TROTSKY CONTRA EL FASCISMO Y EL IMPERIALISMO DEMOCRÁTICO
A continuación el texto completo original de la columna que apareció en el diario Clarín el lunes 1 de septiembre pasado, con algunos agregados
El escritor Marcelo Birjmaer publicó en Clarín una pieza paradigmática de desinformación histórica acerca de la lucha de León Trotsky. Ocurre que León Trotsky es el ÚNICO político de su tiempo que dedica lo mejor de su esfuerzo a la lucha contra el nazismo en su fase de ascenso, mientras es perseguido por el stalinismo. Trotsky combate la caracterización del nazismo en ascenso como un mal menor, como hacen los partidos stalinistas, e igualmente la política de la socialdemocracia, que trata el avance del nazismo por medio de combinaciones parlamentarias y la adhesión al militarismo alemán. Trotsky opone a estos dislates criminales, la política del frente único de todos los partidos y sindicatos obreros para formar milicias armadas contra el nazismo. ¿Birjmaer reflexionó alguna vez acerca del contraste entre un Trotsky que advierte sobre la Shoa, desde 1930, y un Jabotisnky, líder histórico del partido que gobierna Israel en la actualidad, reuniéndose con Mussolini, en Roma, en 1938? Es Trotsky quien demuele el pacto nazi-stalinista de 1939, que despedaza a Polonia. Birjmaer le opone, como ejemplo de lucha contra el fascismo, al demócrata Churchill. ¿De qué habla? Churchill encabezó la invasión de catorce naciones europeas para apoyar el terror blanco contra la Rusia revolucionaria de 1918 y fue parte del infame Pacto de Versailles, que abonó el terreno al nazismo. Keynes se retiró de la delegación británica en protesta. Era, además, un notorio anti-semita: “Churchill no dudaba en atribuir a Lenin rasgos judíos (…), el líder de un ‘vil grupo de fanáticos cosmopolitas’” (Enzo Traverso, El final de modernidad judía). La democracia británica respaldó el ascenso de Mussolini y la invasión de Etiopía por Italia. Los partidos de la democracia alemana le entregaron el gobierno a Hitler, ante la pasividad de la socialdemocracia, el stalinismo y la burocracia de los sindicatos. ¡La diplomacia de las democracias permitió el rearme alemán, con la expectativa de una guerra contra la Unión Soviética! Birjmaer omite este contexto cuando ataca la advertencia que hizo Trotsky contra el imperialismo democrático en América Latina. Ella, sin embargo, tiene una clarividencia política extraordinaria. León Trotsky advierte que estos imperialismos invocan la lucha contra el fascismo para imponer a los pueblos oprimidos una mayor sujeción y mayores cargas. ¿Quién se atreve a decir que Trotsky se equivocó, fuera de Birjmaer. ¡El mismo día de la liberación de París, el ejército francés ametralla un levantamiento popular en Madagascar! Enseguida combate los movimientos de liberación nacional en Indochina y norte de África. Lo mismo ocurrirá con el imperialismo holandés en Indonesia y el británico en sus dominios. En América del sur, la lucha contra el fascismo será el pretexto para combatir a los movimientos nacionales: el golpe del 46 en Bolivia, el de Batista en Cuba, en 1952, la invasión a Guatemala en 1954, el golpe gorila en Argentina, en el 55, y luego los Videla, Pinochet, Castelo Branco, Banzer. Birjmaer construye su relato adulterado con los ingredientes de un plato varias veces calentado: que la distinción izquierda-derecha está superada. Esto es lo que desea, precisamente, la derecha. Abole, literariamente, claro, el antagonismo capital-trabajo, y la crisis capitalista. El guion de Birjmaer no sería capaz de sustentar ni un relato de ficción.