LA LORA DE MARX
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/10271-
Cristina Kirchner estuvo muy oportuna cuando citó a “un señor” que había dicho, 160 años antes, que la historia, cuando se repite, produce una versión deslucida del original. La Presidenta, así lo supuso bastante gente, pretendía, al compararlo con el golpe de 1955, ridiculizar el intento golpista que el oficialismo le atribuye al campo. A la señora ni se le ocurrió que, de este modo, ella misma estaba poniendo en ridículo la acusación del kirchnerismo contra la patronal sojera y la oposición parlamentaria. Cristina Kirchner resultó víctima, así, del propio dicho que estaba citando, convirtiéndolo en una copia farsesca de la observación original del “señor”, o sea Carlos Marx. Marx, por el contrario, sí tuvo ese cuidado, como se ve en que le dio un toque genial a un concepto elaborado mucho antes por el filósofo alemán Hegel. Hegel no había advertido, señaló Marx, que lo que se repite se descalifica.
De todos modos, la Presidenta estaba cometiendo una segunda torpeza. Porque varias semanas antes, el presidente de CRA, Mario Llambías, le había observado al gobierno que “el campo no es la Unión Democrática y el matrimonio Kirchner no es Perón y Evita”. El sayo le cae al gobierno y a su jefa, que están protagonizando una indudable farsa. A la Unión Democrática del “campo”, le falta en la actualidad la presencia de la Unión Industrial, la Asociación de Bancos y la Cámara de Comercio y del Partido Comunista, que apoyan al gobierno, y al matrimonio que votó la privatización de YPF y que confiesa gastar 12.000 millones de dólares para sostener la devaluación del peso y subsidiar a los monopolios exportadores, le falta además el apoyo activo y hasta el interés político de los trabajadores. En la Unión Democrática del “campo” está, ahora, el PCR. El acto oficialista del miércoles 18 en Plaza de Mayo es bastante más que una farsa cuando se lo coteja con la movilización espontánea de los trabajadores que fueron a ese mismo lugar cincuenta y pico de años antes para enfrentar el bombardeo de la Marina gorila.
Marx, sin embargo, no era de aquellos que creen que cuando abren la boca están emitiendo una ley histórica. Era, además, metódico, o sea dialéctico. Sabía que una afirmación se puede convertir en su contrario. Marx ridiculizaba, mediante una analogía histórica las pretensiones de Luis Bonaparte, que se había convertido en emperador de Francia cincuenta años después que lo hubiera hecho su tío, Napoleón. Pero con mayor seriedad comparaba a las masas que se insurgían de nuevo en Francia, luego de medio siglo de retrocesos, en 1848, con las insurrecciones que jalonaron la revolución francesa a partir de 1789, para señalar que la repetición del ‘modelo’ original solamente podía conducir a nuevas derrotas. Que no se trataba de volver a la ilusión de darle un contenido social a la República burguesa o de aceptar la dirección de la pequeña burguesía, sino de tomar la dirección de la revolución para destruir la máquina del Estado capitalista. Hizo una de las observaciones más críticas de toda su vida, a señalar que “el pasado oprime como un peso muerto el cerebro de los vivos”.
Tres cuartos de siglo más tarde la historia volvía a repetirse, pero esta vez no como la farsa que había detectado Marx sino como una tragedia sin parangón en la historia. Porque Hitler no es otra cosa que los napoleones y bonapartes de la época de la decadencia del capitalismo, de la completa pudrición de este régimen de explotación y opresión sin parangón. Le tocó a Trotsky destacar este fenómeno, incluso anticiparlo; es decir, superar la expresión reiteradamente citada de Marx. En una analogía incomparable compara a la pequeña burguesía conservadora y timorata que en 1848 pedía la represión de las barricadas obreras (los piqueteros de entonces), como describe marx en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte, porque obstaculizaban el tránsito peatonal de su clientela, con la pequeña burguesía arruinada y desesperada de los años ‘30 que reclamaba mucho más que el despeje de la calle. La señora que le tocó a la Argentina como Presidenta se olvidó que entre el ‘55 y el golpismo que ahora le adjudica a sus socios del “campo” medió, en 1976, un golpe que no tuvo nada de farsa. El problema histórico de la humanidad no es ya que la historia se repita como farsa sino que no se convierta en barbarie capitalista. Estos son los términos de la cuestión.