convierte también al régimen político transicional en Cuba en una dictadura proletaria. En esta corriente programática se inscribe asimismo el PTS, con la diferencia que ha convertido lo que en otros ha sido la adaptación a los hechos consumados en un principio político. El PTS, y todo el morenismo, pone un signo igual entre la auto organización de las masas y la dictadura proletaria, cuando ésta solamente puede existir bajo la forma consciente de un partido proletario, que la haya inscripto en su programa. Kane, decididamente, no se encuentra en la mejor de las compañías.

Esta cuestión de los gobiernos excepcionales (o sea transitorios y episódicos) fue una preocupación estratégica de la III Internacional, a partir de la huelga general que derrotó al golpe de Kapp, en Alemania, en 1920, cuando la Central Obrera, ante la huida del gobierno encabezado por los socialistas, llamó a los partidos de izquierda a formar un “gobierno obrero”, que el partido comunista de Alemania rechazó. El debate demostró que debía haber apoyado la iniciativa, sin ingresar al gobierno, reclamando el armamento de las masas. El tema adquirió tal densidad que la Internacional elaboró, en sus Congresos, una caracterización de cinco clases de “gobiernos obreros” que podían surgir en esa fase de la revolución mundial, y la política a seguir con cada uno de ellos. Por lo que parece, los viejos leninistas no tenían afección a la simplificación o al esquematismo. En el listado, la dictadura proletaria la reservaba al gobierno obrero dirigido por el partido comunista.

Kane borra del análisis cien años de experiencias políticas, pero “el grupo que impulsó la formación del Partido Obrero” (y que no era un “impulso” sino ya el Partido Obrero, porque delineó su programa desde el inicio) las conocía al dedillo. En octubre de 1923, en el pico de la situación revolucionaria en Alemania, el tema de los gobiernos transitorios acabó en tragedia, cuando una revolución que planificaron el PC y la IC, partir de una alianza con un gobierno regional encabezado por el ala izquierda del partido socialista, quedó en la nada por la deserción de los reformistas en los que habían confiado los comunistas. El fracaso del Octubre alemán dio inicio al reflujo del proletariado mundial y a la consolidación de la burocracia stalinista en la URSS – o sea a las condiciones de las derrotas ulteriores. En 1923, el Partido Comunista de Alemania había conformado gobiernos obreros de coalición con los socialdemócratas en los estados de Sajonia y Thuringia, con resultados completamente negativos, pero que habían contado con la aprobación de Trotsky y de la III Internacional. Es probable que debamos hacer un curso de estudio de esta experiencia

Lo que distingue a las revoluciones triunfantes de posguerra de los gobiernos transitorios mencionados que caracterizaban el bolchevismo y la IC, es que no fueron episódicos, como es obvio para cualquiera, e incluso largamente duraderos. Se manifiesta en contraste con la experiencia que los precedió, la ausencia del proletariado como clase, o sea la ausencia de la alternativa de una dictadura proletaria. Kane confunde las huelgas cívicas o nacionales, que fueron convocadas durante la revolución cubana por la pequeña y gran burguesía, incluido el monopolio capitalista Bacardi, con huelgas obreras, que se destacan por ser la expresión de una lucha de clases al interior de la nación de que se trate. Kane cita textos nuestros que hablan del protagonismo “social” de la clase obrera, para hacerles decir lo que no dicen, pues nunca aluden a una autonomía política del proletariado sino que ponen en evidencia esa ausencia. El protagonismo social es, qué duda cabe, el punto de partida la independencia política, o sea como potencial, que puede desarrollarse o no. El 17 de Octubre de 1945 mostró un enorme protagonismo obrero y de sus organizaciones y de la burocracia obrera, que para nada una manifestación de autonomía política - ¡incluso todo lo contrario! Kane objeta mi caracterización de que el Estado batistiano y su ejército se quebraron por implosión, y de ningún modo en una confrontación armada con el Ejército Rebelde. Pero fue eso lo que ocurrió debido a la combinación de la crisis política, la presión internacional y, por supuesto, el avance del ejército rebelde. Es lo que habilitó a que la Revolución Cubana fuera “más pacífica” de lo que habría ocurrido en circunstancias diferentes.

Kane quiere convertir a la victoria de la Revolución Cubana en una mezcla del Febrero y Octubre rusos. Como Febrero, porque le da a la Revolución Cubana el carácter de una revolución proletaria por las fuerzas movilizadas y por la conciencia de clase de esas fuerzas, aunque en febrero los obreros no hubieran tomado el poder, deformando la caracterización de Trotsky en la Historia de la Revolución Rusa. Porque en la Historia, Trotsky no solamente destaca la presencia colectiva (‘social’) de la clase obrera sino la influencia y la organización que había establecido en ella el partido bolchevique e incluso la experiencia con los Soviets en la Revolución de 1905. Nada o casi nada de eso está presente en 1959 en Cuba, salvo, quizás, la experiencia de una fracción de la pequeña burguesía con el fracaso de la revolución de 1933 contra la dictadura de Machado, apenas un cuarto de siglo antes. Para Kane, la ‘revolución proletaria’ de enero de 1959 se habría topado con una dirección maleable a sus intereses históricos, el castrismo (sin por eso dejar de ser, sin embargo, “una hipoteca”). Todo esto es un dislate, es querer encajar una revolución obrera en el ataúd de Procusto, Es cierto que los obreros cubanos fueron muy activos y muchos de ellos se enrolaron en el Ejército Rebelde, pero no actuaron como una clase históricamente independiente.

El tiempo no es lo de menos

Al igual que las hipótesis de gobiernos obreros y campesinos “episódicos”, que debían dar paso enseguida a una dictadura proletaria, un gobierno revolucionario pequeño burgués (o incluso de origen reformista) que se prolonga en el tiempo, también tiene un pronóstico histórico abierto. Esto es inherente a la misma revolución, que no se agota en un episodio. Ya lo había demostrado el zapatismo en la Revolución Mexicana de 1910. La revolución sandinista no siguió una trayectoria similar a la cubana, tampoco la portuguesa - recordemos que también en estas dos el aparato estatal saltó por los aires, pero ofrecieron un pronóstico alternativo, o sea abierto (Para un estudio posterior, anoto que el lambertismo caracterizó a la revolución portuguesa y luego a la iraní como “proletarias”). La posibilidad de que las direcciones revolucionarias triunfantes se conviertan en proletarias, es sin embargo remota, en especial cuando ya han tomado el poder y empezado a crear su propio aparato estatal, o sea su propio sistema de intereses. Por su origen histórico, la burocratización del estado cubano no tiene el mismo carácter que el del estado soviético, más allá de las apariencias.

La dirección de la Revolución Cubana pertenece al mismo tronco histórico que la dirección que hoy sigue una línea de transición capitalista, bajo la batuta del propio Fidel y luego de Raúl. Los expropiadores de los 60 se han convertido en los restauradores del siglo XXI; entre aquello y esto no ha mediado un cambio de sistema político, como ocurrió en la Unión Soviética, con el Thermidor staliniano, o hasta cierto punto en China - donde la Revolución Cultural desmanteló el viejo aparato estatal y dio paso a un nuevo régimen de restauración capitalista. El ‘salto cualitativo’ equivalente al ruso y al chino (usado en vena staliniana, o sea con mes, día y hora) lo produjo en Cuba la disolución de la Unión Soviética y el consiguiente descalabro de su apoyo internacional. El ‘período especial’ marcó los límites que tenía una salida aislacionista de corte nacionalista.

El accidente histórico nuevo que ha colaborado, con contradicciones y crisis, en convertir en duraderos a los regímenes intermedios ‘episódicos’ ha sido, junto al factor negativo de la ausencia del proletariado como clase, la presencia de una Unión Soviética que había acometido la hazaña de derrotar militarmente al nazismo y ocupar la Europa oriental. Ningún gobierno popular de carácter transitorio, o sea que rompa con la burguesía, podría durar, no ya décadas sino algunos meses, sin una incursión violenta contra el derecho capitalista de la propiedad privada de los medios de producción, por eso la III Internacional juzgaba que sería un tránsito a la revolución proletaria. La existencia de la URSS, sin embargo, cambió la situación, al ofrecer una base estatal internacional para la prolongación en el tiempo de los regímenes transitorios que habían surgido de revoluciones sociales – incluso contra la política de la burocracia del Kremlin, La duración de los gobiernos transitorios se enlaza con el respaldo de la Unión Soviética – un respaldo condicionado a los intereses contrarrevolucionarios de la burocracia rusa

La burocracia rusa reunió los recursos para asimilar, siempre bajo crisis y con carácter temporal, las revoluciones cuyo aparato internacional no había logrado derrotar o entregar. Fue lo que ocurrió, antes de Cuba, con China y con Yugoslavia, y hasta con gobiernos cuestionadores, como ocurrió en Polonia, o los que derivaron en la invasión de Hungría, en 1956, o Checoslovaquia en 1968. Un texto de Luis Oviedo relativo a la declaración como “socialista” de la Revolución Cubana, que cita Kane, es instructivo. De un lado, dice Oviedo, esa declaración da expresión a una tendencia socialista de las propias masas de Cuba, pero, fundamentalmente, busca comprometer el apoyo económico, político y militar de la URSS y sellar una alianza internacional con la burocracia contrarrevolucionaria. Para esa burocracia, había emprendido en la URSS una ‘auto reforma’ y pseudo democratización, llamada ‘desestalinización’, con la finalidad de recuperar credibilidad popular para su dominación política. Cuba representó para ella, por un lado, una carta política importante en la pugna diplomática y militar internacional con el imperialismo yanqui y europeo; por ejemplo, en la crisis de los misiles, en octubre de 1962, canjeó los misiles yanquis en Turquía por los de la URSS en Cuba, y obtuvo una promesa de no intervención militar norteamericana, aunque dejando en pie todas las formas de bloqueo político y económico contra la Isla. Pero la alianza burocrática con la Revolución Cubana significó también un intento de hacer relucir ante los propios pueblos de la URSS un pasado revolucionario, que la burocracia ya no podía ostentar y que estaba más empeñada que nunca en enterrar.

Nueva etapa

Un fenómeno históricamente episódico, que sin embargo se prolonga en el tiempo, tiende a crear, como consecuencia de esa misma duración, una forma estatal específica y también un desarrollo político ‘sui generis’. No se lo puede despachar sumariamente, como ocurriría con una experiencia “episódica”; es necesario estudiar las etapas políticas que recorre y que no se habían previsto. Es lo que hago, en principio, en mi texto anterior cuando me refiere al gobierno de coalición en Cuba al comienzo, a la dirección colegiada luego, a la evolución hacia un bonapartismo revolucionario y luego hacia un bonapartismo conservador y de poder personal.

Es lo que se debe hacer también de aquí en más con la exclusión de Fidel del gobierno y luego su fallecimiento, y frente al impasse descomunal de las fuerzas productivas de la Isla. Todo esto plantea la posibilidad de una semi-parlamentarización del régimen político o, alternativamente, la emergencia de un liderazgo de las fuerzas armadas, las que controlan la economía. Lo que no ha ocurrido en ningún momento es una tendencia hacia el gobierno obrero y campesino entendido como dictadura del proletariado. El impasse del régimen y su evolución política tendrá un impacto seguro en la intervención popular, que incluso será reclamada desde el poder para arbitrar las disputas políticas entre las fracciones que han surgido y no dejarán de surgir en la cúpula del poder. En este escenario debe y deberá actuar el trotskismo y la IV Internacional. Dar la vuelta de la noria repitiendo Estado Obrero no conduce a ningún lado. La Conferencia Latinoamericana realizada en Montervideo, bajo los auspicios del PO y del PT de Uruguay, y las tesis allí discutidas, ha sido una iniciativa realmente auténtica para impulsar una intervención en el período que se ha abierto en todo el continente. El hundimiento del bolivarianismo tiene una relación íntima con el agotamiento final del castrismo.

Como lo repite el Programa de Transición, las leyes de la historia son más fuertes que los aparatos, por eso no se puede excluir que obreros reformistas o revolucionarios pequeño burgueses puedan transformarse, políticamente, en marxistas revolucionarios, pero eso es excepcional y, definitivamente, no ocurrió en Cuba. El mismo M26LN original sufrió numerosos cambios o mutaciones con el tiempo (armó, por ejemplo, un régimen de partido único con el stalinismo) y hasta están los que dicen que el Che estaba marchando hacia el trotskismo. Lo cierto es, sin embargo, que una dirección obrera revolucionaria en Cuba ya no surgirá por esa transformación hipotética de las fuerzas oficiales actuales, sino a través de choques y luchas contra ella, en una etapa política diferente y bajo un régimen político que es el mismo que antes pero ya no igual.

Kane desecha el ejemplo de Cambodia, como si fuera un recurso inventado por mí para polemizar con él. Es obvio que no lo ha estudiado (como tampoco la Revolución Cubana, por eso sus textos son una acumulación de etiquetas). La toma del poder por parte de los Khmer rojos apuntó contra el intento de Estados Unidos y del flamante gobierno victorioso de Vietnam (apoyado por la burocracia rusa) de conservar en ese país al monarca Sihanouk y evitar, además, la injerencia de la China de Mao en el diseño político del sudeste de Asia. El nuevo gobierno despertó, por lo tanto, expectativas revolucionarias. Pero, de nuevo, su dirección no era proletaria sino una burocracia de base campesina que comenzó a operar en los estertores de la Revolución Cultural, que pretendía remodelar a China mediante la expulsión de sectores urbanos hacia el campo. El Khmer rojo emprendió una lucha nacional contra Estados Unidos y Vietnam con el apoyo de China. Como ya lo señalé en un texto anterior, expropió todo lo que había y hasta abolió el mercado y el dinero; si esto es un ‘criterio’ para clasificar a los regímenes como ‘obreros’, este lo era al dos mil por ciento. El Khmer rojo vació las ciudades, que siempre son el centro que anima la oposición política y llevó a la población urbana al campo con métodos represivos extraordinarios. Se produjo así un “régimen transicional” nunca visto, salvo en China parcialmente, de fuertes características reaccionarias. Pero no fue, simplificadamente, el resultado del rejunte de una banda de forajidos sino de condiciones excepcionales de guerra y revolución. Con el ‘criterio’ de las expropiaciones tendríamos un Estado Obrero al uso nostro o a medida; con una caracterización concreta obtenemos otra cosa – un régimen transitorio campesino reaccionario. Esto no está escrito en ningún manual, pero a veces hay que usar la cabeza que a uno le tocado en vida.

Estado Obrero

La adjudicación el título de Estado Obrero a cualquier proceso político que involucre una expropiación significativa del capital, ignora el carácter históricamente contradictorio de esa categoría. El estado obrero es una contradicción en términos, esto por la sencilla razón de que el proletariado no hace la revolución para crear un Estado sino para abolir progresivamente toda forma estatal. La dictadura del proletariado, explica Lenin en El Estado y la Revolución, ya no es un estado propiamente dicho, porque tiende a su extinción. Si en lugar de la dictadura del proletariado así definida, se establece un Estado Obrero, emergería, en lugar de la emancipación de los trabajadores, un aparato históricamente opresivo, una forma estatal, que habría sido el producto contradictorio de la propia revolución proletaria. La revolución proletaria que se repliega sobre sí misma, lo cual ocurre en general como consecuencia de la derrota de la revolución internacional, acaba produciendo su propia alienación bajo la forma de un Estado Obrero. No es casual que las únicas críticas realmente marxistas al “estado obrero”, así entendido, las han hecho Lenin y Trotsky, mientras los líderes de un estado obrero e incluso después, cuando Trotsky fue expulsado del partido y del país.

El “estado obrero”, en una revolución socialista, se encuentra en contradicción con ella misma, pues ese estado ya no debería ser realmente un estado, de lo contrario estaría anunciando un retorno al pasado bajo formas diferentes. Este proceso explica la afirmación, metodológicamente extraordinaria, de Trotsky de que el partido revolucionario (se refería al bolchevismo) no se identifica con el Estado Obrero que él mismo ha creado, porque ese estado es el paralelogramo de numerosas fuerzas, dentro del cual el partido es una de ellas, por más importante que sea. Cuando el Estado Obrero aparece reivindicado, en la literatura trotskista, lo es, en primerísimo lugar, porque es el producto y la creación de una revolución proletaria y es entendido, por lo tanto, como un no-estado, como la forma histórica de transición hacia la abolición del Estado. En segundo lugar, lo reivindica por la negativa: cuando ese estado, creado por los trabajadores pero usurpado luego por una burocracia anti-obrera, mantiene todavía las transformaciones sociales creadas por la revolución proletaria, o sea porque es aún un Estado que se apoya en una estructura social, que no es capitalista. El punto fundamental de esta distinción es eminentemente práctico: defiende al Estado frente a las tentativas externas e internas que buscan abolir las transformaciones producidas por la revolución proletaria. En una guerra llama a defender a ese estado obrero y en el interior se esfuerza para organizar al proletariado para producir una primera o nueva revolución proletaria. Un militante puede discrepar con todas estas caracterizaciones, pero solamente conserva su condición de militante si defiende, en caso de guerra con el imperialismo, a ese estado obrero, y si lucha por la construcción de un partido obrero revolucionario.

El futuro de esta nueva estructura social creada por la revolución depende, de quién dirige ese estado - si un partido que defiende la extinción del Estado, no su fortalecimiento, y que para ello impulsa la revolución mundial con el objetivo de abolir los estados y abolir el trabajo asalariado, que es la última forma histórica de la explotación social. En oposición a esto, la pequeño burguesía y la burocracia obrera defienden el estado y su consecuencia un ejército permanente, o sea la vía para la restauración del capitalismo. Un estado obrero crea, como todo estado, su propia burocracia. Trotsky ha caracterizado a este “estado obrero degenerado”, cuando ese mismo estado es confiscado por la burocracia que se ha desarrollado en su seno, sea de origen obrera o pequeño burguesa. En el caso de Cuba (o de China) el poder emerge de una revolución que no es obrera ni, como resulta obvio, tampoco la dirige un partido obrero revolucionario, ni se propone la extinción del estado sino que se empeña en recrearlo y reforzarlo por todos los medios - lo cual acentúa la alienación política de los trabajadores, supuestos sujetos de ese estado obrero. En Cuba, la burocracia de origen revolucionario y sus nuevos reclutas disimulan, tras la etiqueta de un estado revolucionario, a un estado en manos de las fuerzas armadas, y tiene características de estado policial.

La contradicción de un estado obrero con su propia base social se resuelve históricamente por medio de la extinción del estado o, alternativamente, mediante la restauración del capital. En Cuba existe una burocracia de estado pequeño burguesa; es la que ahora aboga por la apertura al capital extranjero. Busca una alianza entre el estado y el capital internacional, que deje de lado la formación de una burguesía nacional, como ha ocurrido en China, convirtiendo a toda la transición al capitalismo en un proceso explosivo, que no tiene como base una clase nativa sino una burocracia que quiere cumplir las funciones de ella.

La caracterización de un Estado Obrero, como lo hace Trotsky, a partir de la subsistencia, en gran parte parcial, de la estructura social creada por la revolución, ha llevado a un equívoco. Trotsky no defiende el Estado, su programa ha sido siempre la extinción del Estado, Trotsky no parte de la propiedad estatal para definir al Estado como obrero – parte de la revolución proletaria que es el origen último (o sea el primero) de ese estado. Parte de ahí para defender, contra el imperialismo y la restauración capitalista de la propia burocracia, las conquistas impuestas por esa revolución y ese estado. Defiende la estructura social que todavía subyace bajo ese estado. Por eso llama a defenderlo contra el imperialismo, sin abandonar en ningún momento la reivindicación de reemplazarlo por una verdadera dictadura del proletariado. El lado progresista del Estado Obrero - que en cuanto estado, aparato, burocracia, no es revolucionario sino reaccionario – es reivindicado en el choque con estados capitalistas, cuyo interés histórico es aniquilar las conquistas aún existentes de la revolución, no el Estado como tal, al cual no renuncia a copar y cooptar para ese trabajo de liquidación social.

La nueva etapa

Con las restauraciones capitalistas, ¿se ha cerrado la etapa de los gobiernos obreros o pequeños burgueses transitorios de larga duración, que la III y IV Internacionales habían caracterizado como episódicos? La dificultad para ofrecer una respuesta contundente a este interrogante obedece, como es claro, a un atraso sin precedentes en la formación de partidos obreros revolucionarios. Sin embargo, seguramente se ha cerrado la experiencia de esos gobiernos “intermedios” de larga duración, pero no de otros gobiernos similares de mucha menor duración. En lo fundamental, tales gobiernos serían el interregno para nuevas derrotas, por la ausencia de partidos revolucionarios, antes que el umbral a superar de triunfos concluyentes. Es lo que se ha visto en la llamada “primavera árabe” En todo caso, la actualidad de la Revolución Cubana ya no se plantea en los términos de 1959, sino en directa vinculación con direcciones que luchen por la dictadura del proletariado. Lo que está en juego en las polémicas que han suscitado mis posiciones, es precisamente esto. En lugar de insuflar vida a cadáveres insepultos, hay que reforzar el planteo de la revolución y la dictadura proletarias.

Régimen de partido

En mi texto anterior de respuesta a Kane dejé entre paréntesis lo relativo al régimen de democracia en el partido que Kane impugnaba en forma grosera, al rechazar el derecho de los militantes a dar a conocer sus posiciones políticas en forma pública. Para Kane debían quedar reservadas a los boletines internos – una democracia intra-muros. Relacionado con la Revolución Cubana, constituyó una reacción burocrática a mis posiciones políticas. Es curioso que ahora Kane haga públicos los debates que yo entendí que debían, estos sí, ser discutidos al interior del PO, al menos en el comienzo y en un período acotado. Mis análisis sobre la Revolución Cubana no solamente fueron expuestos en los cursos de la UJS sino por sobre todo en Prensa Obrera, en especial sobre la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, y la transición capitalista. Es lo que expuse luego en el documento que ofrecí a la Conferencia Latinoamericana convocada por nuestro partido y el PT de Uruguay, y que fue aprobado luego de una discusión, con enmiendas. Es lo que también está expuesto en el programa de la CRCI, presentado en abril de 2004. Ninguno de los aportes al marxismo y a la revolución han pasado antes, en la historia, por boletines internos. En los partidos comunistas, en cambio, los discursos en los mitines debían ser aprobados por el Buró Político. Los dirigentes y militantes del PO usan Facebook y Twitter, diríamos que en forma muy singular, y escriben en la prensa gráfica y digital con alguna frecuencia.

Él toma la iniciativa de incluir un capítulo que llama “Régimen del partido”. Para evitar aquello de que “quien calla otorga”, debo contestarlo. Creo que es un debate necesario y he sido yo el que lo ha impulsado – pero solamente en el ámbito que conoce y vive la experiencia de la militancia y la organización revolucionaria, el PO.

Soy un defensor a muerte de la democracia en el PO, en especial en esta etapa de confusiones al por mayor. Es la única forma que se puede construir un partido sólido. Por eso me he distinguido, hace varios años, por impulsar la rotación temporal en los cargos dirigentes medios y altos, con la finalidad de que no se desarrolle en la base del partido la pasividad política y también como factor de formación de nuevos dirigentes. No es cierto que yo hubiera ‘frenado’ la elaboración de una historia del PO: hice algo mucho más constructivo - expresé mi desacuerdo con repetidos textos auto-referenciales, que hacían girar al resto del mundo en torno a nosotros, en una suerte de hagiografía inadmisible. Las imputaciones a diestra y siniestra de Kane están basadas en habladurías, o sea que jamás me fueron presentadas de forma alguna.

Es natural entonces que me preocupe una anomalía del texto de Kane sobre Cuba: pidió autorización para publicarlo al Comité Ejecutivo. Esto me parece muy mal y constituye un reconocimiento de que no defiende el derecho a que los miembros del PO publiquen sus estudios o investigaciones políticas – incluso cuando ya lo hacen y hasta creando revistas que se encuentran afuera de la responsabilidad de nuestro partido. Habría sido suficiente que Kane notificara a nuestros dirigentes de la intención de publicar su oposición a lo que yo he dicho y escrito, porque siempre son buenas otras opiniones calificadas antes de publicar cualquier cosa propia. Se hace en las universidades. Yo lo hago siempre y lo estoy haciendo ahora. El Comité Ejecutivo, lamentablemente, no le advirtió de su error, porque le dio esa autorización (incluido el capítulo sobre régimen partidario), en lugar de advertirle que la autorización que pedía no era necesaria y que el Ejecutivo no es un órgano estatutario de censura, sino una dirección cotidiana del trabajo colectivo. Habría debido señalarle también que siguiera mi ejemplo y que no introdujera los temas de método de construcción del partido en esta discusión – en especial para conservar la pureza de la discusión sobre Cuba. Por la misma razón, no me voy a extender en el tema. Los pedidos y otorgamientos de “autorizaciones” introducen un método de aparato que nunca ha existido en el PO.

Como posdata agrego que Kane denuncia que polemizo con expresiones descalificadoras. Rechazo por completo está imputación hasta por absurda de parte de quien milita en mí mismo partido desde hace un par de décadas. Entiendo que alguien se sienta mal cuando simplemente pongo en evidencia las contradicciones que auto descalifican a mi adversario. ¿Pero qué decir de este alabanza que Kane me dirige: La diferencia de los campos de ese debate es la que hay entre la posición revolucionaria de León Trotsky y la del futuro colaborador del Pentágono, Max Shachtman”. No voy a salir a recoger firmas de la dirección del Partido Obrero para que rechace este piropo que me adjudica Kane

La cuestión del carácter y de la evolución de la Revolución Cubana y del Estado cubano no responde a un interés historiográfico de mi parte, sino a una obsesión absoluta: que la izquierda revolucionaria que se desarrolla, todavía en forma insuficiente, en Argentina y América Latina (principalmente), evite la trampa democratizante y nacionalista que parece acorralarla, y ofrezca un programa marxista sólidamente fundamentado, para poder dirigir la nueva etapa de revoluciones socialistas. Por eso el Manifiesto del FIT, de 2013, dedica un capítulo a criticar las nacionalizaciones que la izquierda democratizante reivindica en sí mismas, no vinculadas políticamente a la lucha de clases, y convoca a defender un programa de expropiación del capital bajo la dirección de un gobierno de trabajadores, o sea de una dictadura del proletariado, como forma histórica de transición a una sociedad sin clases y sin Estado.