EL GOLPE DE REUTEMANN

EL GOLPE DE REUTEMANN

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/56752-

La onda expansiva provocada por la derrota del intento del gobierno de aplastar al Bloque Piquetero, ha liquidado a su turno la tentativa del duhaldismo de perpetuarse hasta fines de mayo del 2003 mediante la maniobra de la elección anticipada para presidente. La decisión de Reutemann de no postularse para las internas del peronismo significa el fracaso del plan oficial de elecciones y la segura caída del gobierno. Este marco de dislocación política coloca en un plano secundario la desenfrenada demagogia de los Carrió, Kirchner e Ibarra, que necesitaron del fracaso de la represión contra los piqueteros para que les viniera a la mente el planteo de renovar todos los cargos electivos, claro que siempre en el marco de las instituciones políticas vigentes y nunca antes, por supuesto, de marzo-mayo del año que viene. El rechazo de Reutemann pone al desnudo el cariz que ha tomado la desintegración del peronismo, y más allá de esto la descomposición de la burguesía nacional.

Colapsa la interna peronista

El rechazo de Reutemann a una postulación presidencial no es el fin de sus ambiciones políticas, sino más bien una tentativa de encaminarlas por otras vías. El santafesino se ha visto obligado a despreciar la oferta que le hizo llegar el gobierno, porque éste pretendía condicionarle la designación del candidato a vicepresidente y también el manejo de la campaña electoral. La candidatura de Reutemann en esas condiciones representaba un intento de continuismo de la patota bonaerense. Una interna peronista manejada por la camarilla de Duhalde habría significado, además, una suerte de guerra civil dentro del peronismo (no solamente con el menemismo) y el fracaso de la maniobra de las internas abiertas como mecanismo para consagrar un candidato único del PJ. La crisis que desata el rechazo de Reutemann pone al desnudo que el derrumbe del Estado capitalista reclama a las fuerzas que defienden el orden existente una salida por encima de las facciones, o sea un régimen que tenga la fuerza para imponer su arbitraje a los distintos grupos de la clase capitalista. Precisamente lo que estas fuerzas no han podido hacer hasta ahora.

El colapso de la interna peronista es la expresión de una colosal fractura de la clase capitalista. Reutemann, por ejemplo, reclama que se imponga un bono compulsivo a los ahorristas, en la misma línea del FMI y el Tesoro norteamericano, lo que daría por tierra con la tentativa de Lavagna de que los bancos extranjeros aporten parte del capital necesario para reorganizar el sistema financiero y de que por este medio comience una reactivación del mercado interno. Un reciente artículo de la periodista Silvia Naishat, en Clarín, demuestra convincentemente que el gobernador de Santa Fe representa los intereses de la industria exportadora agropecuaria que opera en gran parte de los puertos del Paraná. Se trata de uno de los sectores más beneficiados por la devaluación, pero que por esta misma razón necesita reconstruir el crédito internacional. En una aparición en el programa “Después de Hora”, el principal asesor económico del “Lole” detalló un cuidadoso esquema de tipos de cambio diferenciales, adecuado a cada mercado de exportación, que traduce a la perfección los intereses de la industria aceitera y de todo el complejo que opera en la cuenca del departamento de San Lorenzo, en Santa Fe. Reutemann se encuentra a igual distancia de los intereses de las privatizadas, que hacen lobby con Menem, como de la fracción burguesa industrial de la UIA vinculada al mercado interno.

El capital exportador agropecuario es el eje “económico” de Reutemann para iniciar una reestructuración social. Pero, más allá de la estrechez de esta base social, su propuesta de imponer el bono compulsivo, refinanciar el pago de la deuda externa, privatizar los bancos públicos y mantener un peso devaluado, significará de entrada una acentuación de la depresión económica y de la desocupación en masa. De aquí que los que le soplan al oído le recomiendan impulsar un “gobierno fuerte”. Reutemann no solamente rechaza el condicionamiento de una interna peronista, sino que es co-autor de los 14 puntos elaborados por los gobernadores peronistas, que exigían terminar con los cortes de ruta. El esquema político “ideal” para el santafesino sería ganar una elección anticipada para presidente, forzando antes la anulación de las internas del peronismo, para convocar luego a todos los cargos electivos bajo la batuta de su Poder Ejecutivo.

Reutemann también ha convocado a elecciones generales en la provincia e incluso apoyó la propuesta de Carrió para hacer lo mismo a nivel nacional. Esto no quiere decir de ningún modo que se haya convertido en un demócrata más o menos consecuente, sino que está empeñado en serrucharle el piso a Duhalde por todos los costados. Sin interna peronista y cuestionada su mayoría en el Congreso, a Duhalde no le queda más que irse, ya que incluso ha perdido cualquier capacidad para un intento de gobernar con el estado de sitio y por decreto.

La crisis ha devorado en este punto la demagogia electoralista de Carrió, imitada luego por Kirchner e Ibarra, que exigió renovación total de cargos electivos, previa reforma de la Constitución. Duhalde no tiene ahora la capacidad para continuar con el plan original, ni tampoco la de llamar a elecciones generales en un marco de división del peronismo, de un nuevo ascenso de luchas populares y de un recrudecimiento de las presiones financieras internacionales. El comité de banqueros extranjeros encargado de manejar el programa financiero de Argentina ha entrado en operaciones, con lo cual se ha establecido formalmente un gobierno económico extraterritorial. Sin peronismo, sin gobierno propio de las finanzas y sin plan político, el gobierno de Duhalde expira. Una nueva Asamblea Legislativa que elija un nuevo presidente de transición para aplicar el plan Reutemann-Kirchner-Ibarra-Carrió, sería una nueva variante, expandida, del colapso político en proceso.

Se ha llegado a este punto de la crisis como consecuencia de la derrota política sufrida por el gobierno en el Puente Pueyrredón, más precisamente como consecuencia de la gigantesca movilización a Plaza de Mayo que convocara el Bloque Piquetero al día siguiente de la masacre policial planificada por el gobierno. Todo este entramado que culmina con la quiebra del plan continuista de Duhalde demuestra hasta qué punto el movimiento piquetero (y de las Asambleas Populares que convergen crecientemente con los piqueteros) se ha convertido en un poderoso factor político. La conciencia de esta situación debe llevar a la clase obrera a plantearse nuevos horizontes políticos.

Un festival de Constituyentes

El desarrollo de los acontecimientos ha dejado al desnudo las limitaciones de los planteos de las distintas fuerzas políticas en presencia y su rápida inviabilidad.

La derecha de los López Murphy, etc., no quiere que se modifique el mandato presidencial ni los períodos legislativos, pero plantea una reforma legal o constitucional para limitar la representación política y privatizar los procesos electorales.

En el centro ha surgido el bloque de Reutemann, Carrió, Ibarra y Kirchner, que reclama la convocatoria de Constituyentes nacional y provinciales con el único cometido de habilitar una renovación de la totalidad de los cargos electivos (y, en el caso de Ibarra y Reutemann Kirchner ya lo hizo en Santa Cruz, meter la reforma política que reclama la derecha). Detrás de su apariencia renovadora, la propuesta apuntala en realidad todo el andamiaje político-institucional tradicional del Estado e incluso no objeta la continuidad de Duhalde. No sólo esto: no cuestiona el manejo económico por el Banco Central, ni el gobierno económico del país por parte de un comité de banqueros pactado con el FMI, ni los acuerdos con el propio FMI. Aunque el planteo de los Carrió fue forzado por la presión de las masas, su inocultable objetivo es disipar esa presión, a sabiendas de que, de lograrlo, eso lleva inexorablemente a una derrota del pueblo.

El festival de propuestas para convocar a una o varias Constituyentes es tan claramente una consecuencia de la presión popular que, al mismo tiempo, representa una victoria política de los planteos del Partido Obrero, deformados naturalmente por los intereses contrarrevolucionarios de la última hornada de conversos.

La izquierda, a diferencia del centro, plantea una Constituyente “libre y soberana”, que “discuta todo”, pero rechaza un planteo de poder. Para Izquierda Unida y sus aliados, la Asamblea Constituyente debe operar al lado de los Duhalde, Ibarra o Reutemann, limitándose a encarar una reforma de la Constitución eso sí, que sea “integral”. Se supone que la efectivización de esa reforma de la Constitución quedaría a cargo de las futuras autoridades que sucedan a Duhalde. La izquierda se separa del centro en el alcance del temario de reformas que prevé para una Constituyente, pero de ningún modo se diferencian, ni el centro ni la izquierda, en la oposición a cuestionar a los gobiernos de turno. Esta posición es retórica e inmovilista, y por lo tanto disuelve la energía de la lucha del pueblo por el poder. El argumento de que un gobierno de la Constituyente, como plantea el PO, implicaría un co-gobierno de todos los partidos allí representados, de derecha a izquierda, es inconsistente, porque una mayoría revolucionaria de izquierda formaría su propio gobierno, y una izquierda en minoría funcionaría como oposición, de ningún modo estaría obligada a gobernar con los partidos patronales.

Izquierda Unida no esgrime la reivindicación de la Constituyente para luchar por “que se vayan todos”, sino, por el contrario, para poder deliberar sobre una carta constitucional mientras esos “todos” siguen gobernando efectivamente. Levanta la Constituyente en términos constitucionales y no revolucionarios, es decir, no como reivindicación para expulsar a la burguesía del poder. Afirma que es históricamente inviable que una Constituyente pueda gobernar, desconociendo que así funcionaron las Asambleas revolucionarias inglesas y francesas luego del derrocamiento de sus respectivas monarquías, y también desconoce la crítica de Carlos Marx a la Asamblea alemana de 1848 por no iniciar una lucha armada para derrocar a la monarquía y hacerse del poder. Ignora por último un ejemplo histórico contrarrevolucionario, cuando la Constituyente rusa de noviembre de 1917 pretendió suplantar del poder a los Soviets, por lo cual fue disuelta por la Guardia Roja.

Fuera del espectro derecha-izquierda de los partidos que se referencian en la “democracia”, el Partido Obrero parte de las reivindicaciones perentorias del pueblo y de la labor de desorganización económica del capital, para señalar que hay una crisis revolucionaria y una cuestión de poder planteada para el conjunto de las clases de la sociedad. La Constituyente debe ser una consigna de oposición al gobierno y al régimen político existentes. Debe plantear la expulsión de los gobiernos de turno por medio de la lucha y la transferencia del poder a una Asamblea Constituyente que acometa la satisfacción de las reivindicaciones sociales y nacionales. La hegemonía de la izquierda revolucionaria en la Constituyente y, lo que es más importante, en el proceso revolucionario de conjunto que la condiciona, no está dictada de antemano, depende de la clase social que asuma la iniciativa para imponerla y de los métodos con que sea convocada.

La caída de Duhalde

El conjunto de los sucesos de los últimos diez días plantea la posibilidad de la caída de Duhalde. Pero con esta posibilidad se caen también los planteos en danza de Carrió y compañía, porque antes habría que resolver la sucesión presidencial. Antes de viabilizar las leyes o reformas constitucionales que determinen el alcance de unas futuras elecciones, hay que determinar quién gobierna y qué política gobierna. En este marco, opinamos fuertemente que las Asambleas Populares, las Organizaciones Piqueteras, las Organizaciones sindicales combativas, las fábricas ocupadas y las numerosas organizaciones populares que están en la lucha, debemos concentrar el foco en un claro planteo de poder.

Porque completar la obra del 19 y 20 de diciembre no significa otra cosa que suplantar a este régimen político por una Asamblea Constituyente, que sería convocada por los representantes de las organizaciones en lucha.