EL LEGADO POLÍTICO DE FIDEL

EL LEGADO POLÍTICO DE FIDEL

[Publicado el sábado 2 por la revista Noticias]

La Revolución Cubana representó un giro radical en la historia de América Latina. Emergió como un compacto único de procesos históricos: por un lado, la lucha por la independencia nacional, que los estados latinoamericanos habían alcanzado a principios del siglo XIX y, por el otro, las revoluciones sociales de la época del capitalismo avanzado. La independencia de Cuba de la corona española fue tempranamente confiscada, en el pasaje del siglo XIX al XX, por el naciente imperialismo norteamericano. Aunque la revolución de principios de los años 30 había obligado al presidente Franklin Roosvelt a derogar la Enmienda Platt, que sujetaba a Cuba constitucionalmente a EEUU, la Isla continuó siendo una colonia de los yanquis en virtud del monopolio absoluto de su economía – las cuotas azucareras. Fidel Castro fue el líder de este salto histórico gigantesco de independencia nacional y revolución social. Atrás quedaron las derrotas de los procesos nacionales encabezados por líderes civiles o militares de la burguesía nacional, como había ocurrido como había ocurrido con Perón, el boliviano Paz Estenssoro, el guatemalteco Arbenz y, más adelante, el venezolano Betancourt. Fidel y el Che fueron testigos activos de estos fracasos monumentales. En contraposición a ellos, Fidel Castro y la Revolución Cubana trazaron un horizonte completamente nuevo para América Latina e instalaron la revolución mundial en nuestro continente. El alcance de este viraje histórico sigue presente en la conciencia popular latinoamericana. Con métodos políticos diversos, la Revolución Cubana ha resistido casi 60 años de bloqueo del imperialismo.

La Revolución Cubana no es, sin embargo, “una revolución proletaria” – la clase obrera no participa en ella como clase ni despliega una acción autónoma; se trata de un límite histórico decisivo para una revolución que se califica como socialista. Lejos de desarrollar “una democracia obrera”, el régimen político cubano y sus dirigentes se desplazan, como consecuencia de la presión del imperialismo y del reflujo que sigue al ascenso de 1959/62, hacia el bonapartismo, o sea el poder personal, y a la estatización de la vida social - en primer lugar los sindicatos. Es todavía un bonapartismo revolucionario, porque defiende la independencia nacional y las conquistas de la revolución, pero que implica, a término, la burocratización del proceso revolucionario. Fidel Castro encarna este bonapartismo ‘‘sui géneris’. En América Latina alienta el foquismo, no la organización independiente de la clase obrera. Frente la revolución latinoamericana adopta una línea conservadora: apoya a Salvador Allende, contra quienes advierten el peligro de mantenerse en el cuadro político tradicional; se opone a que la Revolución Sandinista siga la vía de la Revolución Cubana; apoya un “socialismo del siglo XXI” que, en oposición al del “siglo de la Revolución Cubana”, plantea la vigencia del capitalismo. En acuerdo con la diplomacia rusa, vota en contra de las resoluciones de la ONU que condenan las violaciones de derechos humanos por parte de la dictadura argentina y apoya la invasión rusa contra los consejos obreros en Checoslovaquia (1968). Da su apoyo a la gestión ‘restauracionista’ que inicia Gorbachov, con la expectativa infundada de que mantendría las relaciones económicas con la Isla.

La Revolución Cubana sigue, sin embargo, vigente, por la simple razón de que las causas que la originaron son, en la actualidad, más agudas y apremiantes – como lo demuestra la bancarrota capitalista mundial y el impasse terminal de los regímenes latinoamericanos. El imperialismo no levantará el bloqueo sino al precio de un desmantelamiento de las conquistas revolucionarias. El ‘‘modelo’ yanqui, Puerto Rico, en contraposición a Cuba, acaba de declararse en bancarrota. Las nuevas generaciones deben recoger, siempre en forma crítica, el legado que deja Fidel Castro.