“BONAPARTISMO CON FALDAS”
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/34138-
La periodista Susana Viau dedica una parte de su columna del domingo a las declaraciones de la Presidenta acerca del bonapartismo y a la respuesta de Altamira a ellas. Su análisis es equivocado en ambos aspectos. En principio, atribuye al peronismo un carácter bonapartista, cuando esa caracterización se aplica a los regímenes y métodos de gobierno -no a los movimientos o partidos políticos. Para que se conforme un gobierno bonapartista (que concentra el arbitraje político entre las clases en una sola persona) no es suficiente la ideología: es necesario que se reúnan ciertas condiciones políticas.
Contra lo que dice Viau, Cristina Kirchner no “cayó en ninguna trampa al confundir a Napoleón I con Napoleón III”, porque es precisamente del primer Napoleón, no del segundo, que deriva la caracterización del “bonapartismo” como régimen político moderno. Napoleón I, oficial y general de los gobiernos de la Revolución Francesa, neutraliza la pelea entre las clases en pugna que desata la revolución y establece una década de estabilidad política interna y guerras revolucionarias en el exterior. La Presidenta pretende inscribirse en esa tradición que arranca con Napoleón I, pero ¿están reunidas las condiciones para ello?
Altamira dio respuesta a esta cuestión en numerosos artículos y tesis en la prensa, así como en congresos de su partido, mucho antes de que CFK hiciera alusión al asunto hace dos semanas. De modo que no es cierto lo que dice Viau: 1) que “Altamira no reparó en la metida de pata de la Presidenta” (no existe la metida de pata); 2) ni que “Altamira cayó en un exceso autorreferencial al considerarse un blanco de la observación de la Presidenta acerca de “cierta izquierda” que caracteriza al gobierno de CFK como “un bonapartismo tardío”. Unos días antes de esta referencia al “bonapartismo” y a “cierta izquierda”, la Presidenta había atacado a los trabajadores del subte nucleados en el Frente de Izquierda (la comisión directiva del sindicato es kirchnerista, en la variante Yasky). Altamira, como se ve, se puso en el lugar correcto.
El bonapartismo en Argentina no nace con el primer gobierno de Perón: una caracterización semejante vale para Juan Manuel de Rosas, quien puso fin a las interminables crisis políticas que desató la Revolución de Mayo y también, hasta un cierto punto, para Hipólito Irigoyen. No es Milcíades Peña, en sus opúsculos sobre historia argentina, el primero en caracterizar a Perón como bonapartismo -según cree la periodista- sino Silvio Frondizi, en su libro (anterior) La Realidad Argentina - aunque es verdad que Frondizi alude “a un colaborador” de ese libro, que con certeza fue Peña. La caracterización que hace Peña del rol político de Evita, “bonapartismo con faldas”, es una ¿elegante? salida literaria, nada más; las fuerzas armadas vetaron su postulación a vicepresidenta en 1951. Milcíades Peña perteneció a una corriente que sostenía que la clase obrera, bajo Perón, estaba representada por los partidos comunista y socialista, y que el 17 de octubre había sido protagonizado por el “lumpen proletariado y la policía”.
El fenómeno del bonapartismo en América Latina fue uno de los aportes teóricos fenomenales de León Trotsky, quien lo desarrolló a la luz de la experiencia del mexicano Lázaro Cárdenas (1936-40). Trotsky añadió que el bonapartismo en América Latina tenía la peculiaridad de representar, a su modo, a las tendencias nacionales que entraban en choque con el imperialismo. Este aspecto es negado o subestimado por Peña en relación con el gobierno de 1945-55.
Después del primer gobierno de Perón, el peronismo no volvió a poner ningún gobierno bonapartista. No lo fue, por supuesto, el de Cámpora-Lastiri, en tanto que el intento de Perón al reemplazarlo no prosperó -como bien se ve en su último discurso, el 12 de junio de 1974, en Plaza de Mayo. El de su sucesora fue un gobierno directamente fascistizante de la mano de la triple A. Tampoco lo fue el de Menem, pues no debe confundirse el gobierno personal que emana del presidencialismo argentino con el bonapartismo, que representa una forma especial que no se reduce al presidencialismo. Néstor Kirchner, por su lado, intentó varias formas de método de gobierno, desde un bipartidismo centroizquierda-centroderecha (que minimizaba al PJ, poblado de ‘centroderechistas’), un intento luego de ponerlo en el centro, hasta el aislamiento final después de la 125 y la derrota electoral de 2009. Cuando le adjudicamos al gobierno actual el carácter de “bonapartismo tardío”, tomamos en cuenta la derrota reiterada que propinó al intento de la oposición de gobernar por medio del Congreso, a la cual le impuso, en distintos episodios de crisis, la estatización de las AFJP, el pago de la deuda con reservas del Banco Central y el manejo del Presupuesto por decreto. El 50% de votos que obtuvo la Presidenta en las primarias es la manifestación electoral de esta reversión política.
Este bonapartismo es “tardío” porque nace al final del ciclo del kirchnerismo y del ciclo económico internacional que llevó el precio de la soja y los beneficios sojeros por las nubes. Los K perdieron en 2009 en el momento más fuerte del impacto de la crisis mundial en Argentina. Es también “tardío” porque la capacidad de arbitraje político en las condiciones de la bancarrota capitalista mundial es muy estrecha. Como todo bonapartismo, el episodio que vivimos ahora es una expresión de la completa crisis del régimen político y de los partidos tradicionales. La expresión risueña de la inviabilidad del experimento oficial es la pretensión de la Presidenta de reemplazar al justicialismo por La Cámpora o el cristinismo. El crecimiento del Frente de Izquierda es la contrapartida de la derrota de la derecha y de su improvisado intento parlamentarista, y del canto del cisne del intento bonapartista del gobierno actual.