AHORA ES CUANDO

AHORA ES CUANDO

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/59479-

La insurrección en Bolivia es un llamado al orden a quienes se han atrevido a sepultar en el pasado el “Argentinazo”. Es cierto que la explosión popular fue provocada por la política de un gobierno “menemista” y que eso mismo nos hubiera deparado una victoria de Menem en las pasadas elecciones. La patronal argentina ha logrado “zafar” con los Duhalde y con los Kirchner. ¿Pero por cuánto tiempo? La firma del acuerdo con el FMI, el pago de una deuda externa de magnitud fabulosa, el congelamiento de los salarios, la reprivatización de los privatizadores y nuevos subsidios, el “canje” de deuda externa por educación y por vivienda, la presión de los acreedores internacionales, el “código penal” para enfrentar a los piqueteros; ¿adónde nos lleva esto sino a Bolivia, o sea a la segunda edición de nuestros 19 y 20 de diciembre?

Muy bien adjudicó Ambito Financiero (14/10) el levantamiento boliviano a los piqueteros. En efecto, los campesinos de la altiplanicie (con sus cortes de rutas y caminos) y los desocupados de El Alto no son más que una réplica piquetera. Que se encuentren a la vanguardia de una gigantesca revolución demuestra que concentran la experiencia histórica de lo que fue, desde los años ‘40, el proletariado más avanzado de América Latina. Los piqueteros de Bolivia marchan ahora con los fabriles, los mineros, los maestros, los estudiantes y el conjunto de las masas, a derrocar el poder de la burguesía.

Se equivocan, entonces, y fiero, los que insisten, en Argentina, en negar potencial revolucionario a las masas que se organizan en Berazategui o en Ledesma (Jujuy), en Ensenada o en Tartagal (Salta), en Moreno y La Matanza o en Caleta Olivia y el Turbio, en Resistencia y Barranqueras o en San Juan capital.

Hay un hilo conductor en la revolución boliviana. Las mitas (explotación minera) coloniales llevaron a las insurrecciones indígenas del siglo XVIII; también el saqueo social impulsó las guerrillas del Alto Perú; el estaño llevó a la revolución del 52 y el petróleo a la de 1971 (Asamblea Popular); el gas ahora (y la papa transgénica) a la revolución en marcha en la actualidad. Es decir la explotación en beneficiado privado y para el mercado mundial.

Pero la revolución boliviana no responde solamente a esto. Por decisiva que sea la dominación del monopolio internacional, Bolivia ha construido bajo su sombra alguna suerte de desarrollo capitalista. Pues precisamente estos capitalistas se encuentran en completa bancarrota: ocho de cada diez empresas no pueden hacer frente a sus deudas. Tampoco las pueden rescatar el Estado o los bancos. La deuda externa, varias veces “perdonada”, no supera el 20% del producto bruto boliviano, pero es suficiente como para destruir las finanzas públicas. Hay un real proceso de disolución del capitalismo, lo cual explica perfectamente por qué incluso las clases sociales que votaron por Sanchez de Lozada participan en la insurrección o se mantienen neutrales. Pero la quiebra financiera y la bancarrota económica no son monopolio de Bolivia, como bien lo sabemos nosotros, los brasileños, los rusos y los asiáticos (y ahora los californianos).

Por su amplitud social la insurrección boliviana recuerda a la de Nicaragua de 1979; sólo entre agosto y octubre del año precedente Somoza había masacrado a 50.000 insurgentes en el afán de aplastar militarmente el levantamiento popular. En Bolivia se trata también, ni más ni menos, que de la intervención del campesinado, que muchísimas veces en el pasado fue la retaguardia de los gobiernos.

La insurrección boliviana tiene una enorme densidad histórica, porque los bolivianos saben que el saqueo del gas significa una nueva lápida a su posibilidad de existencia nacional. No es el gas, entonces, lo que está en juego sino la reestructuración de la historia boliviana sobre nuevas bases sociales.

Como lo había intuido, pensado o previsto el Che, Bolivia es un epicentro de la revolución en América del Sur. Para regímenes capitalistas completamente quebrados, como son los de los países que la rodean (incluido, especialmente, Brasil), la victoria de la revolución boliviana es un peligro mortal. Saltando las leyes de la historia, la Bolivia pobre se puede convertir, de repente, por la acción de sus explotados, en el modelo de desenvolvimiento para otros Estados más desarrollados.

Esto explica que el imperialismo yanqui haya salido con los botines de punta, no solamente por el negocio del gas, el cual ni siquiera está en manos de los principales monopolios internacionales. La orden fue, como cuando los iraníes se levantaron contra el Sha, en 1979, bala y más bala; ningún partido intermedio goza de la confianza de Bush como factor capaz de controlar o mediatizar la insurrección de las masas. La OEA, con Kirchner, Lula y el Frente Amplio de Uruguay, entre otros, se han cobijado en el imperialismo norteamericano. Es que pueden discutirle a Bush los aranceles del Alca o la diplomacia con Cuba, pero no tienen una posición independiente del amo frente a una revolución obrera y campesina. En el momento decisivo no han tenido una mísera palabra para los derechos humanos de los masacrados oprimidos de Bolivia. Que esos oprimidos se hayan transformado en revolucionarios los ha eliminado de la sensibilidad democrática.

Bolivia ha puesto al desnudo el carácter contrarrevolucionario de la democracia y de los democratizantes, especialmente los de izquierda. Lula llegó al gobierno empeñado en impedir una quiebra bancaria y, su correlato, el Argentinazo. Frente a Bolivia ha demostrado que ese empeño es decididamente estratégico. En 1995 el Partido Obrero rompió una Conferencia Internacional del Foro de San Pablo, en Montevideo, por la negativa de los partidos presentes a expulsar de su seno a un partido nacionalista boliviano que había respaldado, como miembro del gobierno, el estado de sitio y la represión de una huelga general en Bolivia. En el gobierno o todavía en la oposición esos partidos apoyan hoy a la OEA.

En Bolivia el democratismo izquierdista se ha puesto al desnudo con el esfuerzo de Evo Morales para boicotear la insurrección en función de asegurar las elecciones municipales del 2004. La revolución le sirve a la derecha, ha dicho, en algo que parece haberse convertido en el taparrabos de los Lula, Ibarra, etc., para justificar su trabajo sucio. Frei Betto acaba de decir lo mismo para justificar la alianza del PT con los latifundistas y banqueros brasileños y con el imperialismo. El trotskismo, como ocurre en Brasil, debe decidirse a gestionar, acaba de decir un pigmeo de la intelectualidad porteña. Despues de haberla proclamado “utopía”, los democratizantes ahora la han convertido en “provocación” que serviría al propio imperialismo con el cual ellos se han unido para ahogar a la revolución boliviana.

Luego de haber pretendido negociar los decretos del gas con Sánchez de Lozada, ahora Evo pretende limitar la superación de la crisis a la salida del mandatario. Pero incluso una asamblea constituyente convocada a partir del viejo régimen sería una derrota de la revolución. Para que haya una constituyente soberana es necesario que las masas derroquen al gobierno y que sus organizaciones tomen el poder.

Lo que por sobre todas las cosas distingue a la insurrección boliviana del “Argentinazo” es la concentración excepcional de energías, histórica, absolutamente inmensa de los piqueteros obreros y campesinos bolivianos. Es lo que resume la consigna de los vecinos de La Portada, un barrio que domina desde sus alturas la autopista que va de El Alto a La Paz: “Ahora es cuando”.

Una respuesta al dilema que, desde la Biblia, persigue a la humanidad: Si no es ahora, ¿cuándo?