DIETAZO REINCIDENTE
La indignación que produjo el aumento de dietas y otros ‘gastos’ que se adjudicaron diputados y senadores aplacó por un tiempo harto breve sus ambiciones monetarias. Esos aumentos fueron luego ‘reducidos’ de un 42/60% a un 32/45%, sin que quede claro si la cifra inicial no fue ‘sobrecargada’ con el propósito de hacer ‘tolerable’ el porcentaje final. Aun en este último caso, constituye una diferencia radical con lo que han recibido trabajadores activos y jubilados, ni qué decir de los trabajadores en negro o ‘changas’. A renglón seguido, el gobierno decidió adjudicar dietas a los diputados al Parlasur, que se ha transformado en un aparato aún más vacío de lo que ya era, como consecuencia de los cambios de gobierno en Paraguay, Brasil y Argentina. Es sobre este terreno minado que la burocracia parlamentaria decidió pagar los viajes de aquellos que, por una razón u otra, habían decidido convertirse en ‘observadores’ de las elecciones en Estados Unidos. No se vio a ninguno de ellos anotarse para ‘observar’ la efectividad de la llamada “ayuda humanitaria que supuestamente debía servir para aliviar el desastre de los huracanes en Haití.
Desde el punto de vista político, el ‘dietazo’ sirvió para mostrar una polarización incipiente entre los partidos que votan los ajustes, el endeudamiento, el blanqueo de evasores y el subsidio estatal a la obra ‘pública/privada’, por un lado, y el Frente de Izquierda, por el otro. De un modo accidental o fortuito se hizo manifiesta, ante el gran público y en los medios de comunicación, la oposición estratégica que enfrenta a unos y el otro. Para clarificar y profundizar, precisamente, esta oposición, es necesario señalar que los socialistas no debemos sembrar la idea de que nos proponemos reformar a la pseudo democracia capitalista por medio de un salario obrero para los parlamentarios. La representación popular sólo puede convertirse en una función obrera bajo un gobierno de trabajadores - o sea mediante la abolición del Estado capitalista.
El Estado, en tanto poder que asegura la protección y la reproducción de las relaciones de explotación de capitalista, es gestionado por funcionarios especiales para ese fin. Se trata de una burocracia: una burocracia, judicial, parlamentaria, de diplomáticos, militar, policial y hasta clerical. Su remuneración tiene un carácter especial, que no tiene que ver con la valorización de la producción social, sino con la función estratégica que tiene asignada. No se les paga de acuerdo a la ley del valor, o sea como cualquier otra mercancía, según el tiempo socialmente necesario para su producción, sino que se les paga para que aseguren en la forma despótica de leyes, decretos, resoluciones, sentencias, medidas contravencionales, cárcel, prisiones preventivas, tratados con las burocracias de otros países, la preservación de un orden de explotación social. Solamente bajo un gobierno de trabajadores la representación popular es intercambiable con la producción social. En resumen, en las condiciones del estado capitalista, el planteo de que la burocracia gane lo que un trabajador es una fantasía si está determinado por la ingenuidad, y una estafa política en caso de que no sea así.
El salario obrero para un parlamentario, en las condiciones del estado actual, tampoco comportaría, si fuera realizable, ninguna democratización del proceso de determinación política. Tendríamos el mismo régimen político con un presupuesto menor para la burocracia. Esto ya ocurre, y lo vemos todos los días en el sistema de ‘adicionales’ que reciben los policías de comerciantes o industriales, pretextando precisamente que los salarios son muy bajos. Los jefes policiales se valen de este pretexto para montar redes de corrupción. En una declaración a Clarín, Eduardo Amadeo, un diputado borocotizado, replicó al planteo de un salario obrero con un argumento viejísimo - que un salario obrero reservaría la representación parlamentaria solamente para los millonarios. Fue lo que ocurrió en efecto hasta que se consagró el sufragio universal (masculino) y el establecimiento de las llamadas dietas. Como los millonarios hace mucho que prefieren dejar la gestión a los gerentes (en este caso a sus políticos), podrían recurrir a otro procedimiento: establecer fondos de inversiones con cotización pública para complementar los salarios obreros de sus diputados y senadores. Es lo que ocurre en la mayoría de los países (si no todos), aunque oculto al conocimiento público, como se vio en el ‘lava jato’ brasileño, la llamada “cuenta dos”, que solamente fue denunciado cuando resultó funcional al derribo del gobierno de Dilma Roussef.
Ningún socialista desconoce esto y por eso no puede alentar democratizaciones truchas del estado con el cuento del salario obrero, ni ofrecer a los políticos patronales este terreno de falsa discusión. Para abolir la distinción entre el trabajo político y el trabajo productivo hay que desmantelar el estado burgués por medio de un gobierno de trabajadores. En eso debe consistir el debate - en que la burocracia política cobra lo que cobra por su función servicial al capital. La Comuna de París estableció el salario obrero para los trabajadores políticos del estado; por eso nuestro programa inscribe la reivindicación: Por la Comuna de París, no por el salario obrero en el estado capitalista. La remuneración exhorbitante que recibe la politica capitalista, en contraste con lo que gana un trabajador, deber servir para denunciar los privilegios de la burocracia que trabaja para el estado capitalista y para denunciar la cooptación de esta burocracia por parte del capital, por medio de estos privilegios. No para encubrir esta relación, y para facilitar la comprensión de que hay que poner fin al estado burgués.
No se le escapa a nadie que, luego del último ciclo de dictaduras militares, numerosos países y también Argentina ingresaron en un ciclo electoral con participación cada vez mayor de la izquierda revolucionaria. Lo mismo ocurre en las metrópolis capitalistas que no han conocido dictaduras. En estas condiciones propicias para el seguidismo electorero y el golpe efectista (vacío de contenido) en los medios de comunicación, los socialistas debemos poner el mayor empeño en utilizar este escenario electoral y parlamentario como una tribuna, con la finalidad de separar políticamente a la clase obrera de la burguesía y para desarrollar una conciencia dirigente en el proletariado, o sea para desarrollar las ideas revolucionarias. Hasta donde conocemos, el desbarranque electoralista de la izquierda que se reivindica revolucionaria se ha producido en todo el mundo con escasisimas excepciones. El salario obrero para el parlamentario de los partidos patronales, como el ‘cupo femenino’ para esos mismos partidos, constituyen un manoseo electorero del programa revolucionario.
Cuando falta una semana para que ‘reventemos’ Atlanta, llamamos a reforzar más que nunca el programa de lucha de clases y de la revolución socialista.