LA SITUACIÓN POLÍTICA

LA SITUACIÓN POLÍTICA

nota publicada en: https://prensaobrera.com/politicas/46473-

En abierto contraste con la indiferencia con que ha sido seguida la campaña electoral, el final de ésta se desenvuelve en el marco de una crisis política aguda. Una simple prueba de ello es que la renuncia de Cavallo está siendo discutida pública y oficialmente, incluido el afectado.

Esta crisis reúne diversos aspectos. El primer lugar lo ocupa, por las consecuencias generales que tiene, el comienzo de fuga de capitales, que se ha “comido”, de un lado, unos mil millones de dólares de las  reservas estatales, y que ha producido, del otro lado, un derrumbe bursátil de varias decenas de miles de millones de dólares. Para un régimen político que está sentado enteramente en el financiamiento del capital especulativo internacional, semejante tendencia es mortal. Ya el aumento de las tasas de interés que ha provocado esta fuga de capitales, amenaza la liquidez y el patrimonio de numerosos bancos, que están obligados a pagar más cara la afluencia de depósitos. La retracción del crédito deberá provocar, asimismo, una recesión económica, con el consiguiente tendal de desocupados, la caída de la recaudación de impuestos y el crecimiento del déficit fiscal. La “tabla salvadora” de los especuladores, la “jubilación privada”, podría quedar herida de muerte como resultado del bajón de la Bolsa, ya que quedaría privada de la posibilidad de poner la plata en títulos y acciones.

Detrás del operativo de preparación política y psicológica del “retiro” de Cavallo, se encuentra la necesidad de abandonar el esquema monetario de la ley de “convertibilidad”. Esto plantea una crisis de gobierno y una política de devaluación monetaria.

El segundo aspecto, que no le cede  en importancia al primero, es la sublevación popular creciente en el noroeste argentino —que está acompañada de las movilizaciones agrarias en Misiones y Santa Fe, y de una agitación que no cesa entre los docentes de todo el país, los Astilleros de Río Santiago, Propulsora, el Polo de Bahía Blanca y numerosos otros conflictos. Esta rebelión popular (“el cordobazo de los ’90”) pone límites incuestionables al régimen menemista y es la única que lo ha obligado a retroceder en los últimos tres años de ofensiva anti-obrera. Los santiagueños pararon la “ley ómnibus”; ahora los tucumanos le sacaron 100 millones de dólares a Cavallo para hacer frente a la zafra; pero nada de esto, tampoco, ha podido aplacar una ira popular que apunta más lejos. El gobierno ha evitado hasta ahora la intervención federal a Jujuy, no sólo para evitar un conflicto que lo perjudicaría electoralmente a él, sino para evitarle a todo el arco político patronal, incluído el Frente Grande, la tarea de votar la intervención antes del 10 de abril.

Todo el régimen político nacional se siente sitiado por la perspectiva de la rebelión popular, desde el momento que ha comprendido que el “santiagueñazo” ha sido un factor de ordenamiento y de orientación para todas las movilizaciones por venir.

El sacudimiento político que han provocado el agotamiento del “plan” Cavallo y la belicosidad que está ganando a las masas ha tenido una manifestación espectacular en una de las instituciones más sensibles de la organización clerical del Estado: la Iglesia. La Semana Santa fue testigo de una polémica abierta y cruda, pública por otra parte, con el púlpito convertido en tribuna, que tuvo por eje al “plan” económico y al gobierno. Mientras Quarraccino ataca a los críticos del gobierno como “mundanos” y “populistas”, Hesayne, desde Viedma, calificó al plan económico de “muerte gradual”. El obispo llegó a decir que “los que nos gobiernan han optado por el neoliberalismo que es más engañoso y anti-cristiano que el propio marxismo” (!!!). La política seguida por el obispo Ruiz, en Chiapas, y por los curas de Santiago, durante la rebelión pasada, es objeto de enormes controversias, y desde las más altas instancias del clero se está exhortando a formar “comunidades de base” y a “reunirse semanalmente”, en una manifestación de izquierdismo y demagogia social que hacía algunas décadas no se veían en Argentina.

La tercera cuestión es que las elecciones se presentan mal para el menemismo, en especial en lo que tiene que ver con su alcance político. Cualquiera sea el porcentaje que obtenga el justicialismo con relación a los votos válidos, éste disminuirá drásticamente con relación al total del padrón electoral, como consecuencia de las abstenciones y votos en blanco, que, para algunas provincias como Santa Fe, se prevén del orden del 15 al 20%, y que en Capital Federal podría llegar al 6%. En estas circunstancias, el PJ bajaría del 31% del total del padrón, que obtuvo el pasado 3 de octubre. En las condiciones de crisis y de luchas populares que deberá afrontar en el último año de su mandato, un apoyo inferior al tercio de la ciudadanía no le da ni mandato ni base popular para gobernar.

Pero el derrumbe electoral más serio que enfrenta el oficialismo es la bancarrota que sufrirá  la UCR, su socia en el pacto constitucional. Los menemistas parecen no tener en cuenta que, como en todo negocio, el “pacto” Menen-Alfonsín tiene al lado de su cuenta de beneficios, su cuenta de pérdidas. Ha logrado que se declare la necesidad de la reforma, pero al precio de un movimiento de opinión de repudio, ciertamente confuso y desorientado pero masivo, que se expresa en el votoblanquismo y en la fuga del radicalismo. En lugar del bi-partidismo, Menem  ha recogido el mono-partidismo y hasta el a-partidismo, esto último si se tiene en cuenta la tremenda división interna que reina en el PJ. ¡Pero un a-partidismo que no obtiene el 30% de los votos de la ciudadanía!

En este cuadro, la perspectiva de una derrota en la Capital, y nada menos que a manos de un rejunte de “identidades en crisis” (palabras de Chacho Alvarez), podría convertir a las elecciones en una catástrofe, esto porque la Capital es el centro del poder y porque está previsto autorizar la elección directa del intendente. De este panorama sólo se destaca a favor del gobierno la elección que hará Duhalde en la provincia de Buenos Aires, y principalmente en el Gran Buenos Aires, poniendo de relieve el cautiverio político en que se encuentra todavía un grueso sector de los explotados de Argentina. Sin embargo, con lo ocurrido en Santiago, Tucumán, Jujuy …

A la luz de este análisis, en la Argentina de hoy no faltan los elementos de una situación revolucionaria. Pero para que exista efectivamente una situación revolucionaria es necesario que esos elementos se conjuguen, que algunos de ellos maduren todavía más, y por sobre todo que las masas se vean obligadas a actuar al unísono, y aunque no necesariamente al mismo tiempo, sí como un movimiento de orden nacional.

Frente a una situación de estas características, que es ya mismo revolucionaria en un sentido potencial o de perspectivas, la aparición del Frente Grande, alentada desde el oficialismo, desde la Iglesia ni qué decir, y por amplios sectores de la burguesía, no puede ser interpretada como un factor de contención política, o como un recurso para contener a los obreros y explotados. Semejante función contrarrevolucionaria es demasiado grande para el Frente Grande. El Frente Grande es una cooperativa de cooperativas electorales, no refleja una ilusión de las masas y ni siquiera la alienta. En un rapto de lucidez sociológica, el Chacho Alvarez lo definió muy bien al decir que es un movimiento político adecuado para Austria. En una entrevista para Ambito Financiero (5/4) señaló que la aceptación de los planteos del FG “Se da en sociedades urbanas, más desarolladas. La Capital tiene el producto bruto interno de Austria, no estamos expresando a los golpeados por la crisis económica …” ¡Qué tal!

La conclusión que emerge de esta caracterización de la situación nacional tomada como conjunto, es que la responsabilidad política por una salida conforme a los intereses históricos de la clase obrera, recae sobre el FIS y el Partido Obrero. En el curso de la presente crisis no surgirá ninguna fuerza obrera revolucionaria al margen de ésas.

Pero el FIS demostró en la campaña electoral, tal como lo previmos, que no es un frente ni siquiera en el sentido electoral. Esto significa que no luchó por su programa. No sólo estuvo ausente la acción unitaria en la lucha electoral, sino también la discusión política que pudiera determinar los acuerdos y las divergencias. Los señalamientos para el debate que el Partido Obrero efectuó en el anterior FIT y en el actual FIS, fueron simplemente ignorados. Lo que nadie podrá ignorar, de aquí en más, es la crisis aún mayor que se desatará entre quienes no se quieren definir sobre la unidad de la izquierda revolucionaria.

El Frente de Izquierda Socialista tuvo la posibilidad de intervenir en esta  campaña con un planteo realmente movilizador, a saber que la reforma y la constituyente eran reaccionarias, que eran un gran Congreso nacional puesto a votar leyes laborales y educativas liquidadoras del movimiento obrero y de la democracia (establecer el gobierno por decreto para gobernar con métodos de emergencia), y que era necesaria una bancada obrera consecuente para luchar por el fracaso de esos intentos, mediante la utilización revolucionaria del escaño parlamentario. Este planteo se conjugaba con la misma movilización que están protagonizando las masas para que esas leyes sean retiradas del Congreso y con toda la lucha obrera contra la “flexibilización” laboral. Pocas veces la izquierda tuvo la posibilidad de luchar por un planteo y una política tan claras.

Cuando ya faltan pocos días para las elecciones, es claro que este planteo no ha calado, ni ha sido objeto de interés o discusión, aun en los más reducidos círculos de los trabajadores. Es evidente que no fue posible modificar la indiferencia popular por el conjunto del tema constitucional, en el cual no ha visto un nuevo frente de ataque político de la burguesía, sino sólo una maniobra distraccionista. Gran parte del frente de izquierda adoptó este punto de vista, más propio del votoblanquismo.

El Partido Obrero llama a hacer el balance y a encarar las nuevas luchas.

El desarrollo de la Asamblea Constituyente (que se dará en un marco de crisis y que podrá naufragar como consecuencia de sus contradicciones internas); la crisis del “plan” Cavallo; la rebelión popular; los dos frentes de lucha abiertos, contra la reforma laboral y contral la “jubilación privada”; todo esto plantea la necesidad de una política de lucha de la izquierda revolucionaria que se haga en la claridad.