LA CUESTIÓN DEL PODER, LOS LUCHADORES Y LA IZQUIERDA

LA CUESTIÓN DEL PODER, LOS LUCHADORES Y LA IZQUIERDA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/61464-

Es incuestionable que con las cri­sis financieras, las bancarrotas económicas, las intervenciones militares y las guerras, la cuestión del poder ha dejado de ser, en la mayor parte de los países, un episodio de características excepcionales para conver­tirse en una realidad sistemática. Esto no significa de ningún modo que esta misma realidad no se encuentre dominada por luchas y reivindicaciones parciales, o sea que no tienen por objeto una lucha por el poder; luchas que la propia crisis aviva to­dos los días. Se podría decir, incluso, que hay un boom internacional de luchas par­ciales y que en ellas aparecen envueltas en forma creciente clases sociales distin­tas de la clase obrera. Lo demuestran las luchas contra la guerra o por los derechos de la mujer; las luchas para efectivizar la independencia nacional; las luchas contra la represión y el gatillo fácil; las luchas contra los abusos ambientales de los mo­nopolios; las luchas contra el hambre y las catástrofes humanitarias; las luchas con­tra las depravaciones sexuales de los curas y hasta por el ordenamiento reli­gioso de las miserea y la abolición del celi­bato. Los planteamientos de orden par­cial, sin embargo, no han detenido o re­vertido la tendencia irrefrenable del capi­talismo imperialista a la catástrofe histórica y social.

Esto es lo que explica la multiplicación de levantamientos populares, de un lado, y la tendencia del Estado representativo a gobernar con medidas de excepción, del otro, o sea desconociendo los derechos constitucionales. El caso que ha cobrado mayor notoriedad, con relación a esto últi­mo, es el Patriot Act que sancionó el go­bierno de Bush para suspender las garantías constitucionales para los que son sos­pechados de terrorismo; pero por casa no le vamos a la zaga con los decretos de ne­cesidad y urgencia, y con la delegación de facultades legislativas al Poder Ejecutivo, además de la impunidad que gozan los aparatos represivos para continuar con la política de desaparición de personas por medio del gatillo fácil.

La sistematización de la guerra como tentativa de superación de las crisis inter­nacionales es una expresión extrema del agotamiento del régimen social y no pue­de dejar de plantear una crisis generali­zada de poder. Aunque el imperialismo mundial no ha reunido las condiciones fascistizantes que le permitirían sostener la ‘guerra infinita’ (una caracterización del centro-izquierda europeo), la sola pre­tensión de alcanzar ese objetivo plantea una crisis de poder en el orden mundial. Por eso los gobiernos europeos se encuen­tran, sin excepción, en un precario equili­brio, mientras que a Estados Unidos sólo le falta, para ello, un par de reveses mili­tares más o el empujoncito de una crisis financiera.

La táctica obrera y socialista (su polí­tica cotidiana) está sujeta al vendaval de las luchas y reivindicaciones parciales, incluso las más elementales, pero debe par­tir de esta crisis de poder como su premi­sa estratégica. De otro modo se limitaría a hacer de segundo violín de fuerzas extra­ñas a los trabajadores.

La resaca

¿Podría ser que la resaca del Argentinazo contenga mayores potencialidades revolucionarias que el propio Argentinazo?

El Argentinazo represento una extra­ordinaria crisis de poder, la primera des­pués de los ‘60-‘70. Sin embargo, las ma­sas participaron del Argentinazo sin una preparación política adecuada para en­frentar una crisis de poder. En la medida que la bancarrota del sistema quedó con­finada, por un tiempo, a las fronteras na­cionales, a la burguesía mundial no le fal­taron los recursos para superarla, aunque sea parcialmente. Pero el Argentinazo si­gue presente en la situación política den­tro de la memoria o conciencia populares y por eso se manifiesta cotidianamente. Duhalde, primero, y Kirchner, ahora, no han sido más que los síndicos del concur­so de la quiebra de la Argentina; para na­da han introducido una transformación social. Bajo la verborragia nacionalista se esconde la restauración del orden que lle­vó al pueblo a la sublevación; por eso es apoyado por el gran capital y el tesoro norteamericano.

El kirchnerismo representa la ilusión de una salida nacionalista a la crisis eco­nómica y la ilusión de una salida ‘renova­dora’ en el plano político. Los fracasos en un plano y el otro son ya manifiestos. Po­nen en evidencia los límites insalvables de la clase social que pilotea este proceso, la ‘burguesía nacional’ de los Techint y también de los Cargill. Los que plantean que Kirchner es una simple continuación del neo-liberalismo pretenden salvar el planteo nacionalista de la gestión de Kirchner. Pero la política intervencionista de Lavagna se ganó el apoyo de los princi­pales sectores del imperialismo porque se demostró superior a la neoliberal para hacer frente a la bancarrota capitalista. No es la primera vez que la burguesía nacional cambia de frente político como con­secuencia de una crisis excepcional. Una cosa diferente es sostener que este “éxito” nacionalista podría ofrecer una nueva oportunidad, más adelante, al neoliberalismo.

La etapa actual ofrece la oportunidad (que se cerró muy rápido luego del Argentinazo) de desarrollar una experiencia po­pular más amplia en el tiempo (y en el es­pacio social) y, como consecuencia de esto, la posibilidad de desarrollar una mayor preparación política. En este sentido, la resaca ofrece mejores perspectivas que la embriaguez.

La cuestión del poder se manifiesta en la actualidad, precisamente, en la lucha de las distintas tendencias por llenar el vacío político que dejó la crisis del 2001. No se trata solamente de una lucha de ideas sino de una lucha de clases; no sola­mente de consignas y programas sino de movilizaciones callejeras o de la ocupación del espacio público y los de trabajo. La de­recha política es perfectamente conciente de esto, como lo demuestra la campaña mediática y de las ONG contra los cortes de ruta, y contra los piquetes y su intento de desplazar la movilización popular ha­cia el tema de la inseguridad. Pero por ahora la derecha es un espantajo, porque los intereses de clase fundamentales del capital los defiende el gobierno de Kirchner-Lavagna-Duhalde. No hay expresión más clara de la vigencia de una crisis de poder (aunque su resolución esté relativa­mente distante) que la lucha por la calle y el espacio público. En última instancia, las alternativas de la crisis de poder en la Argentina se encuentran condicionadas a los vaivenes de la crisis económica y polí­tica internacional.

Fragmentación

A pesar de los enormes logros de las Asambleas piqueteras, el panorama po­lítico de los luchadores está marcado por la fragmentación. Esta fragmentación no obedece a la falta de actualidad de la lucha de los desocupados o la inadecua­ción de sus métodos. Es, por un lado, un reflejo del reflujo de la crisis desde fines del 2002 y de los éxitos parciales que han obtenido (gracias a ese reflujo) los síndicos (Kirchner, Lavagna) designados para el concurso de quiebra de la bur­guesía argentina. La polémica sobre los ‘perjuicios’ que causan las luchas pique­teras es una expresión distorsionada (ideológica) de las distintas etapas por las que atraviesan las masas. No es ca­sual que el piqueterismo haya recobrado autoridad cuando se dio la ola de luchas estatales, hace dos meses, o en la recien­te experiencia tucumana, que produjo el frente piquetero-sindical. Pero ninguna campaña antipiquetera ha logrado hasta ahora sacar de las calles a los más di­versos sectores sociales que son afecta­dos por los atropellos incesantes de las patronales y las autoridades.

Por otro lado, la fragmentación políti­ca de los luchadores es el resultado de la acción en su seno de tendencias políticas que representan los intereses de clase aje­nos a los trabajadores. No es una novedad la acción política de los seguidores de la burguesía nacional y la de los que impul­san un frente de centroizquierda con un programa nacionalista. Estos planteos son incompatibles con la unidad de los lu­chadores en tanto que tales, porque signi­fica subordinarlos a intereses de clase di­ferentes.

No es sorprendente que, en este cua­dro, haya reaparecido la burocracia sindi­cal. Desahuciada y sin confianza en sí misma, la burocracia fue de nuevo llama­da al servicio por la burguesía nacional No esconde que su objetivo es derrotar a los piqueteros políticamente. Para eso se ha realineado en torno a los ‘combativos’. El gobierno (y las patronales) la ha devuelto al escenario con la convocatoria del Consejo del Salario Mínimo. Pero no es cierto que el temor principal de la buro­cracia sean los desocupados; su mayor preocupación es la penetración piquetera en los sindicatos. No existe virtualmente ninguna corriente de activismo sindical que no sea representativa de las tenden­cias que han organizado al movimiento pi­quetero

Alternativa obrera y socialista

La incapacidad del nacionalismo bur­gués para superar cabalmente la banca­rrota nacional (no ya la de ofrecer una nueva perspectiva histórica), plantea la vigencia de la salida histórica propia de la clase obrera. No tiene sentido protestar por la tendencia del gobierno de Kirchner a entregarse al imperialismo, porque ella es inherente a todo nacionalismo burgués.

La autonomía de los trabajadores con re­lación a sus objetivos, métodos y organi­zación significa antes que nada la independencia del nacionalismo patronal.

La crisis de poder es la referencia que está condicionando a todas las clases socia­les. En todas ellas se discute el desenlace de la experiencia kirchnerista Desde la transversalidad a la recomposición del peronis­mo. Lo que ocurra en el peronismo condicio­na a la derecha, porque una parte de ella no ha renunciado a capturar a una parte del duhaldismo. También una parte del centroizquierdismo está a la expectativa de que el kirchnerismo se segregue del peronismo.

Las elecciones del año que viene están operando como un acelerador de definiciones.

Los luchadores están obligados a de­cirle a todas las clases sociales, desde su posición propia, qué alternativa plantean a la crisis de poder. A partir de esta defi­nición se plantea un trabajo de construc­ción. Esta definición por una alternativa obrera y socialista se plantea para el con­junto de la izquierda, que de lo contrario continuará siendo el vehículo de las pre­siones hostiles a la clase obrera y a su in­dependencia. Una alternativa obrera y so­cialista significa que el poder político y los resortes fundamentales de la economía pasen al control y la gestión de los traba­jadores organizados.

Una alternativa obrera de poder signi­fica una lucha por envolver en la acción a sectores cada vez más amplios de las ma­sas y a desarrollar todas las formas de or­ganización que mejor se adapten a su in­tervención. El movimiento piquetero es el que ha ido más lejos, hasta ahora, en esta tentativa de reorganización popular, aun­que no es el único. Pero hay que dejar cons­tancia que, de todas las clases sociales del país, la clase obrera es la que se encuentra más alejada de una definición política pro­pia. La tarea de la hora es producir esta de­finición y construir una alternativa organi­zada y multitudinaria sobre esta base. Todo indica que las elecciones del 2005 van a ser un terreno excepcional de manifestación de la crisis política. Los luchadodores y la izquierda no pueden estar ausen­tes de esta lucha. Debe servir para sepa­rar a los obreros de la burguesía nacional, para hacer mayor la base de masas de una alternativa obrera y socialista Es posible, desde ya, hacer reuniones, iniciar deba­tes, formar círculos -todo ello para darle forma concreta a esta gran delimitación de fuerzas. Sobre la base de las conclusio­nes que de allí emerjan podrá iniciarse una campaña sobre los poderes políticos municipales y provinciales que instalen la alternativa obrera y socialista en todas las localidades.

Nuestro partido sale en campaña por este objetivo.