LES MANDO EL PRÓLOGO QUE ESCRIBÍ PARA EL LIBRO CAPITALISMO ZOMBI: CRISIS SISTÉMICA EN EL SIGLO XXI, DE PABLO HELLER

LES MANDO EL PRÓLOGO QUE ESCRIBÍ PARA EL LIBRO CAPITALISMO ZOMBI: CRISIS SISTÉMICA EN EL SIGLO XXI, DE PABLO HELLER

Distintas cuestiones de métodos distinguen a la caracterización marxista de la crisis mundial en curso, que es la que emplea el autor del libro que el lector tiene en sus manos, de los análisis convencionales. La primera la constituye, sin duda, una categoría que es menospreciada por la literatura económica corriente - incluida la de la propia izquierda. Ella se refiere al estadio histórico que ha alcanzado el desarrollo del capitalismo - la fase de su madurez o, más precisamente, de su decadencia o declinación. Los síntomas y los diagnósticos de la crisis son los propios del modo de acumulación capitalista; su alcance y sus límites son diferentes. El capitalismo ha realizado sus tareas históricas decisivas, en primer lugar la desposesión de las clases medias productivas, un desarrollo generalizado del trabajo asalariado y la conquista económica de las naciones de desenvolvimiento rezagado, es decir, formación de una compleja economía mundial. El último medio siglo, luego de la relativamente breve recuperación de posguerra, se caracteriza por un estancamiento relativo frente a las fuerzas productivas existentes y el desarrollo tecnológico que trae aparejado. En contraste con la opinión prevaleciente y ciertamente con el sentido común, la anexión económica de las anteriores economías ‘socialistas’ refuerzan esta caracterización, toda vez que ellas han ingresado a la presente crisis mundial sin haber atravesado las fases precedentes del desarrollo capitalista y un injerto del gran capital en sus formas más maduras - lo cual ha abierto una transición histórica con pronóstico condicionado. La masa de capital y fuerzas productivas inmovilizadas por la crisis, sea porque han sufrido una fuerte declinación de su tasa de beneficio, sea porque han desatado una sobreproducción enorme, no tiene paralelo en la historia del capital. La ‘nueva normalidad’ es la masa de capital ‘zombie’, que sobrevive a expensas de la sociedad en lugar de operar como su fuerza motriz. La masa de capital y la masa de fuerza de trabajo correspondiente sujetos a una destrucción potencial en gran escala, panea sobre la sociedad humana como un alerta de catástrofe. Luego de cuatro décadas de una “guerra fría” relativamente indolora (Vietnam diezmado por una lluvia de napalm), las masacres en los Balcanes y el Medio Oriente y la crisis de los refugiados, remite históricamente a la fuerza destructiva de una guerra mundial.

El otro aspecto que distingue un análisis del otro es que mientras el convencional rumia acerca de un “balance sheet crisis”, o sea un endeudamiento gigantesco con relación a los activos performantes, el marxista subraya la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, que es el dínamo de la acumulación capitalista. El enfoque en las cuentas del balance deriva en salidas diferentes: la liquidación de activos obsoletos y deudas impagables, por un lado, o la digestión ‘gradual’ de los ‘excesos’ a través de rescates con fondos públicos y una larga cura de austeridad, por el otro. El primero es temido por la posibilidad de que desencadene revoluciones sociales, lo cual pondría fin al mito del “fin de la historia” que habría ocurrido por la conquista del ‘socialismo’ por el capitalismo. El segundo ya ha mostrado todos sus límites en la incapacidad de los bancos centrales y los Tesoros públicos para salir al rescate de la economía capitalista. El derrumbe de la banca de inversión en Gran Bretaña (que ha dejado a la City bajo el control de los bancos norteamericanos); la insolvencia de los alemanes Deustche y Commerzbank; y la creación de ‘bancos malos’ en Italia y Portugal, para cargar al estado la quiebra potencial de sus principales entidades financieras; todo esto atestigua que no hay método que depure al capital sin la mediación de un choque frontal entre las fuerzas productivas y en primer lugar la fuerza del trabajo, de un lado, y las relaciones capitalistas, del otro.

El estrangulamiento de la tasa de beneficio del capital, cuando los cambios tecnológicos en los lugares de trabajo y en los circuitos comerciales son incesantes, muestra el límite histórico del capital. Que esta tendencia se haya ensañado en especial con China es un monumento a la dialéctica histórica, pues, en virtud de la restauración del capitalismo, ese país es uno de los últimos en ingresar al circuito mundial del capital, luego de haber sido uno de los primeros en haber emprendido el esfuerzo de liberarse del capitalismo. De un modo más general, el desarrollo de las fuerzas productivas del capital tiende a convertir a la riqueza mercantil (la riqueza propiamente capitalista), en una medida cada vez más estrecha de la real riqueza social. Para salvar a la primera es necesario destruir a la segunda (destrucción de las mercancías y capital ‘sobrante’). El trabajo abstracto necesario para la producción social (gasto de energía humana) representa una fracción cada vez menor del valor social creado, lo cual constituye, precisamente, la premisa histórica para emancipar al trabajo de la explotación social. El capitalismo recrea, por cierto, en forma permanente las condiciones de su propio desarrollo, con el ingreso en nuevas producciones socialmente útiles, pero con ello acelera la obsolescencia del enorme capital inmovilizado por la crisis. Asistimos, en esta manifestación, a una de las distinciones más significativas entre las crisis en el período de ascenso del capital y el periodo de su decadencia.

Asistimos, en el último año y medio, a un fenómeno paradigmático de toda la crisis presente, con la fuga sistemática de capitales de China - el país receptor por excelencia de esos capitales en la fase precedente. Se trata de una media de más de u$s100 mil millones por mes, o sea u$s1.2 billones al año. No hay analista que no atribuya esta fuga a la caída de la tasa de ganancia, determinada por una enorme inmovilización de capital industrial en condiciones declinantes del mercado, y más precisamente del mercado mundial, o sea sobreproducción. Esta caída de beneficios ha expuesto un cuadro de insolvencia que ha afectado a los bancos y a los ‘vehículos paralelos’ creados por los bancos para sortear la regulación pública. Se encuentran involucrados la siderurgia, la metalurgia, la construcción, la intermediación inmobiliaria y la financiera. Lo que detonó la fuga de capitales ha sido, sin embargo, la innovación capitalista para ponerle remedio: la liberación del mercado bursátil. Esta liberación tenía la finalidad de obtener financiamiento para la reestructuración de la industria en crisis, o sea por medio de fusiones y adquisiciones, así como para el desarrollo de las inversiones para infraestructura en el exterior - la ruta de la seda. La liberación de la Bolsa desató una feroz fiebre especulativa, obligó a la intervención del Estado y puso al desnudo que la envergadura de la crisis reclama una reestructuración de relaciones sociales que va más allá de la Bolsa: despidos masivos, cierres de empresas y bancos y un socorro del capital internacional que pondría en cuestión la dominación del Estado por parte de la burocracia restauracionista. Para que la insolvencia reconocida de la banca de China no se convierta en quiebra, sería necesario, precisamente, atravesar por esa inmensa purga social.

Otro ejemplo ilustrativo ha sido el desplome del precio internacional del petróleo, que ha dejado expuesta la insolvencia de países enteros - Rusia, Brasil, Venezuela, en primer lugar, pero también Arabia Saudita. Ahora bien, esta crisis sigue a la tentativa de desbloquear a la economía mundial de un rentismo minero feroz, con precios sin precedentes para el petróleo, el cobre, el mineral de hierro, el zinc etc. La caída de los precios ha sido una consecuencia, en el caso de la minería metalífera, del retroceso de la demanda china, pero en el petróleo de la sobre oferta mundial impulsada por la tecnología no convencional en Estados Unidos. El resultado es la quiebra de las productoras norteamericanas, que dejan un ‘muerto’ de u$s300 mil millones en los bancos. Al final quedó en evidencia que el principal ‘input’ del petróleo no convencional habían sido las tasas de interés bajísimas de los créditos que contrataron para esa producción. La caída de los precios del petróleo ha dejado nocaut a Petrobrás, de Brasil, y con él a todo el entorno industrial que se pretendió crear con esa empresa - como en mucha menor medida, claro, con Ancap en Uruguay. Petrobrás ha entrado en fase de liquidación y Brasil en una inmensa crisis industrial - la primera de envergadura junto con China.

¿Cuál es la salida?

Hace tiempo que ha vuelto a la superficie la perspectiva de un “estancamiento secular” del capitalismo, que es perfilado como más sereno que el de un derrumbe. El ejemplo sería Japón, que ingresó en una “balance sheet crisis”, en la década del 80, y en la cual sigue empantanada. En resumen, a fuerza de rescates, el capital japonés sobrevivió a la quiebra, al precio de una deuda pública del 300% del PBI y un sistema bancario atrofiado. Un capitalismo ‘zombie’ surfearía la historia, acompañado con una asistencia social cada vez mayor para los ‘excluidos’. A esta perspectiva morna, sus teóricos ven la salida en los remedios keynesianos de estímulo de la demanda - por ejemplo, planes de obras públicas. Es interesante que una propuesta tan módica desate controversias furiosas, pero la explicación es sencilla: la masa de capital real y de capital ficticio afectado por la crisis es de tal inmensidad, que la sola mención al uso de recursos públicos para estimular la demanda tendría como consecuencia un derrumbe de su valoración. De otro lado, el motor de la demanda capitalista es la inversión y no el consumo personal, que debería crecer como consecuencia del crecimiento de la primera. Por último, el recurso a la financiación pública difícilmente atraería a los capitales respectivos, por la inseguridad acerca de la solvencia financiera del propio estado.

Brasil, Rusia, China, el shale norteamericano, la inflación bursátil de Europa y Estados Unidos demuestran que el capital no se mueve en la línea recta de una plancha, como lo sugeriría el ejemplo del estancamiento japonés, el cual no sobreviviría a un estallido financiero o industrial en China. El capitalismo es un sistema dinámico, y aún más en período de crisis. Es un dinamismo contradictorio, porque acentúa la decadencia, o sea la desvalorización del capital inmovilizado. En síntesis, las quiebras y las bancarrotas son inevitables, como lo demostró el derrumbe hipotecario internacional que detonó la crisis presente hace una década. Uno o varios de esos episodios deberá manifestarse en una nueva bancarrota internacional.

El núcleo teórico revolucionario del marxismo es la demostración de que las contradicciones del capital conducen a su derrumbe, o dicho de otra manera la lógica del capital es la tendencia hacia su disolución. Después de todo, “todo lo que existe merece perecer”.