COLAPSÓ EL GOLPE GORILA EN VENEZUELA
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/57977-
Después de 62 días de lock out patronal y de sabotaje sistemático a la producción petrolera, los golpistas venezolanos decidieron seguir una vieja recomendación norteamericana para los casos definitivamente perdidos: declarar victoria y abandonar la escena. En efecto, luego de enumerar los “logros” del lock out, las grandes patronales de Venezuela se batieron en retirada en medio del descrédito, el fracaso e incluso el derrotismo. Una publicación de circulación restringida, que refleja las opiniones de los grandes grupos monopólicos, resumió el desastre de este modo: “En pocas palabras, el paro ha quedado muy lejos de las expectativas, y parece haber debilitado, más que fortalecido, la capacidad de la sociedad para defender la democracia (sic). Hugo Chávez probablemente no puede creer la suerte que ha tenido: sus oponentes no terminan de deslastrarse de una estrategia que cada vez los debilita más” (VenEconomía semanal, 29/1). En los días previos al levantamiento del lock out patronal, los columnistas de los diarios (todos opositores al gobierno) rivalizaban en imputar el fracaso del sabotaje a los dirigentes oficiales de la Coordinadora Democrática o a algunas de sus fracciones. El campo gorila es, por el momento, pura confusión y dispersión.
El papel de la clase obrera
El fracaso del paro ha profundizado la situación revolucionaria que existe en Venezuela, esto debido a que ha agravado a extremos la bancarrota económica que ya se venía insinuando con anterioridad y a que ha acentuado la movilización popular en calidad y cantidad. A pesar de la tolerancia del gobierno con las manifestaciones opositoras, al punto de que no convocó a ninguna movilización popular en más de dos meses, la concentración chavista del 23 de enero fue multitudinaria, pero por sobre todo reflejó la disposición de lucha de los sectores más pobres y oprimidos, en especial de Caracas. Lo más importante, sin embargo, es el papel que jugaron importantes sectores de la clase obrera en la tarea de desbaratar el lock out patronal. El proletariado forzó el funcionamiento de la gran industria pesada en el sur del país; en la ciudad industrial de Valencia, los sindicatos clasistas mantuvieron una movilización constante contra los cierres; en la refinería y en la petroquímica de Puerto La Cruz el 95% de los trabajadores concurrió a trabajar y mantuvo la producción en el 65-70% de sus niveles corrientes (o sea, en 700.000 barriles diarios), a pesar de que el personal superior adhirió al lock out en un 70%. Los trabajadores sacaron naturalmente la conclusión, aquí, de que “se rompió el mito de que solamente una elite bien preparada es la que puede conducir la empresa” (mensuario Punto de Vista, enero 2003, Anzoategui). Los dirigentes de la organización clasista La Jornada le dijeron al mismo periódico que “al impedir la paralización de la refinería logramos salvar el gobierno de Chávez de una segura caída”. Los obreros de Puerto La Cruz habían sufrido en el pasado la represión del gobierno de Chávez cuando se opusieron a la privatización parcial de la empresa de fertilizantes Fenitro. Es decir que estamos ante un sector obrero con una elevada independencia política del Estado capitalista.
El ejército y la crisis por arriba
En segundo orden con relación al movimiento de obreros y pueblo, el fracaso del paro obedeció a otros dos factores importantes. El primero es el rol del ejército, el cual intervino para enfrentar el sabotaje en la industria y en el petróleo e incluso allanó a dos grandes pulpos que acaparaban alimentos y bebidas. En muchos cuarteles tienen lugar reuniones y asambleas donde se discute la situación política sin restricciones. Luego de la derrota del golpe del 11-14 de abril pasado, las fuerzas armadas fueron depuradas de los elementos gorilas. De cualquier modo, la posición de los uniformados refleja un fenómeno más profundo, a saber, que no podrían ejercer una función de arbitraje entre el imperialismo y las masas e impedir de este modo una guerra civil, si no es apoyándose en el pueblo para contener los extremos fascistas de la oposición patronal. Esto se refleja en los choques que se ve obligado a enfrentar el ejército con la guardia metropolitana de Caracas, que está al mando de un intendente gorila, Peña. Este cada vez más problemático arbitraje militar motivó que el alto mando militar le reclamara a Chavez una posición contenida en cuanto a llamar a los explotados a ganar la calle y a enfrentar la conspiración anti-nacional de la oposición. Chávez alega la necesidad de mantener el apoyo militar a la hora de justificar las razones para no movilizar al pueblo y para sustituir esta movilización por discursos emotivos e incendiarios. Pero en el campo contrario hay una agitación permanente a favor del armamento del gorilismo y en buena parte de los barrios golpistas existen guardias y servicios armados, sistemas de comunicaciones y la organización de servicios de emergencia. Al margen del gobierno, los barrios populares han comenzado a hacer lo mismo.
El otro factor que contribuyó el fracaso del lock out ha sido la división de los golpistas, ya que detrás de una inestable mayoría que pretende la remoción constitucional de Chávez se mueve un sector pinochetista que sostiene que los antagonismos de clase han llegado muy lejos como para que resulten viables las soluciones electorales. Es así que una gran parte de la industria, del comercio y de los servicios no fue afectada; no faltó alimentos, ni transportes, ni electricidad. La prolongación no prevista del lock out acabó golpeando mortalmente a parte de la burguesía golpista, al punto que se estima que ha provocado la quiebra del 30% de las empresas. Un verdadero tiro en contra. Para colmo de males, el gobierno de Bush podía apoyar un lock out breve y de efectos ciertos, pero de ningún modo la enorme prolongación que tuvo, porque esto afecta el abastecimiento de combustible para Norteamérica, en vísperas de la guerra contra Irak. Se dio así la paradoja de que mientras el “castro-comunista” Chávez había firmado un convenio que garantiza el abastecimiento de petróleo por 20 años, los “libreempresistas” de la oposición desarrollaban un lock out que podía terminar en una gran escasez de combustible en condiciones de guerra. (Según The Washington Post, “los intereses petroleros ha(n) llevado a la Casa Blanca a abrazar la creación del grupo de países amigos de Venezuela, originalmente criticada por Bush”, dice El Nacional, de Caracas (26/1). “Por su parte, informa el mismo diario, el rotativo The New York Times aseveró que la crisis en Venezuela crea nuevas complicaciones para la campaña del gobierno de Bush para sacar del poder al presidente iraquí Saddam Hussein…”).
En definitiva, los empresarios sostuvieron el lock out adelantando los sueldos en concepto de vacaciones y aguinaldos, pero de aquí en más la situación se tornó insostenible. Los despidos injustificados en enero (prohibidos por la legislación chavista) han superado a los registrados en todo el 2002. Es decir que el fracaso del lock out ha creado un colapso social que deberán pagar los patrones o las masas, no hay términos medios.
Situación revolucionaria
El derrumbe del lock out ha dejado al desnudo una situación extraordinariamente revolucionaria. De un lado, la clase dominante sabotea activamente a su propio Estado, lo que ha dejado a la fuerza armada, y más allá de ella al propio Chávez, como único y último factor de arbitraje, pero en las condiciones precarias de carecer de base en la clase que monopoliza los recursos materiales del país. Del otro lado, las masas han salido a defender un Estado que no es el suyo, con el resultado de que esta defensa no le reporta ningún beneficio importante ni tampoco alguna mejora sustancial en su nivel de vida, pero además lo hacen con sus propios métodos, lo cual socava la estabilidad y perspectivas de ese Estado. Así lo demuestra el siguiente hecho extraordinario: no sólo entre los obreros y los sindicatos clasistas sino incluso en buena parte de los ministerios el tema del día es el control obrero, por la perspectiva de que en los próximas días comiencen a quebrar empresas masivamente y por la razón aún más importante de que sin un control obrero no sería posible normalizar la actividad de PDVSA, la empresa estatal de petróleo y cuarta productora mundial, ante la deserción masiva del personal superior vinculado a los monopolios internacionales. En Venezuela tiene lugar una ofensiva encarnizada de parte del imperialismo, de alcance internacional, que pretende liquidar los últimos vestigios de producción estatal de petróleo en nombre de la “internacionalización”. El gobierno de Chávez hizo fuertes concesiones a esta ofensiva con su “apertura petrolera”, pero entró en choque con ella cuando reclamó que se incrementaran los ingresos fiscales mediante mayores regalías y un control de los llamados “precios de transferencia” de las exportaciones (que los jerarcas de PDVSA subfacturaban para trasladar los beneficios al exterior).
El colapso económico ha llevado al gobierno a establecer el control de cambios. Lo ha justificado en la necesidad de preservar las reservas y para no aumentar los salarios como consecuencia de una devaluación. Esto último demuestra el carácter conservador del chavismo frente a la crisis, porque en Venezuela una gran parte del pueblo no llega a reunir un dólar por día y porque un aumento de salarios sería un poderoso factor de movilización. El control de cambios ha desnudado una crisis en el oficialismo ya que el Banco Central se ha negado a asumir la responsabilidad de su manejo. De todos modos, este control no resuelve nada toda vez que el gobierno se encuentra en virtual cesación de pagos con la deuda pública y en el campo privado la deuda incobrable habría pasado del 7 al 20% de la cartera bancaria (El Nacional, 29 y 31/1). El gobierno pretende pagar los títulos que vencen con la emisión de otros nuevos, por dos mil millones de dólares, por los cuales se le pide tasas de interés de alrededor del 20%, lo que significa una tasa de riesgo-país de 1.600 puntos. Una cesación de pagos provocaría el derrumbe bancario y la inevitabilidad del “corralito”. Es decir que Venezuela tiene planteada la nacionalización sin indemnización de la banca y la centralización de los recursos financieros. La medida es sencillamente elemental en un país donde la banca es una suerte de caja general de los movimientos financieros de la empresa estatal de petróleo.
Control obrero
El control obrero se discute en el oficialismo en términos de “autogestión”, por la cual los obreros adquirirían las empresas que quiebran con el monto de los salarios impagos y las pondrían a funcionar como emprendimientos privados. Sería una forma de rescate parcial o total del capital privado, aunque incluso en esta forma la “autogestión” requeriría una nacionalización de los bancos para hacerla viable, con lo cual las empresas pasarían a girar en torno a un plan financiero único. El control obrero de las empresas en quiebra deja de lado, sin embargo, el problema de fondo, que es el control obrero de PDVSA. El sabotaje del 90% de la nómina superior no deja otra alternativa que el control obrero o la reincorporación de gran parte de los saboteadores. En torno al control obrero gira el destino de la cuestión petrolera. Pero la internacionalización de PDVSA transformaría al control obrero en una crisis internacional con el capital.
El control obrero de la industria y de PDVSA, o sea la elección de comités de control por parte de las asambleas obreras y la formación de un comité nacional de control y gestión obreras, es incompatible con el actual régimen político. El chavismo es un nacionalismo petrolero limitado, que procura apropiarse de la renta diferencial que deja la producción de petróleo, con objetivos ambiguos de industrialización y redistribución de ingresos. Paradojalmente, la nacionalización petrolera de 1976 y la incorporación de Venezuela a la OPEP produjo el efecto contrario, la salida de la renta petrolera al exterior, a partir de la autonomía política que adquirió PDVSA, y en lugar de la industrialización un enorme despilfarro y corruptela. En cierto modo el chavismo quiere volver a la situación pre-nacionalización, por eso lanzó la “apertura petrolera y del gas”, pero transfiriendo el control de PDVSA al ministerio de Hidrocarburos. Es un planteo menos radical que el del 76. Incluso entre sectores chavistas se sospecha que la división de PDVSA en una rama occidental y otra oriental sería una maniobra para burlar la disposición constitucional que prohíbe la privatización del organismo central pero no de sus filiales. El problema del limitado nacionalismo chavista es que aún así choca con la ofensiva capitalista internacional de arrebatar el control del petróleo a todos los estados nacionales. Hay una fuerte crisis en este punto en México y Arabia Saudita y es la causa última de la guerra contra Irak.
El nacionalismo latinoamericano
El movimiento popular es masivamente chavista e incluso entre los sectores revolucionarios predomina la tendencia de “presionar a Chávez”. Es decir que no existe una delimitación política del nacionalismo de contenido burgués, pequeño burgués o militar ni el señalamiento de sus límites insalvables, esto a pesar de la larga historia de los fracasos y de las capitulaciones del nacionalismo latinoamericano. Las demandas y reivindicaciones relacionadas con la situación actual no deben tener por mira la presión sobre el chavismo como objetivo estratégico sino la formación de una vanguardia obrera y de un partido obrero revolucionario. Cualquier programa de reivindicaciones transitorias que no apunte a este objetivo estratégico viola su método esencial y se convierte en una suerte de seguidismo al nacionalismo. A partir del control obrero, y por lo tanto de la ocupación de empresas, se desarrollará un doble poder, no sólo con referencia a la burguesía conspiradora sino al propio gobierno. Lo mismo debe ocurrir con el armamento del pueblo, explicando incesantemente que las fuerzas armadas tienen limitaciones insalvables para ser garantía contra el fascismo, por la simple razón de que reflejan el medio social en que actúan, que está dominado por el monopolio capitalista, y las presiones de las diversas clases, en primer lugar de los estados imperialistas.
La revolución venezolana y sus “amigos”
El derrumbe del lock out golpista ha llevado al gorilaje a depositar toda su salida en el “grupo de amigos” que formaron Lula y Bush y en la mediación de Jimmy Carter, el cual es amigo personal del jefe máximo del gorilaje, Gustavo Cisneros, patrón de los medios de comunicación y de las principales empresas e incluso sospechado de narcotraficante. Los “amigos” se han transformado en el principal peligro de la revolución por el momento. Su exigencia fundamental es el reenganche o reposición del personal superior saboteador de PDVSA. Todo lo demás está condicionado a este punto. Naturalmente, la bancarrota económica puede paralizar al gobierno, desmoralizar a las masas y ofrecer nuevas oportunidades a la reacción. El colapso del lock out ha roto el inestable equilibrio precedente y arrastrado a la sociedad a una crisis revolucionaria.
¿Revolución en Venezuela? Efectivamente. No la inició Chávez, él es sólo una expresión y una etapa de esa revolución. En febrero de 1989, con el “sacudón” o “Caracazo” que enfrentó el ajuste brutal del entonces gobierno de Carlos Andrés Pérez; con el levantamiento popular de febrero de 1992 que encabezó Chavéz; con el golpe nacionalista derrotado de noviembre del mismo año; con la movilización revolucionaria que derrotó el golpe contra Chávez en abril de 2002; con la lucha que hizo colapsar el reciente lock out oligárquico; el pueblo y la nación venezolana han entrado en un período de convulsiones revolucionarias que ha enseñado mucho a las masas y a sus luchadores. La situación presente expresa la maduración de todo este período y, naturalmente, el extraordinario agravamiento de la situación mundial. La cuestión es siempre la misma: la delimitación socialista del nacionalismo burgués en la lucha nacional contra el imperialismo y la preparación política del proletariado para que tome el poder en sus manos.