EL FINAL DEL FIN DE LA HISTORIA
nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/52166-
Nada simboliza mejor el alcance histórico de la presente crisis mundial que la declaración que acaba de formular Francis Fukuyama, el politicólogo que se catapultó a la fama cuando proclamó que la disolución de la Unión Soviética marcaba el ”fin de la historia” y la victoria irrevocable del capitalismo.
En una entrevista para The New York Times, el pasado fin de semana, Fukuyama capituló en toda la línea. ”Los últimos cuatro meses”, confesó, ”han sido desde el comienzo de la década la primera vez que sentí que podría estar realmente equivocado en los argumentos que expuse en ‘El Fin de la Historia’. La explicación que da Fukuyama para su viraje es la perspectiva de que ”la crisis asiática se convierta en una depresión global, en la que todo es posible, y fundamentalmente que pueda fracasar el intento de Rusia por occidentalizarse”.
Aunque Fukuyama apenas lo insinúa, en realidad está hablando de un agotamiento del capitalismo mundial. Que la crisis actual ya tiene los contornos de una catástrofe lo prueba el hecho de que el ingreso per cápita en Indonesia, una nación de 200 millones de habitantes, ha caído un 80%, retornando a los 260 dólares que tenía cuando inició su boom económico hace treinta años. En Rusia, antes de que el rublo se convirtiera en apenas papel impreso, diez años de restauración capitalista habían contraído la economía en un 60% e incluso provocado algo tan inaudito como la reducción de la expectativa de vida de la población. Que algunos se jacten de la creación de una sociedad civil en Rusia a partir del surgimiento de 60.000 organizaciones no gubernamentales dedicadas al socorro social, como lo acaba de hacer el semanario The Economist, no es más que un ejercicio de humor negro. La burguesía mundial ha transformado la oportunidad de reintegrar en forma plena a Rusia y China al mercado mundial en un poderoso factor adicional de su propio derrumbe.
Es sorprendente que, en el marco de una crisis mundial, haya quienes expliquen la crisis rusa como un fenómeno local o que se la imputen a la oligarquía criminal que se ha apoderado de la economía y del Estado. Hace unos pocos meses atrás, los economistas del FMI sostenían lo contrario, justificando la necesidad de un régimen capitalista mafioso como la única forma de acelerar la privatización del país. Es cierto que la bancarrota rusa fue detonada por el déficit fiscal, el incremento de la deuda pública y por la formación de mesas de dinero funcionando como sucedáneo de bancos, pero esto sirvió precisamente para que el capital mundial ganara fortunas especulando con los títulos rusos y para forzar eventualmente al Estado a que remate el patrimonio del país en beneficio de los acreedores. El déficit fiscal y la deuda pública fueron históricamente poderosos factores de disolución social y fueron los instrumentos clásicos de formación de capital en toda la historia de la transición al capitalismo. Incluso en la actualidad, el enorme desarrollo de los mercados financieros internacionales es la consecuencia de la igualmente enorme expansión de la deuda pública de las naciones más desarrolladas.
Se cae de maduro que una crisis de alcance mundial es una crisis del sistema social dominante, no de sus expresiones marginales. Por la misma razón, es una crisis que parte del centro hacia la periferia, y no al revés. El detonante de la crisis asiática fue la crisis externa provocada por la atadura de las monedas de esos países a un dólar sobrevaluado (respecto del yen y del marco). Pero sin ese dólar inflado, tampoco habría tenido lugar el boom de financiamiento externo a la economía norteamericana, ni la correspondiente explosión bursátil, ni el ‘efecto riqueza’ que ella provoca, ni el aumento del consumo provocado por esta inflación de activos. La sobrevaluación de los mercados accionario y de deuda en todo el mundo ha sido la contrapartida potenciada de la sobreproducción mundial que afecta a todas las ramas de la industria y que presiona hacia la guerra comercial y las devaluaciones competitivas. Un informe publicado en la revista Time, calcula en 25 billones de dólares el valor teórico de los créditos derivados (“fuera de balance”) de los bancos norteamericanos. La resistencia de la Reserva Federal a bajar la tasa de interés y devaluar el dólar refleja el temor a poner fin al cebamiento del consumo, por un lado, y a desatar una onda de incumplimientos en los fondos de inversión que especulan con dinero prestado por los bancos. Aunque una reducción de la tasa de interés de los Estados Unidos inyecte liquidez a la economía internacional, la resultante devaluación del dólar pondría un freno a la absorción de importaciones, en particular de los ex tigres asiáticos.
Mucho antes de que la actual crisis mundial encuentre una salida, su escenario deberá trasladarse, como ya ocurre, a Estados Unidos y Europa, y del plano económico al político, como ya ocurre en Indonesia, Malasia, Hong Kong, Venezuela y Rusia. Refuerza esta tendencia la incapacidad de los principales estados capitalistas para actuar coordinadamente, es decir, para dejar de lado los intereses particulares.
A diferencia de Fukuyama, los socialistas no tenemos necesidad de revisar nuestros pronósticos. Desde mucho antes de la disolución de la URSS, caracterizamos que el inevitable hundimiento de los regímenes burocráticos se convertiría en un mero episodio del proceso de la descomposición capitalista.