PERSPECTIVAS DE UN GOBIERNO TRUMP

PERSPECTIVAS DE UN GOBIERNO TRUMP

Las elecciones norteamericanas siguen dando que hablar (y darán mucho más en el futuro próximo). De acuerdo a los últimos cómputos, Clinton aventaja a Trump en cerca de 2.5 millones de votos - bastante más distante que los 200 mil y el siguiente millón que se había informado inicialmente. Los asesores de la infortunada candidata ya está planteando recurrir ante los jueces los escrutinios en tres estados (Wisconsin, Michigan y Pennsylvania), cuya resultados, denuncian, han sido hackeados. Ofrecen como prueba que Clinton pierde en los condados con votación electrónica y gana en los de recuento manual. La “democracia americana” no resiste un examen de transparencia electoral con el conurbano bonaerense. Como Clinton y hasta Bernie Sanders ya adelantaron sus saludos al magnate, no hay que siquiera imaginar que el partido Demócrata y el clan Clinton vayan a impugnar el mandato de Trump. Menos todavía cuando sigue en pie un movimiento de protesta popular, en especial entre la juventud, bien anterior a las designaciones de neto carácter fascistizante, efectuadas por Trump. El mismo Trump anticipó su reconocimiento a esta complicidad de la camarilla Demócrata y los Clinton con el fraude, al retirar el compromiso de campaña de que iba a meter presa a su ex competidora por los manejos de la Fundación Clinton.

‘Heil’ Trump

La ‘victoria’ de Trump es, antes que nada, la expresión del impasse del capitalismo norteamericano al cabo de diez de inicio de la crisis mundial presente y veinticinco años después de la ‘revolución reaganiana” - que, como se ve, solo ha potenciado las contradicciones que pretendía resolver. Es el desenlace de una larga disputa política al interior de la burguesía de Estados Unidos, que arranca con el desarrollo de la corriente del Tea Party - una fracción ‘thatcheriana’ al interior del partido Republicano, enfurecida por el freno a su ascenso social. En la reciente interna de este partido se disputaron la herencia de esta corriente por lo menos cuatro fracciones diferentes, entre ellas Trump.

Trump no es, por lo tanto, el producto inverosímil de la “clase obrera blanca” sino el resultado de una selección política al interior de uno de los dos partidos históricos de la burguesía y al interior de la fracción fascista. Los descendientes del ‘Mayflower’ ya no existen en Estados Unidos, y menos en la variopinta familia Trump. El incremento enorme de la diferencia de votos entre Trump y Clinton y las evidencia de fraude, convierten al famoso voto proletario por Trump en un mediocre error estadístico. La caracterización de la elección norteamericana en términos de identidades no clasistas, que hacen desde liberales hasta izquierdistas, es una capitulación política e intelectual ante la campaña xenófoba de Trump.

Las designaciones que ha efectuado el presidente en espera, ha desmentido las ilusiones de quienes confiaban en que luego de los ‘desbordes’ de la campaña, Trump se disciplinaría a “las instituciones”. Los nombramientos evidencian el propósito de reforzar el estado policial e incluso la militarización del estado. Los servicios de espionaje y seguridad han sido entregados a figuras partidarias de la violación de derechos humanos. El propósito de unificar el espionaje y las operaciones de seguridad delata el objetivo de crear un sistema de ‘grupos de tareas”. La decisión de designar a un jefe militar como ministro de Defensa ha sido calificado, en especial por ex jefes del Pentágono, como una transgresión al control civil de las fuerzas armadas - aunque es, peor aún, un intento, a la Milani, de poner a las fuerzas armadas al servicio de los intereses de la camarilla de gobierno. Queda en evidencia el objetivo de establecer un régimen bonapartista, capaz de operar por encima del Congreso, bajo un mando personal. La finalidad de este bonapartismo es obtener los recursos políticos y la capacidad de movilización social para emprender una prometida guerra económica internacional, y en último término guerras imperialistas.

Tump pasó la criba del partido Republicano, ahora va a pasar el proceso de selección política del conjunto de la burguesía, en un camino que va a diseñar el próximo régimen político.

Cisne negro

¿Por qué la necesidad de una guerra económica, que ya se encuentra, por otra parte, en desarrollo?

La economía mundial se encuentra sentada sobre una bomba de tiempo constituída por créditos y títulos y bonos públicos y privados del orden de los u$s160 billones. El capital accionario que se cotiza en forma pública es de u$s70 billones. Más allá de esto se encuentran los contratos ‘fuera de balance’ o los llamados derivados que se contratan como garantía del mercado de bonos, acciones y préstamos. Parte de ellos se negocian en mercados públicos, otra parte son transacciones privadas. Uno de estos derivados, para ejemplificar, es el crédito de insolvencia (CDS), que es una inversión que apuesta al ‘defol’ de un estado o una corporación, para cobrar el seguro de la quiebra, y por eso están subiendo ahora los CDS del estado y los bancos de Italia. El valor nominal de este capital ficticio (con todas sus operaciones superpuestas) se encuentra, probablemente, en torno a los mil billones de dólares. El PBI mundial es de u$s80 billones - menos de un diez por ciento de aquellos mil billones en papel. En los dos días siguientes al triunfo de Trump, los tenedores de bonos perdieron u$s1.8 billones, como consecuencia de las ventas masivas de títulos públicos que ocasionó el pronóstico de que un gobierno de Trump significaría más déficit público y un alza significativa de los precios corrientes.

La otra cuestión es la tendencia al retroceso del comercio mundial, en relación al conjunto de la producción del planeta (que también retrocede respecto a su tendencia histórica). Ha vuelto a caer después de recuperarse de un desplome en 2010/11. La crisis naviera ha entrado en una crisis enorme, que repercute en el hundimiento de los fletes. Esta situación refleja el estancamiento de la inversión mundial, incluso el retroceso, si se computa el desgaste y la obsolescencia. Ocurre que la ganancia esperada de una inversión adicional es reducida o nula - tanto para los mercados establecidos como para las llamadas nuevas tecnologías. La guerra económica es, por un lado una disputa por la participación en un mercado que se encoge, pero por sobre todo una pelea por mercados potenciales, que se encuentran cautivos. La restauración del capitalismo en China y en Rusia fue una expresión de esta última pelea. Sin la restauración de la tasa de beneficio y sin la restauración del crecimiento del comercio mundial y de la inversión, aquella gigantesca montaña de capital ficticio de un billón de dólares debe desmoronarse inevitablemente, con riesgo mortal para el capitalismo. Por otro lado, sin embargo, ninguna restauración de la economía es posible sin medidas que afecten en forma directa o indirecta ese capital ficticio, o sea sin pasar por una violenta desvalorización de esos capitales. En esto consiste la crisis mundial.

Estados Unidos tiene una deuda pública federal que supera el 120%, cuya mitad se encuentra en poder de bancos centrales extranjeros, lo que limita su capacidad de acción finaniera. De otro lado el endeudamiento de familias y corporaciones es aún de orden superior. Una desvalorización de esta deuda - por un corte de la refinanciación -, llevaría al sistema bancario a una nueva crisis, según acaba de explicar el representante de la Reserva Federal de Michigan, que por eso reclama la división de los grandes bancos, para atenuar el impacto de una quiebra generalizada.

Pero en lugar de un red de seguridad en torno al sistema bancario, como se ha intentado establecer desde 2008 completamente en vano, o dividir los grandes bancos (Goldman, JP Morgan, Citi), Trump plantea por el contrario desregularlo y encima subsidiarlo con una rebaja enorme de impuestos, o sea una guerra de ventajas fiscales con los bancos y estados rivales, principalmente de Europa, para lanzarlo a una mayor penetración del mercado mundial, y por sobre todo de China.

China

Después de una irrupción extraordinaria del capital extranjero en China, el Estado aún controla el 50% de la economía; el capital internacional debe asociarse a ‘capitalistas’ locales; y la participación del capital financiero en las Bolsas y el mercado bancario no supera el 2%. A esto se suman otras dos tendencias: China ha triplicado el componente nacional de sus exportaciones y las empresas locales le están quitando mercado a los capitales tecnológicos del exterior, como ocurre con Apple. El monto del capital exportado de China al exterior se está acercando al promedio anual del capital norteamericano que se invierte en China - aunque esto, como explicaremos luego, es una expresión del freno económico interno de China y no de una suba al podio imperialista. El capital financiero norteamericano no está preocupado por levantar un muro a la competencia china en EEUU, sino que presiona por derribar el proteccionismo financiero e industrial de China de cara al capital internacional. El acuerdo transpacífico que había impulsado Obama iba en esa dirección, por eso Clinton fue apoyada por Wall Street. Trump no plantea una diferencia objetivos sino de métodos y de tiempos o ritmos, que podría ser cualitativa.

El desarrollo capitalista de China ha acentuado su dependencia internacional - no lo contrario. El 99% de los analistas financieros advierte acerca de una crisis, que el Financial Times no vacila en llamar “momento Lehman”, en alusión a la bancarrota hipotecaria norteamericana. Esta crisis tiene que ver con un sistema bancario sobre expuesto en créditos de recuperación dudosa, que han sido financiados con la contratación de deudas enormes. El estado tiene que bombear todo el tiempo la economía, para que no se caigan el carbón, la siderurgia, el aluminio y la construcción, incluso retrasando una reconversión de esas industrias, lo que aumenta el parasitismo de la economía (relación deuda/producto). La amenaza de un desplome se manifiesta en la fuga de capitales (en parte menor inversiones en el exterior), que deprecia la moneda nacional y otorga un margen de ventaja a las exportaciones de China sobre la de sus competidores. Cuando el mundo capitalista aplaudía el ingreso de una nueva divisa a la canasta internacional, el gobierno de China se veía obligado a intervenir para sostener el yuan.

Europa

El anuncio de una guerra económica de parte de EEUU se da incluso cuando China admite la necesidad de hacer frente a su crisis con una asistencia financiera internacional. Asistimos al intento de explotar al máximo las vulnerabilidades. Esto afectará en particular a Europa, que ahora enfrenta un giro a la baja en el valor de la deuda pública, que ha estado comprando a lo largo del quinquenio - lo cual amenaza con el derrumbe de los activos del BCE y de los bancos nacionales y privados de la zona euro (atiborrados de títulos del Estado). La baja de impuestos a los bancos, por parte de Trump, del 35 al 15%, representa una guerra fiscal contra una Europa que no podría responder del mismo modo. Por eso reclama a Apple por los beneficios fiscales indebidos que obtuvo del gobierno de Irlanda, que tiene un impuesto a sociedades del 15%, que estima en u$s14 mil millones. Alemania amenazó a Gran Bretaña con gatillar de inmediato el Brexit si se suma a esta guerra fiscal. Obama replicó a la sanción a Apple con un juicio por fraudes al Deutsche Bank, por la misma suma. Hay algo que es cierto: si se ve obligado a pagar la sanción, el Deutsche quiebra. El curso de los acontecimientos esclarece el carácter del Brexit, como una tentativa de salida al mercado de Londres, que no podía seguir manteniendo su status excepcional, cuando las finanzas británicas enfrentaban fuertes déficits. La victoria de Trump habría llevado a este mismo resultado.

Los recursos, ¿quién los tiene?

Como se aprecia, no es la guerra económica la que lleva a una nueva crisis, sino que es la bancarrota del capital lo que impulsa una guerra económica muy diferente a las que conocieron otras etapas del capitalismo. La restauración completa del capitalismo, a la que se ha adjudicado en forma prematura un transitar pacífico, cobrará su forma violenta. Los observadores financieros coinciden que América Latina y los llamados ‘emergentes’ en general, cargarán con un peso mucho mayor de la guerra económica y sus consecuencias. Deberán financiar a los bloques en disputa, en lugar de ser financiados.

Trump ha insistido en que reactivará la economía norteamericana con un plan fantástico de obras de infraestructura, mayor al que han venido reclamando, sin éxito, todos los reformistas. Es el punto en que el hombre apunta a una salida a la deflación, con la expectativa de que el gasto o la demanda derroten a la baja creciente de la tasa de ganancia, y esto en un lugar tan poco promisorio como la construcción pública. Hace un par de años, el Nobel P. Krugman había condicionado un plan de envergadura a la nacionalización transitoria de los bancos, porque de otro modo, decía, no era viable. En la actualidad, los bancos norteamericanos tienen ‘cash’ por varios billones, que no han invertido por sólidos motivos, y que es difícil que lo hagan para financiar obras. De otro lado, la recomendación keynesiana es que la financiación se haga con emisión primaria de moneda e inflación, que no es lo de Trump. Un plan de obras plantearía un cierre de la economía, para que la mayor demanda no promueva importaciones o la competencia de capitales del exterior, cuando la guerra económica es para que China y otros abran las suyas. De acuerdo a la prensa, los proyectos de obras recién serían conocidos en 2018 o 19. Estados Unidos (ya fue dicho) tiene una deuda pública elevada - subirla mucho más desplomaría el re-billonario mercado de bonos. Por último, ‘but not least’, un plan de medio o un billón entero de dólares requeriría muchos pero muchos trabajadores inmigrantes.

Situaciones revolucionarias

Asistimos a una ruptura del viejo equilibrio político en Estados Unidos y del sistema de alianzas internacionales - que se entrelazan uno con otro. El pasaje de un cuadro político a otro, en el marco de crisis financieras y económicas inevitables, plantea la inevitabilidad de situaciones revolucionarias. Como se sabe, el desenlace de estas situaciones depende, al menos casi siempre, de la preparación de las fuerzas en disputa.

El tránsito de Estados Unidos al bonapartismo no va a ser un paseo; podría atravesar por referendos, enmiendas constitucionales o incluso asambleas constituyentes y hasta un ‘impeachment’. La movilización política popular se va acentuar, en especial si Trump lanza una ofensiva chovinista contra los inmigrantes, sean hispanos o musulmanes, y también los reclamos y los conflictos en las grandes fábricas, y eventualmente en los sindicatos. La Unión Europea deberá enfrentar la crisis de una salida de Gran Bretaña (y Gran Bretaña las consecuencias de esta crisis en el orden nacional), además de las crisis bancarias en todos sus estados (en especial Italia, Portugal y, ‘warum nicht’, en Alemania), así como eventuales triunfos electorales del ‘populismo’. En el Medio Oriente, desangrado por una barbarie imperialista, el estallido del régimen de Erdogan, Turquía, podría abrir nuevas posibilidades al frustrado proceso revolucionario que comenzó en Egipto. Todo indica, por otro lado, que Trump y Putin podrían buscar un acuerdo sobre las espaldas del pueblo y los trabajadores de Ucrania.

El desarrollo de estas crisis y de las luchas que no dejará de provocar o incrementar, diseñará los grandes ejes de la reorganización política de la clase obrera en el mundo entero. Es probable que las primeras grandes señales vengan de China, donde se asiste desde hace tiempo a una vigorosa recuperación del proletariado, y de gran parte de Asia.

Esta nueva etapa de convulsiones políticas extraordinarias, arranca con el nacionalismo burgués, militar o civil, y el centroizquierdismo, a nuestras espaldas, golpeado por un nuevo fracaso. La tentativa de sustituir el socialismo del siglo XX (Revolución de Octubre), por el del siglo XXI (chavismo o “socialismo de mercado”) fue un episodio histórico de alcance inferior al nacionalismo latinoamericano del siglo anterior. La crisis mundial revalida las reivindicaciones y el método político de la IV Internacional.