CONCLUSIONES DE LAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/52346-
El paso de las expectativas de una destitución de Clinton a la derrota electoral del partido republicano indica que el régimen capitalista norteamericano rechaza a la derecha confesional como una alternativa peligrosa, en la actualidad, para su estabilidad e intereses. Los conflictos de clase en los Estados Unidos no alcanzan ni de lejos todavía el grado de polarización política que justifique un apoyo de la burguesía al ala extrema de la derecha; la dominación política por medios democratizantes sigue siendo la opción fundamental del imperialismo a nivel internacional.
Ya en oportunidad de las elecciones presidenciales de 1996, el derrotado candidato republicano, Bob Dole, él mismo un derechista confesional, había prohibido a los representantes del ala derecha que subieran a las tribunas oficiales del partido, para no espantar al electorado. Dole llegó a autorizar la publicación, como apéndice, de la posición de la minoría liberal de los republicanos en favor del derecho al aborto. El rechazo capitalista a la derecha extrema explica que, luego de las elecciones, el partido republicano haya ingresado en una crisis profunda. Su jefe indiscutido, N. Grinwicht, renunció en fulminantes 48 horas. De la ‘revolución conservadora’ que los derechistas lanzaron en 1994, cuando ganaron con amplitud las elecciones de renovación parlamentaria, los puntos sociales fundamentales fueron impuestos por el gobierno de Clinton, como el ataque a la seguridad social, la flexibilización laboral y la caída de los salarios. Lo que va más allá de esto se encuentra por ahora fuera de la agenda del imperialismo. Las huelgas obreras crecientes de los últimos dos años han sido una razón adicional de la burguesía para evitar las salidas extremas. Clinton demostró ser la mejor carta para manejar la rebelión obrera a través de la burocracia de los sindicatos.
Aunque de carácter regional, las elecciones tomaron dimensión nacional porque se temió que pudieran servir para impulsar el juicio político a Clinton sobre el tema de Mónica Lewinsky. Fue con esta posibilidad que se había entusiasmado Grinwicht cuando lanzó en los últimos días de la campaña un furibundo ataque contra la ‘moral’ de Clinton. Pero este mismo Grinwitch ya había comprendido hace dos años que debía evitar sus inclinaciones extremistas si quería sobrevivir. A principios del año que corre saludó, incluso efusivamente, el programa formulado por Clinton en su ”mensaje a la Unión”. El precipitado desequilibrio con que manejó sobre el final el tema del juicio político le ha costado la jefatura de su partido y hasta su banca de diputado. No comprendió que el tema Lewinsky debía servir para”que apriete pero no ahorque” (Prensa Obrera, nº 598, 27/8).
Con la derrota republicana, el imperialismo no solamente frenó una artificial polarización política. Incluso más importante era el hecho de que una victoria republicana habría significado un avance de los sectores capitalistas que reclaman mayor proteccionismo del mercado interno, una guerra comercial contra la competencia y, por sobre todo, una mayor condicionalidad de las inversiones norteamericanas en el extranjero a la compra de productos que se fabriquen en Estados Unidos. Este sector ya tenía mayoría en el Congreso, en los dos bloques políticos. En 1994 se había opuesto al rescate a México y recientemente a un tratado de libre comercio de las Américas. Hace pocas semanas, autorizó un reforzamiento financiero del FMI, pero sujeto a numerosos condicionamientos. Para los grandes pulpos empeñados en la penetración financiera e industrial en los mercados extranjeros, la tendencia proteccionista había comenzado a representar un peligro cada vez mayor como consecuencia de la crisis mundial. La industria del acero, por ejemplo, que hasta la crisis se mantuvo en el sector internacionalista, se ha pasado ahora al campo nacional con reclamos contra las importaciones de Asia, Brasil y Rusia. La representación política de los grandes pulpos internacionales la tiene el trío Clinton-Rubin-Greenspan, los dos últimos secretario del Tesoro y presidente del banco central, respectivamente. Desde la crisis del petróleo, hace 25 años, las amenazas contra la alianza ”trilateral” de los grandes pulpos de Estados Unidos, Europa y Japón no habían emergido tan claramente. Todos los 35 nuevos representantes del congreso que acaban de ser elegidos responden al sector internacionalista.
La participación electoral fue la más baja desde 1942 —sólo votó un 36%—; esto significa que 120 millones de ciudadanos no ejercieron el derecho al voto. Aquel 36% concentra a los sectores con mayores ingresos de la población, incluso si en esta oportunidad hubo un incremento del voto negro, obrero y latino. Es decir que el régimen político norteamericano es la democracia de una minoría. A esto se suma que, sobre 460 representantes, sólo 35 serán nuevos; el resto renovó su mandato. El promedio de duración del mandato de un legislador se acerca a los 20 años; quiere decir que no existe la renovación. Una oligarquía de legisladores monopoliza la representación de una minoría extrema y rica del país. Las instituciones del Estado así conformadas no han tenido que demostrar todavía su capacidad para contener una agudización de la lucha de clases que la crisis económica acerca todos los días. Es por eso que hasta hace dos años, un candidato por la libre, Ross Perot, pudo amenazar la hegemonía de los partidos tradicionales.
En el mes de octubre pasado, las familias norteamericanas tuvieron que recurrir a sus ahorros para pagar los consumos por primera vez desde la crisis del ‘30. La crisis mundial ha renovado la ola de cierres de empresas, despidos y suspensiones que caracterizó a la economía norteamericana entre 1989 y 1994. Las elecciones dejaron al desnudo una división política que deberá acentuarse con el desarrollo de la crisis económica. El imperialismo está empeñado en seguir por el camino más económico de la democracia-oligárquica, pero esto se hará cada vez más difícil con una economía cada vez menos democrática.
Jorge Altamira