UN PLAN ECONÓMICO Y POLÍTICO DE LA CLASE OBRERA

UN PLAN ECONÓMICO Y POLÍTICO DE LA CLASE OBRERA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/53975-

La tregua que ningún obrero votó y que la burocracia de los sindicatos decidió sin ninguna clase de reciprocidad por parte del gobierno, está por cumplir un mes. En el lapso transcurrido desde el gran paro general del 9 de junio, la crisis para los trabajadores se ha agravado. Aumentaron los despidos y la desocupación; también aumentaron las tarifas del gas; los salarios han bajado aún más, al márgen de la reducción impuesta por el gobierno.

Algunos interesados, por cierto, ofrecen otros indicios. Por ejemplo, el aumento de las exportaciones, como si los trabajadores comiéramos exportaciones. Pero éstas incluso se limitan en lo esencial al petróleo, y ni siquiera a la cantidad vendida sino al precio. Otros quieren ver mejoras en el aumento de los depósitos en los bancos, que sin embargo no progresan más allá de los intereses que reciben y del ingreso obligado de dinero de las AFJP.

El empantanamiento límite de la economía argentina ha sido bien expuesto en la información que señala que los intereses de la deuda pública superan, por primera vez, a la nómina salarial. Esto indica que la función del Estado es cada vez más el de caja recaudadora al servicio de los acreedores. Para acentuar aún más este rol, el Consejo Empresario reclama que el Estado nacional deje de coparticipar los impuestos con las provincias y que éstas sean obligadas a autofinanciarse. De ocurrir esto, los impuestos deberán aumentar en forma brutal o los gastos sociales reducirse a la nada, vía privatizaciones, y el Estado nacional acabará cumpliendo el papel de gendarme de la deuda externa.

El empantanamiento económico está bien descripto por Roberto Alemann, aunque el mencionado ni se dé cuenta de lo que está diciendo. Acaba de escribir en La Nación (28/6) que, gracias al déficit fiscal y a la deuda externa que se contrajo para financiarlo, “el sector privado pudo disponer de fondos para invertir y gastar”. Pero esto “ahora se le está retaceando. Este es el verdadero ajuste de la economía, que durará el tiempo necesario…”

Pero su hermanito Juan alerta que “si la recesión continúa, con expresiones cada vez más dramáticas en el terreno social, será políticamente muy difícil mantener esta política económica” (La Razón, 2/6).

Es decir que luego de un par de años de ingreso de capitales para comprar a precio de remate las empresas del Estado y para operar especulativamente con la garantía del 1 a 1 establecida por la convertibilidad, el río se ha secado. No vendrán capitales hasta que todos los “excesos” hayan sido absorbidos, o sea hasta que la cantidad de capitalistas que compiten por el mismo mercado se haya reducido (quiebras y despidos mediante) y los salarios hayan bajado todo lo que sea necesario.

¿Podemos tolerar esta perspectiva?

Ruckauf parece que dijera que no cuando propone echar al presidente del Banco Central y disminuir las reservas que se le exigen a los bancos para prestar. Pero esto, además de ser un negociado para los bancos, que así tendrían menos capital inmovilizado, ¿alcanzaría? Hasta hace muy poco esos bancos ofrecieron préstamos hipotecarios con gran publicidad y el apoyo mediático de De la Rúa, pero nadie fue a buscar ese crédito. Es que sin reactivación no se pide ni se da prestado.

La UIA y el ministro Gallo plantean un plan de obras públicas, pero no quieren poner la plata para ello. Proponen financiarse con un Fondo del Estado, que se formaría con la privatización de los terrenos de Retiro, es decir con un negociado inmobiliario que llevaría por las nubes el precio del metro cuadrado en Buenos Aires; con más deuda externa; y con la plata que los trabajadores fueron forzados a poner en las AFJP. Este planteo es, sin embargo, un “verso”.

Porque los acreedores quieren que la plata de Retiro vaya al pago de la deuda externa y porque los banqueros internacionales no tienen interés en prestar dinero fresco a un Estado fundido. Usar el dinero de las AFJP entraña el peligro de ver desaparecer el dinero de las jubilaciones futuras, sin hablar de que los bancos que las controlan tienen mejores negocios en vista.

Es todo este impasse lo que reflejan las disputas políticas. La burguesía ar­gentina no tiene salida sin provocar una explosión económica y social. Hasta los propios padres de la convertibilidad es­tán dibujando esquemas para abando­narla, como es el caso del ex secretario de Cavallo, Horacio Liendo, quien propuso en Clarín (27/6) “un esquema monetario alternativo de similar seriedad a la con­vertibilidad”, que no estaría garantizado

por las reservas en dólares sino por la aplicación de altas tasas de interés. En cualquiera de estos planes o esquemas, los trabajadores son los que pagan las consecuencias.

Las direcciones sindicales persisten, sin embargo, en buscar la dirección de esa patronal, con el rimbombante título de Frente Nacional. Como se diría por ahí: frente nacional,¡las pelotas! El planteo no lleva a ningún lado, apenas esconde el negociado de dos o tres pulpos de la patria contratista. El mejor ejemplo de que esto es así es el apoyo de toda la industria a la nueva entrega a Repsol, que extrae de Neuquén el 40% de todo su petróleo. El acuerdo De la Rúa-Sobisch-Repsol acentúa el saqueo de la energía no renovable de Neuquén y estrangula financieramente al Estado provincial con nuevos préstamos para pagar los que se vencen, así como cualquier atisbo de industrialización.

Es claro que nos cabe a los trabajadores determinar la salida que queremos; no es algo que podemos transferir a la clase que nos explota y que lucra con nuestra miseria. Hacemos cargo de esto es mucho más simple que los engorrosos esquemas del Frente Nacional que no llevan a ninguna parte. Basta que un congreso de delegados electos discuta las características que debe tener nuestra salida y se dé los medios de organización y lucha para imponerla. La denuncia de que la burocracia de la Uocra lucra con los accidentes laborales de los obreros de la construcción pone aún más de manifiesto que la responsabilidad por el destino del movimiento obrero debe pasar a las manos de los delegados, es decir a la base del movimiento obrero.

Llamamos a formar una vanguardia, o sea un polo clasista, para impulsar esta tarea en forma consecuente.