LOS PIQUETEROS DE VENEZUELA DERROTARON AL GOLPE YANQUI
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/56287-
La crisis política que produjo el derrocamiento y más tarde la reposición de Hugo Chávez evidentemente no ha concluido. El golpe y la reacción popular en su contra, han roto el equilibrio que sustentó durante tres años al gobierno de Chávez. Las fuerzas armadas han dejado de constituir el respaldo monolítico del gobierno, lo cual se suma a la progresiva disgregación de su sustento político-parlamentario, que hoy le otorga una mayoría de apenas cinco legisladores. La conspiración del imperialismo norteamericano y de sus socios locales ha quedado al desnudo, de modo que si no logra encauzarse en un arreglo político que la satisfaga volverá a manifestarse en nuevas tentativas golpistas. Las masas han hecho la experiencia de su capacidad para derrotar un golpe que aparentemente había triunfado, lo que también se suma a la experiencia del “Caracazo”, en 1992, cuando una insurrección popular acompañó una tentativa de golpe del mismo Chávez, al precio de mil muertos y de un abismo de sangre entre los trabajadores y la clase capitalista. Por último, el liderazgo político de Chávez ha salido maltrecho de la crisis. En primer lugar, con referencia a las masas, ya que toleró durante meses la preparación del golpe, y una vez consumado ofreció su renuncia a cambio de la preservación de la Asamblea Nacional y del mantenimiento de la sucesión constitucional en el vicepresidente; luego de derrotado el golpe repuso a los dirigentes golpistas de la empresa estatal de petróleo que él mismo había cesamteado. En segundo lugar, en relación a los explotadores y al imperialismo, su continuidad está más cuestionada que antes pues observan que su figura funciona como un factor de agitación popular.
Los observadores han destacado que una de las principales causas que determinaron el fracaso del golpe fue que su efímero presidente dislocó el frente golpista al disolver las instituciones del régimen chavista y concentrar el poder en las reducidas manos de un grupo de oligarcas y derechistas. Se enajenó de este modo el apoyo de muchos renegados del chavismo, de una parte de los partidos tradicionales y de la burocracia de los sindicatos. Para quienes es un acta de fe la “unidad de los explotadores”, la experiencia venezolana es una contundente lección de que la estructura de la sociedad capitalista supone y recrea en forma constante la división de los explotadores. Lo mismo ocurrió en el proceso que llevó a la caída de De la Rúa.
Lo más importante, sin embargo, es que la política del frustrado Carmona sacó a luz la intención del imperialismo yanqui, el verdadero autor del golpe (o al menos de la fracción que responde a los intereses petroleros), de llevar a América Latina a la década de las dictaduras militares del tipo que rigieron entre los ’60 y los ’80. Emergería de este modo lo que sería una de las principales respuestas del imperialismo a lo que cada vez más se perfila como una crisis revolucionaria en varios países del continente. En este sentido, la crisis venezolana ilumina los objetivos de la política del FMI en Argentina y la campaña derechista que encabeza, entre otros, López Murphy. Además, coloca en una perspectiva más general la instalación de bases militares, en especial en Ecuador, y las operaciones militares conjuntas, como las que tuvieron lugar en el norte de Salta.
Cuando se observa el mapa de la acción del imperialismo yanqui en los últimos años, resulta claro que el control de los abastecimientos de energía ocupa un lugar decisivo. Lo prueba su intervención en Asia Central, en Medio Oriente, en el Golfo Pérsico e incluso en la propia Rusia. El gobierno de Chávez ha jugado un papel fundamental en el control de los abastecimientos por parte de la Opep, lo cual permitió llevar el precio del barril de petróleo de 10 a 25 dólares el barril desde 1999. Chávez evitó con esto un colapso presupuestario de Venezuela. Una política de estas características requirió una supervisión estatal de las inversiones privadas en las áreas de exploración y explotación (exigencia de participación mayoritaria en nuevos emprendimientos), y hace pocos meses llevó al aumento de las regalías que deben pagar las empresas privadas. Esta estatización parcial fue sin embargo acompañada con una abierta política de privatizaciones en todo lo restante, en especial las telecomunicaciones. La restricción a la oferta de petróleo, sin embargo, tiene limitaciones evidentes, porque frena la industrialización nacional de la materia prima y ha producido despidos masivos de obreros petroleros. Chávez tampoco utilizó el excedente petrolero para inversiones industriales en otros campos; cuando se enfrentó a la burocracia privatista de la empresa estatal, terminó reculando (reposición de los cesanteados luego del fracaso del golpe). De todos modos, el golpe fue impulsado, en este plano, para reorientar la política petrolera de Venezuela a favor de la política del imperialismo yanqui.
Pero, más allá de los roces por el petróleo o la violenta oposición de los latifundistas a un principio de reforma agraria y hasta la pretensión por parte de los terratenientes de apropiarse de las zonas costeras colindantes a sus propiedades, el interés fundamental del golpe ha sido acordonar a Colombia con vistas a una intensificación de la guerra contra las Farc, que tendría un impacto enorme sobre toda América Latina. En estas condiciones, la presencia de un gobierno con pretensiones nacionalistas, por tímidas que fueren, pero que rehúsa la utilización de su espacio aéreo para las operaciones del “Plan Colombia”, es incompatible con el imperialismo yanqui.
El golpe puso al desnudo que el chavismo no se diferencia en nada de todas las experiencias nacionalistas burguesas, en cuanto a su propensión de clase a capitular ante el imperialismo. Durante la jornada del golpe, no solamente los francotiradores de la derecha dispararon contra la propia multitud golpista, para gatillar con una masacre el derrocamiento de Chávez; también lo hizo con el mismo fin la Guardia Nacional chavista que se acababa de pasar a los golpistas. Los altos mandos nombrados por Chávez (su Constitución le da el monopolio de las designaciones castrenses) cambiaron de bando; sólo entre los oficiales medios se manifestó un apoyo al gobierno constitucional. Chávez fue detenido con facilidad; en cautiverio negoció la posibilidad de su renuncia. Lo devolvió al poder una multitud de decenas de miles de trabajadores de las barriadas, que habían comenzado el asalto al palacio de gobierno, en la cual todo indica, las intendencias chavistas de las barriadas habrían jugado un papel de movilización. La primera medida de Chávez luego de su liberación fue, sin embargo, reponer a la cúpula golpista de la empresa estatal de petróleo.
¿Un ’45 o un ’55? A principios de octubre de 1945, Perón, vicepresidente y ministro de Guerra, fue detenido, luego de una multitudinaria manifestación “democrática”, a mediados de septiembre. Recuperó la libertad y eventualmente el poder, el 17 de octubre. En junio de 1955, resistió a un golpe militar, pero fue derrocado tres meses más tarde, a pesar de haber ofrecido una “conciliación nacional”. Chávez ya tuvo “sus” octubres en varias oportunidades, ejerció el poder durante tres años y la estructura social del país es la misma de siempre. En este sentido, se encuentra más cerca del ’55; pero en junio del ’55 a Perón lo salvó el Ejército, no una sublevación popular. Si el imperialismo persiste en querer imponer un septiembre de 1955, puede ocurrir que le pase lo mismo que al aprendiz de hechicero. En todo caso, para que triunfe una nueva rebelión popular, las masas de Venezuela necesitarán una dirección obrera independiente del nacionalismo de contenido burgués.